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Anatomía del orgasmo femenino: el clítoris manda, pero no lo es todo

La ciencia empieza a desentrañar siglos de mitos y desconocimiento sobre el disfrute sexual de las mujeres

El mundo ha vivido ajeno, durante siglos, al disfrute sexual de las mujeres. Ni se tenía en cuenta en la cama ni se estudiaba el tema de puertas afuera de la alcoba. Un misterio todo. Un enigma.
El mundo ha vivido ajeno, durante siglos, al disfrute sexual de las mujeres. Ni se tenía en cuenta en la cama ni se estudiaba el tema de puertas afuera de la alcoba. Un misterio todo. Un enigma.Cinta Arribas
Jessica Mouzo

Cuenta la periodista científica Rachel E. Gross en su libro Vagina Obscura que el mundo ha logrado grandes cosas en este siglo, como llevar un robot a Marte o engendrar un niño con tres progenitores. “Pero todavía no hemos sido capaces de entender la composición del moco vaginal”, lamenta. Hay ahí una brecha de conocimiento enquistada, la que abarca todo lo relacionado con la anatomía genital y el disfrute sexual de la mujer, que no acaba nunca de cerrarse. Y para muestra, otro botón: las mujeres tienen un órgano destinado solo a dar placer (el clítoris), una fabulosa estructura anatómica que ya fue localizada por Hipócrates, padre de la medicina, hace más de 2.000 años. Sin embargo, no fue hasta 1998, anteayer en la escala del tiempo, que la ciencia describió con precisión su anatomía. “Llegamos a la Luna antes de lo que conocimos la anatomía completa del clítoris”, sentencia Georgina Picas, matrona y sexóloga del Hospital del Mar.

El mundo ha vivido ajeno, durante siglos, al disfrute sexual de las mujeres. Ni se tenía en cuenta en la cama ni se estudiaba el tema de puertas afuera de la alcoba. Un misterio todo. Un enigma. Eso ha sido —y sigue siendo, en gran medida— el orgasmo femenino. “Un agujero negro de desconocimiento”, sintetiza Picas. Sumergido en mitos y leyendas, condenado, a veces, al ostracismo por obsceno e impío, o ninguneado por una medicina predominantemente androcéntrica, el placer sexual de la mujer empieza todavía ahora a reclamar su sitio en la historia.

La ciencia ha comenzado a desentrañar ese pozo de inopia —por fin se conoce con bastante nitidez la anatomía del clítoris e incluso se atisba cómo opera el disfrute a nivel cerebral—, pero el conocimiento todavía está en pañales. Queda mucho camino por andar, en la ciencia y también en la calle: a pesar de tener un órgano destinado a dar placer, hasta un tercio de las mujeres no experimenta el clímax sexual en las relaciones íntimas. ¿Por qué? Estigma, desconocimiento y la inmensa mochila de tradición y culpa.

El orgasmo es, en palabras de la sexóloga clínica Francisca Molero, una fase de la respuesta sexual. En concreto, “una percepción subjetiva de un pico de placer intenso derivado de una situación sexual”. Es una sensación individual en la que interviene, advierte, “la motivación interna que se puede tener para querer sentir y aceptar ese placer”.

Querer y aceptar el disfrute es clave y ahí puede estar parte de la explicación a esa brecha orgásmica entre hombres y mujeres a la que apuntan los estudios: una investigación con más de 52.000 personas reveló que el 95% de los hombres heterosexuales aseguraban tener orgasmos usualmente o siempre que tenían intimidad sexual; en el caso de los hombres homosexuales o bisexuales, esta cifra se situaba en el 89% y el 88%, respectivamente; en las mujeres lesbianas, eran el 86%; pero en las mujeres bisexuales y heterosexuales, solo dos tercios experimentaban orgasmos siempre o casi siempre que tenían relaciones sexuales.

Molero, que es directora del Instituto Iberoamericano de Sexología y sexóloga clínica en la Clínica Máxima de Barcelona, conviene que esta brecha orgásmica está relacionada con el proceso de aprendizaje de la respuesta sexual: para ellos, explorar el placer sexual ha sido “más fácil porque socialmente está más aceptado” que para ellas; y, además, anatómicamente incluso, los genitales están más a la vista y es más sencillo reconocerlos y experimentar con ellos. “Cuando te estimulas por primera vez un órgano genital, no llegas al orgasmo porque necesitas un aprendizaje, una exposición y centrarte en las sensaciones. El problema de la mujer es el desconocimiento y la falta de adiestramiento, aunque esto último parece que está cambiando porque la masturbación femenina ahora es más visible”, reflexiona.

La intromisión del pensamiento cognitivo

El disfrute sexual femenino se reivindica y se estudia cada vez más, pero hay muchas variables que pueden entrometerse en el camino hacia el orgasmo. Molero asegura que “el mayor enemigo” de esa percepción subjetiva de placer intenso es “dejar de sentir el estímulo sexual y meter el pensamiento cognitivo”: “La respuesta sexual fluye cuando la dejas fluir. Si metes un pensamiento cognitivo, interrumpes el estímulo erótico y bloqueas la respuesta”, abunda.

No hay evidencia científica, dice, de que a las mujeres les cueste más desconectar y centrarse en el disfrute sexual. Pero quizás la carga mental es mayor. E influye, por supuesto, el contexto cultural y el sesgo de género: “No tenemos el aprendizaje de dejarnos llevar y aceptar el placer como venga. El orgasmo tiene que ver con el permiso que me doy de disfrutar, con el conocimiento que tengo del propio cuerpo y lo que me excita y lo que no; con la persona con la que comparto esas relaciones, que puede tener habilidades eróticas o no; y luego influye la parte biofísica, que esté en buenas condiciones, pero no es verdad que las mujeres tengan la sexualidad en la cabeza y los hombres en los genitales. La vivencia sexual es integral”, agrega la sexóloga clínica.

Todas las partes del cuerpo son susceptibles de ser erógenas y juegan un papel clave en la excitación sexual. El clítoris, ese órgano destinado a dar placer, manda mucho en la respuesta sexual, pero no está solo ni lo es todo: “Las mamas, los genitales o los besos también son muy importantes, pero el órgano más grande es la piel. Y la piel, en esos momentos, cambia. Se enrojece, cambia para sentir con más intensidad las caricias”, ejemplifica Molero.

No tenemos el aprendizaje de dejarnos llevar y aceptar el placer como venga. El orgasmo tiene que ver con el permiso que me doy de disfrutar”
Francisca Molero, sexóloga clínica

Como una especie de orquesta, todo el organismo se pone en alerta para remar a favor de obra en una compleja melodía que la ciencia todavía está empezando a perfilar con precisión. A propósito, precisamente, del clítoris, los científicos han descubierto que este órgano es mucho más que esa parte carnosa y eréctil que asoma en la vulva; internamente, abraza también la vagina y la uretra y está repleto de terminaciones nerviosas. Un estudio de 2022 ha calculado que tiene más de 10.000 fibras nerviosas.

El estudio científico del clítoris ha ayudado a desmontar uno de los grandes mitos en torno al disfrute sexual femenino: los llamados orgasmos clitorianos y vaginales. Fue el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, el que estableció esa distinción, catalogándolos a los primeros como propios de mujeres inmaduras y a los orgasmos logrados a través de la penetración como experiencias de placer características de mujeres maduras y sanas. Picas niega la mayor: “La ciencia es contundente. No hay dos tipos de orgasmos. Esa distinción ha sido una manera de validar una forma de orgasmo y desautorizar otra. Pero lo que se ha visto es que, cuando hablamos de orgasmos vaginales, solemos hablar de una fricción clitoriana interna”.

En todo caso, ahonda Laura Ribera, ginecóloga del Hospital Clínic de Barcelona y experta en sexología, “el orgasmo termina siendo diferente según la persona, el contexto y el estímulo que lo está desencadenando”. Molero coincide y pone un ejemplo: “Hay mujeres que han tenido orgasmos con la penetración por estimulación indirecta de esa parte [del clítoris], pero también por movilización cervical a través del nervio vago”. Puede haber también orgasmos no vaginales, solo por estimulación de las mamas, por fantasías o soñando, por ejemplo.

El punto G: ni punto ni G

Otro mito desarmado por la ciencia es el punto G, considerado durante décadas una zona específica de la vagina altamente erógena. “Existe, pero no es un punto ni se llama G”, abrevia Emmanuelle Jannini, profesor de Endocrinología y Sexología Médica de la Universidad de Roma Tor Vergata. El científico ha estudiado en profundidad esta región vaginal y, en un artículo publicado en la revista Nature Reviews Urology, advierte de que “no se ha identificado ninguna estructura única que consiste en un punto G”, pero recalca también que “la vagina no es un órgano pasivo, sino una estructura altamente dinámica con un papel activo en la excitación sexual y las relaciones sexuales”. Así, el llamado punto G (por Gräfenberg, apellido del investigador que lo acuñó) responde en realidad a las complejas relaciones anatómicas e interacciones dinámicas entre el clítoris, la uretra y la vagina —complejo clitouretrovaginal, lo llama—. Toda esa área, “multifacética”, dice, “cuando se estimula adecuadamente durante la penetración, podría inducir respuestas orgásmicas, pero no necesariamente en todas las mujeres, ya que existe una variabilidad anatómica considerable en esta región”.

El cuerpo cambia durante la estimulación sexual y el orgasmo, abunda Molero: “Cuando una persona acepta el estímulo sexual y acepta que se está excitando mentalmente o a través del clítoris, la vagina y la vulva empiezan a cambiar, pero no saben si va a haber penetración o no: hay un aumento de los labios y la coloración, más lubricación, la vagina se alarga y se ensancha...”, relata. Además, ante un orgasmo genital, se producen también contracciones a nivel uterino y en la trompa y una especie de pulsos en la vagina.

Los avances de la ciencia en el estudio del orgasmo femenino también han permitido describir cómo vive el cerebro esa explosión de placer sexual. “Es una tormenta bioquímica”, resume Molero. Se activan núcleos de dopamina, que es la hormona del placer, pero también se liberan endorfinas, neurotransmisores vinculados con el bienestar. Y oxitocina y vasopresina, que son moduladores de la serotonina —un neurotransmisor muy relacionado con el control de las emociones y el estado de ánimo—. “A nivel cerebral, en condiciones normales, el cerebro está en situación proactiva para sentir placer. Hay diferentes zonas cerebrales implicadas: se activan áreas relacionadas con el placer, como el núcleo caudado y el putamen; en cambio, la parte prefrontal, relacionada con el raciocinio, se desactiva cuando no tenemos miedo y estamos concentrados en sentir placer”, explica la sexóloga clínica. Una investigación con resonancia magnética funcional reveló en 2017 que amplias regiones corticales, subcorticales y del tronco del encéfalo alcanzan niveles máximos de actividad durante el orgasmo.

Orgasmo femenino
El orgasmo de Meg Ryan en la película 'Cuando Harry encontró a Sally'.

Sin embargo, matiza Molero, hay otras variables biofísicas que también interfieren en la evolución natural de esa tormenta bioquímica que aboca al orgasmo: “El cerebro está predispuesto al placer y si se inhibe, es porque hay algún problema, por ejemplo, porque anatómicamente algo nos bloquea”, ejemplifica. Algunas condiciones de salud, como la diabetes o la hipertensión, puede generar problemas de excitación. Y también determinados fármacos, como los antidepresivos o los antihipertensivos, tienen capacidad de alterar la función sexual. “Cuando me dejo llevar, mi sistema prefrontal está un poco desactivado: mi amígdala está inhibida porque no estoy alerta. Pero, a veces, no llegamos al orgasmo porque la parte cognitiva —por educación, culpa o creencias erróneas— me bloquea esa sensación de sentir y la liberación de neurotransmisores. Además, en el cerebro también hay influencia hormonal, de testosterona y estrógenos: así, si tengo una bajada hormonal [en la menopausia, por ejemplo] o los receptores de estrógenos no están en condiciones o tengo hipertiroidismo, es posible que no sienta lo mismo”, expone Molero.

El clítoris no caduca

En lo que sí insisten las sexólogas consultadas es que el disfrute sexual femenino puede producirse a cualquier edad. “El clítoris no caduca”, sentencia Ribera. Ni el clítoris ni el cerebro ni la capacidad de excitación sexual. Sí se producen cambios anatómicos en determinadas circunstancias, pero eso no prohíbe el placer: en la menopausia, por ejemplo, hay un descenso de estrógenos que puede influir en la libido o cuadros de sequedad vaginal u otras manifestaciones que afecten o modulen la experiencia sexual. Pero esa época también puede vivirse como una oportunidad, conviene Picas: “Nos han dicho que la sexualidad en la vejez no es válida. Y no es verdad. Puede ser un momento de liberación”.

Los expertos consultados apuntan que cada vez se conoce más cómo opera el orgasmo femenino, pero ni mucho menos está todo resuelto. El origen del este fenómeno, por ejemplo, es todavía controvertido: no es imprescindible para el éxito reproductivo femenino, pero hay teorías que señalan cierto papel en la reproducción, pues los pulsos vaginales podrían facilitar un ascenso del esperma hacia el útero; otros estudios tildan este pico de placer como un vestigio evolutivo de un sistema antiguo, visto en algunos otros mamíferos, en el que el coito estimulaba importantes oleadas hormonales que impulsaban la ovulación. “Tantos esfuerzos por explicar un enigma darwiniano… Me temo que ninguna teoría convincente es lo suficientemente fuerte”, sopesa Jannini en una respuesta por correo electrónico.

El científico italiano sostiene que “el clítoris, la vagina y sus conexiones, son todavía grandes desconocidos”. Y plantea preguntas que todavía pululan sin respuesta: “¿Es cierto que algunas mujeres eyaculan durante el orgasmo? ¿Por qué el orgasmo femenino no es necesario para la reproducción?”. Molero agrega otras dudas: “Nos falta saber los valores vasculares normales del mapa del clítoris y también cómo influyen los diferentes receptores hormonales”.

A pie de calle, las voces consultadas coinciden en que el autoconocimiento es una herramienta clave para romper las barreras que todavía se levantan en torno al disfrute sexual femenino: “El placer se construye, se aprende. Tenemos el potencial, pero lo vamos aprendiendo”, subraya Molero. Y recuerdan que el orgasmo tiene efectos neurofisiológicos importantes: “Relajación, efectos antidepresivos, reducción del dolor, aumento de testosterona, endorfinas y oxitocina y finalmente activación de las áreas centrales dopaminérgicas”, enumera Jannini. La directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, por su parte, incide también en que “el placer es el motor para la vida”: “Esa situación de placer que se produce cuando se liberan neurotransmisores y hormonas es lo que nos hace tener interés por la vida. La actividad sexual nos ayuda a regular nuestro estado emocional: la activación de los circuitos de recompensa es fundamental para la vida”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.
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