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Más al norte del paralelo 80

Los biólogos del 'Jan Mayen' buscan zooplancton para analizar el calentamiento

Desde el fiordo Magdalena, en la isla Spitsbergen, el Jan Mayen ha navegado rumbo Norte hasta pasar el paralelo 80, exactamente hasta 80.10 grados Norte y 11.47 grados Este, en busca de masas de agua ártica. El buque científico noruego navega entre bloques de hielo, a veces con tal densidad que casi cubren completamente el agua, pero otros están más dispersos, y los golpes del casco contra ellos al romperlos o desplazarlos retumban en todo el barco, que navega entre los hielos a dos nudos, mientras que su velocidad de crucero normal es de 10 nudos. "Aquí hace unos años, en esta época del año, la capa de hielo era compacta, cubría todo, no se podía navegar sino con un auténtico rompehielos", dice Slaweh Kwasniewski, científico polaco con mucha experiencia en estas aguas, que lidera el equipo. Además, bajo el hielo hay una capa delgada de agua menos fría y de relativa baja salinidad (por el deshielo paulatino de los bloques) hay agua atlántica, que los científicos reconocen inmediatamente con lo sondeos por sus características: mayor salinidad y temperatura, sobre todo.

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Los biólogos que se ocupan del zooplancton a bordo quieren agua ártica porque buscan unos animales minúsculos, denominados Calanus glacialis, que son un marcador claro de este océano polar y que ellos necesitan para sus experimentos. Se trata de someterlos a diferentes temperaturas y analizar cómo podrían reaccionar al calentamiento en esta zona provocado por el cambio climático. Pero las aguas están muy mezcladas al Norte de Spitbergen (en el archipiélago de las Svalbard, Es una zona de corrientes en ambas direcciones: por el estrecho de Fram (entre Groenlandia y estas islas), por donde entra agua atlántica y sale agua ártica en la cuenca oceánica más septentrional del planeta.

Mientras el grupo de zooplancton, cuya investigación exige condiciones más estrictas, se afana con numerosos sondeos para encontrar sus C. glacialis (a bordo, por ejemplo, buscan hembras entre los ejemplares capturados y, con ayuda de microscopio, extraen minúsculos huevos que utilizan en sus experimentos), el resto de los equipos científicos obtienen sus muestras con más facilidad. Las investigadoras portuguesas que se ocupan de la genética de los microorganismos marinos están encantadas por la abundancia de algas que están encontrando, el medio idóneo para sus experimentos. Los que quieren caracterizar el hábitat mediante diferentes parámetros y especies, no necesitan que el agua sea exactamente ártica y siguen con su trabajo normal, explica el biólogo español Jorge Felipe Álvarez. Regino Martínez, con sus análisis de volátiles en el agua, y Johnna Holding, que comparten laboratorio, están constantemente afanados en su trabajo que incluye procesos de ultralimpieza de los muchísimos envases de todos los tamaños que utilizan para conservar sus muestras de agua.

La búsqueda de C. glacialis centra la mayoría de las conversaciones científicas a bordo, pero de vez en cuando algún acontecimiento acapara la atención general, como el avistamiento de unas morsas esta mañana, a eso de las nueve, en las proximidades de una isla que es refugio natural protegido de esos animales. Un ejemplar, gordo, estaba tumbado en un placa a unos cien metros del Jan Mayen, que ha aminorado su marcha, pero la morsa no se ha inmutado. A unos 300 metros una otros cuatro indivíduos juntos (dos adultos, grandes, uno de tamaño intermedio y otro pequeño) estaban también en el hielo. También se han visto varias focas desde el barco.

Aunque parezca una periferia remota del planeta, el Ártico juega un papel central en el sistema Tierra, afirman los científicos. El agua que entra a esta cuenca desde el Pacifico y desde el Atlántico, saliendo luego hacia este último, condiciona la circulación oceánica mundial y, por tanto las temperaturas en gran medida. Por ello conocer el Ártico resulta esencial, y los cambios acusados que se están registrando aquí han llamado la atención de los expertos de cambio climático como regulador que ayude a explicar y a predecir, la respuesta global al calentamiento. El proyecto europeo de cambios bruscos, en el que se inscribe la actual campaña del Jan Mayen proporcionará abundante información para comprender y modelizar la dinámica de los ecosistemas aquí, sobre todo en el Mar de Barents, así como las corrientes marinas y las condiciones del entorno, de cara a predecir su futuro en un planeta que sufre calentamiento.

Pero el Ártico en su conjunto se ha investigado poco, parcialmente, de modo desigual y, en la vertiente rusa, con muchas dificultades de acceso y/o escasa información, explica Paul Wassman, jefe de la campaña y coordinador principal del proyecto. La zona de Alaska y de Canadá, la vertiente de Groenlandia y de Noruega, están, y han estado históricamente más abiertas a la ciencia, aunque la escasez de recursos en el pasado se ha traducido en pocas investigaciones, comparativamente con otras regiones del planeta. La escasez ha sido notoria sobre todo en lo que se refiere a estudios biológicos porque la geofísica ha sido más activa por lo que supone para la prospección de recursos, con estudios ecológicos añadidos que los gobiernos han obligado. Ahora, con el cambio climático, el Ártico se ha convertido en una prioridad en todas las especialidades.

Aún así, parece que los intereses económicos determinan la dinámica del ártico casi tanto como las corrientes y los vientos. Rusia sigue manteniendo las restricciones para las campañas científicas, aunque no tanto como en el pasado, cuando estaba prohibido el acceso a su plataforma continental y apenas se hacía pública la información obtenida por los científicos soviéticos. Ahora no está prohibido hacer campañas en la vertiente rusa del Ártico, pero el precio altísimo que piden los rusos por tonelada de barco que navegue por sus aguas -por el alto coste que tendrían las operaciones de rescate si fueran necesarias, argumentan los rusos- son disuasorias para los científicos de otros países, comentan los expertos. En proyectos internacionales como el que se desarrolla a bordo del Jan Mayen, en el mar de Barents, la colaboración de los científicos de diferentes países con colegas rusos -tres están a bordo- no plantea problema alguno de colaboración y trabajo conjunto.

No hay que olvidar, que en el Ártico, al que se asoman cinco países, se calcula que está una parte considerable de las reservas del planeta aún por descubrir de gas y petróleo. La cuenca tiene extensas plataformas continentales mucho más allá de las 200 millas y, según los acuerdos internacionales, los estados ribereños tienen derecho a reclamarlas si justifican y detallan su existencia.

La posibilidad de alcanzar un acuerdo internacional para el Ártico como el que protege la Ántártida, definiéndola como un continente para la ciencia, parece muy improbable, considera Wassman.

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