La solidaridad baja a los barrios
Los ciudadanos crean redes para paliar los efectos de la crisis Padres de alumnos, vecinos y ONG colaboran para atenuar la pobreza y evitar su estigma
La llamada a la cooperación ha llegado al corazón de los barrios donde los vecinos, a título individual o buscando fructíferas uniones, encuentran la manera de ayudar a los que se hunden en la pobreza sobrevenida. Familias que se organizan para que haya suficientes libros escolares, tiendas solidarias con productos donados, personas que preguntan qué pueden hacer por aquel al que ven sufrir en su calle, el que oye en la oficina que los vecinos han votado por unanimidad perdonar los impagos del que no puede abonar la comunidad; los que organizan comidas en sus casas para repartir entre muchos. Proliferan las páginas web en las que se ofrecen cosas a cambio de nada, como telodoy.net o telodoygratis.com. Los medios de comunicación cuentan cada día historias espontáneas de solidaridad que tratan de cerrar el enorme agujero que han dejado los recortes presupuestarios en la protección social pública.
Las ampas se han convertido en pequeñas familias que se apoyan
Curiosamente, la gente aplica una buena dosis de delicadeza para alejar de los menesterosos el estigma de la pobreza y la exclusión. Los vecinos han salido al rescate de aquellos para los que el contrato social —yo trabajo y genero riqueza, tú me proteges cuando eso falle— ha resultado un fraude.
Entrevecinos se llama, precisamente, un proyecto que este año se ha iniciado en Zaragoza, a rebufo de experiencias similares en otras regiones que surgieron en la Confederación Estatal de Asociaciones de Vecinos. Es casi un juego que cuenta, como el Monopoly, con dinero de mentirijillas. Hasta la tienda solidaria, en la calle de San Vicente de Paúl, 26, llegan aquellos que han decidido participar en un programa de búsqueda activa de empleo, porque de eso, finalmente, se trata. Allí cambian sus billetes, que no son euros, sino vecinos, por productos de higiene, comida, ropa; todo donado y gratuito. Las reglas del juego, explica el coordinador del proyecto, José Carlos Monteagudo, son “que se impliquen en un proceso de empleabilidad, pero para que esta gente pueda dedicarse a buscar trabajo tienen que tener garantizadas las necesidades más básicas de alimentación e higiene, ellos y sus familias”. El asunto es rescatarlos antes de que el paro, pertinaz, los coloque en el despeñadero.
A pesar del atasco contra el que luchan cada día los trabajadores sociales que se encargan de estos casos en los Ayuntamientos, siguen siendo ellos los que determinan en este peculiar Monopoly de Zaragoza quiénes pueden jugar, y son también ellos los que reparten, con su criterio, los vecinos para que vayan a la tienda solidaria cada viernes al mediodía.
Los trabajadores sociales atienden ya a más de ocho millones de personas, con datos de 2010, los últimos robados al Ministerio de Sanidad y Servicios Sociales. Sin embargo, los dos últimos presupuestos de Mariano Rajoy han disminuido la partida que llega a los Ayuntamientos para estos fines en un 65,4%: para el año que viene solo habrá unos 30 millones.
El Gobierno solo destinará 30 millones de euros a servicios sociales municipales
La gente tiene que organizarse y trocar, como mejor se pueda, la caridad por solidaridad. Las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (Ampas) devienen pequeñas familias. Ocurre, por ejemplo, en Castellón. “Las familias dejan en el centro escolar los libros de sus hijos, que han pasado al siguiente curso, y cogen los de otros. Si aun así falta algo se aporta entre todos. Así se han organizado en algunos colegios”, explica la presidenta de la federación de padres de Castellón, Loli Tirado. “También los profesores están ayudando con su trabajo desinteresado, con fotocopias, para cubrir lo básico, pero seguimos viendo cómo hay niños que no pueden ir de excursión porque no tienen para pagársela”.
En el ropero que la Cruz Roja tiene en Alcorcón (Madrid) una mañana cualquiera de octubre hay un niño que ha venido con su madre a dejar la ropa que ya no usan a pesar de su buen estado. No es habitual que haya pequeños en este almacén con pinta de tienda antigua de pueblo donde hoy, nublado, la humedad deja un olor de tintorería. ¿Para qué ha venido este muchacho con el carrito de la compra lleno de ropa? “Para dársela a la gente que no tiene”, recita como si fuera la lección. No ha ido a la escuela porque está malo, de lo contrario no tendría permitida la entrada. La Cruz Roja tiene sus reglas. Esta sirve para que las familias que vienen en busca de las prendas de temporada no saquen a los niños de las aulas para probarles las tallas.
El tercer sector pide un esfuerzo a los donantes privados y las empresas
La Cruz Roja tiene sus reglas, sí, y una de ellas es que el ropero es algo más que eso. Allí, entre montones de zapatos, percheros repletos y estantes ordenados, se asesora, se da conversación y consejo y, de nuevo, no se atiende a nadie que no venga derivado de los servicios sociales públicos. ¿A nadie? Una de las normas de esta histórica organización humanitaria es que las reglas a veces hay que saltárselas. De otro modo, el ecuatoriano Eugenio no sería uno de los 4.000 atendidos al año en este ropero. Pero Nunci —Anunciación Cuñado Alcalde, la misma que fundó este almacén solidario hace 25 años— levanta la mano magnánima y el hombre podrá llevarse un par de buenos jerséis para cuando le llamen a recoger naranjas a Valencia. Si hay suerte. Mientras, la nevera de casa está vacía, y el hijo de Eugenio “es el único que no tiene su libro de inglés”.
Las chicas del ropero, amables y dicharacheras, están, como la capitana, ya jubiladas. Fueron enfermeras, abogadas, amas de casa, pero la experiencia de toda una vida no les ha curtido suficiente y a veces toca meterse a llorar a la trastienda. Las lágrimas que se derraman en el ropero no siempre son de tristeza. Hubo hace unos años una novia que vino a buscar ropa corriente y encontró colgado aquel vestido blanco de cola que le quedaba pintiparado, como si lo hubieran hecho para ella... Lo cuentan a todo el que quiere oírlo.
Allí hay de todo. Toneladas de ropa llegan cada año. No faltan los donantes. Y en los últimos tiempos abundan los que reciben, entre los que crecen en número los españoles. ¿No necesitan de nada? “Sí, ropa de niño de 4 a 12 años”, dicen todas. “Porque procuramos que los chavales vayan al colegio sin que su atuendo se distinga en nada del que llevan sus compañeros”, explican. De nuevo, tiritas para el estigma. En este almacén, no solo dan ropa, quieren que la gente se sienta arropada.
53.000 ciudadanos más han marcado la x en la casilla social del IRPF
Cruz Roja y Cáritas son las dos grandes organizaciones del llamado tercer sector, que se nutre de donativos, voluntariado y subvenciones públicas. Para ellas, entre miles de organizaciones, es buena parte de lo que se recauda por la X solidaria del IRPF. Gracias a esta campaña, en 2011 las organizaciones consiguieron 262 millones de euros, cinco menos que el año anterior a pesar de que el número de ciudadanos que marcó esta casilla ascendió en 53.000 personas. Sube la solidaridad, bajan las declaraciones de renta. Entre todos los proyectos presentados, el año pasado se prestó ayuda a cinco millones de personas.
Del peso del tercer sector dan cuenta los 504.000 profesionales contratados en unas 30.000 organizaciones solidarias, por no hablar de más de un millón de voluntarios que cooperan con ellas. El número de personas que se han interesado por prestar su tiempo había crecido un 20% a mitad de año. Y, aun así, no dan abasto. “Cáritas, por ejemplo, está haciendo tareas de acogida y diagnóstico de personas que luego deriva a sus propias organizaciones y eso lo deberían hacer los servicios sociales públicos. La inversión en recursos sociales está disminuyendo con los recortes, cuando tendría que aumentar. Alguien debería dar respuesta al diseño de políticas y al impacto de la crisis”, dice Luciano Poyato, presidente de la Plataforma del Tercer Sector. La misión de estas organizaciones no pasa de una actividad “complementaria de los servicios sociales públicos”, dice Poyato, pero pide “un esfuerzo a los donantes privados, las empresas y también a la financiación pública. Deben seguir colaborando, porque muchas entidades van a tenerlo muy difícil en 2013”, asegura.
Las asambleas del 15-M han abierto la puerta a la solidaridad
Ropa, comida... Y ocio, ¿por qué no? ¿Quién quiere ver a los otros divertirse desde la ventana de casa? El día de Halloween, decenas de niños llenaban de gritos un antiguo economato del barrio de Carabanchel, en Madrid, que ahora es un local okupado, con k, por personas vinculadas con la Asamblea del barrio que surgió con el 15-M. Muchos de estos movimientos de autosubsistencia se han convertido en otra puerta abierta para la solidaridad entre vecinos. Nada tiene que ver con el asistencialismo, insisten, es solo un modo de vida que consiste en vivir de otro modo. Pero ha resultado un alivio para los más pobres. En el Eko de Carabanchel se celebran fiestas de Halloween en las que participan niños de todos los colores, con disfraz y sin él. También los padres. El que tiene, deja un donativo, el que nada tiene, nada deja. O presta su tiempo y sus manos, por ejemplo.
Allí, en un enorme local que para sí quisieran muchos empresarios, se dan talleres de idiomas, se prestan libros, se dejan los materiales escolares, la ropa que ya no se usa, se hace teatro. Incluso colaboran con los desahuciados para guardarles sus muebles por algún tiempo. “Unas 500 familias se han llevado libros de texto este curso. Los recogimos en julio viendo la que se venía encima con la educación. La gente traía los del curso pasado y se llevaba los del siguiente”, dice Chema Mayo, uno de los asamblearios. “Claro que tratamos de cubrir las necesidades del barrio, pero no de un modo asistencialista. Esto es precio libre, no es gratis, la gente da lo que puede”, añade. El Eko (www.bienvenida.eko@gmail.com) se ha convertido así en una fuente de recursos materiales, culturales, didácticos y de ocio para los carabancheleros.
Hogares en riesgo
- La renta media de los hogares españoles ha pasado de 26.500 euros anuales en 2008 a 24.609, con datos provisionales del INE para 2011.
- La tasa de riesgo de pobreza cayó entre los jubilados, que tienen su pensión, pero de 16 a 64 años, ha pasado del 21% al 28% entre 2008 y 2012. Entre los menores de 16 años es aún peor: 29% si son niños y 30,5% si son niñas.
- Alrededor de un 12% de hogares llegan a fin de mes con mucha dificultad, igual que en 2008. Pero han crecido aquellos que declaran llegar con dificultad, dos puntos, hasta un 19,1%.
- Hace cuatro años, un 28% de los hogares no podía afrontar gastos imprevistos; en 2012, los datos provisionales indican que ya no podría un 40%.
En cada barrio de cada ciudad, los vecinos saben que la caridad no siempre es bien recibida. Y que no hay mejor forma de espantar el estigma de la exclusión que teniendo derechos de ciudadanía. “Cada vez que un trabajador social se ve en la necesidad de derivar a una persona hacia organizaciones caritativas supone un fracaso de los gobernantes y responsables de la política social. Pero estamos asistiendo a un desmantelamiento del sistema social público, con la crisis como excusa, que nos retrotrae a los años sesenta y la beneficencia”, lamenta el presidente de la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, José Manuel Ramírez. “Y esto no está ocurriendo a escala europea, solo en España”, se enfada.
Ramírez elogia la cooperación de las organizaciones no gubernamentales, de las redes caritativas, pero les pide, también a ellos, “que defiendan el sistema público, porque el Estado social es la manifestación colectiva de la solidaridad”. “Deben defender la responsabilidad pública y hacerla efectiva en un marco de justicia social”, afirma. E insiste: “El tercer sector no debería necesitar más dinero, sino tener menos demanda: si están desbordados es porque los Gobiernos no están haciendo lo que les corresponde, que es invertir para que haya rentas básicas de ciudadanía y ayudas de emergencia”.
Pero corre la mañana nublada en el ropero de Alcorcón, por donde pasa, entre otros muchos, Stephan, un chaval de Ghana que llegó en cayuco y tenía papeles y trabajo hasta que estalló la burbuja de la construcción. Hoy vende chatarra y si la cosa se da bien, la cena será su comida del día.
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