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De ridiculizarlas a reivindicarlas: la evolución de las ‘groupies’ en la música

En el ensayo ‘Fucked feminist fans’ de Leyre Marinas analiza el papel del ‘fandom’ femenino en la música

Anita Pallenberg y Mick Jagger
Anita Pallenberg y Mick Jagger en 1968.Andrew Maclear (Redferns)

En el ensayo Fucked Feminist Fans. Los orígenes del #MeToo desde la cultura pop musical (Dos Bigotes), la doctora en periodismo Leyre Marinas reivindica y estudia el fenómeno de las groupies. “El término ha evolucionado: surgió de la misoginia de los periodistas musicales de la revista Rolling Stone en 1969. Hoy designa a iconos de la cultura pop”, explica Marinas. En aquel reportaje fundacional titulado The Groupies and Other Girls se podía leer: “Cazó a su hombre. ¡Era el tío que todas iban buscando y ella se lo quedó!”. La activación del concepto fue un producto machista de la industria musical orquestado por periodistas. O como escribe Marinas en el ensayo, “una romantización de actitudes machistas de los ídolos hacia sus seguidoras”. Un ambiente social y cultural en el que los músicos controlaban el deseo sexual femenino, escogiendo cuándo, cómo y dónde follar.

Según la Fundéu, las grupies son los seguidores de cantantes, grupos musicales, deportistas u otros personajes populares. El diccionario Oxford matiza: “especialmente una mujer joven, que sigue a músicos [...] y trata de conocerlos”. El Collins va más allá: “una joven fanática de grupos [...] que los sigue a menudo con la esperanza de lograr intimidad sexual”. Revistas como Vogue o Vanity Fair celebraron su estética y convirtieron en iconos pop a Edie Sedgwick, Marianne Faithfull o Anita Pallenberg, un emblema de misterio, exceso y glamur que ha sido altamente prejuiciado.

La portada de 'Fucked feminist fans'.
La portada de 'Fucked feminist fans'.

Durante décadas se ha ridiculizado a las fans como productos de la industria cultural bajo el arquetipo de histéricas y neuróticas obsesionadas con sus ídolos. “Una imagen paternalista y despectiva. Las fans no solo apoyan, sino que también denuncian dinámicas de poder tóxicas en el sector. Generan debates en redes, contenido, pódcasts… Por suerte, la visión está cambiando y cada vez se toma más en serio su papel dentro de la cultura pop”, plantea Marinas.

Edie Sedgwick, con body de Venus y medias de Givenchy fotografiada en 1966.
Edie Sedgwick, con body de Venus y medias de Givenchy fotografiada en 1966.Gianni Penati (Conde Nast via Getty Images)

Los fandoms son comunidades fundamentales dentro de la industria musical y cinematográfica, no solo porque defienden a sus ídolos, sino porque también visibilizan abusos sistémicos. “El fandom mueve montañas. Lo vimos con #FreeBritney: sin la presión de sus fans, probablemente Britney Spears seguiría bajo la tutela de su padre”. Las comunidades de fans también luchan contra el sexismo. “Detectan casos de violencia y los exponen en redes, lo que puede cambiar la percepción pública de lo que sucede en la industria musical o cultural. Gracias a ellas, cuestiones como el acoso de los paparazzi o los abusos en la industria han sido visibilizados y debatidos a gran escala”.

El movimiento Riot Grrrl, nacido en los 90 en Estados Unidos, fusionó el punk con el activismo feminista y la cultura do it yourself (DIY). Sus letras denunciaban la violencia de género, la cultura de la violación y la falta de espacios para las mujeres en la escena musical. Bandas como Bikini Kill, Bratmobile o Sleater-Kinney se convirtieron en referentes del feminismo musical. “Riot Grrrl fusionó el activismo callejero, la música, la cultura pop y el punk con el pensamiento académico, convirtiéndose en un altavoz con el que muchas personas pudieron identificarse”, señala Marinas. Sus canciones eran un grito político que visibilizaba las violencias que muchas mujeres han experimentado. Convirtieron su rabia en música con una base teórica sólida. En los 90, los medios de comunicación inauguraron la etiqueta de Angry Young Women para intentar desprestigiar a las cantautoras que narraban sus vivencias.

“Artistas como Alanis Morissette fueron encasilladas en esta categoría por cantar sobre desamor o rabia, algo que se consideraba normal en un cantautor masculino, pero que en una mujer resultaba incómodo. Para la prensa musical de la época, no había nada más molesto que una mujer expresando su enfado y su dolor de forma directa”. Aunque muchas de estas artistas lograron el éxito, la etiqueta sirvió para restar valor a su talento y a sus testimonios, perpetuando la idea de que eran ‘desquiciadas’ en lugar de creadoras legítimas.

En 2005; es decir, doce años antes del #metoo, Courtney Love denunció públicamente los abusos sexuales del productor Harvey Westein. “Pero nadie la creyó. Aunque todos sabían lo que estaba sucediendo, nadie le dio importancia. Afortunadamente, estas denuncias se están recuperando”, afirma Marinas. En su libro, la investigadora recupera y reivindica a las artistas y sus testimonios. “Muchas vieron sus carreras truncadas. Las alejaron o se alejaron ellas porque no les quedaba otra”, asegura.

Courtney Love en una foto de 1990.
Courtney Love en una foto de 1990.KMazur (WireImage)

Con el MeToo, el Yo sí te creo, la sororidad, la mayor presencia de mujeres en los medios de comunicación y gracias a la virulencia de las redes sociales, los testimonios se convirtieron en protagonistas. Una revolución que visibiliza, pero no logra erradicar las dinámicas de poder. “En este punto no creo que haya habido ningún cambio después del MeToo: muchas de las denuncias son casos actuales”, afirma Marinas. A finales de 2024, por ejemplo, los medios se hacían eco de las decenas de testimonios recogidos en la cuenta de Instagram Denuncias Granada, donde varias mujeres acusan a los raperos Ayax y Prok de agresión sexual, acoso y maltrato: describen episodios de violencia, control y violaciones.

“Existe una perpetuación, vivimos en un patriarcado y cambiarlo va a costar mucho: es una cuestión estructural. Lo vemos claro con todas las denuncias que salen en Instagram, en cuentas como las de Cristina Fallarás, o dependiendo del sector o del gremio”, plantea la experta. La organización y la unión de las mujeres es imparable. “Debemos seguir quejándonos, apoyando a las víctimas, porque si fuera por estas industrias culturales, no iba a cambiar nada”, sentencia Marinas.


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