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Cáncer mujeres
Tribuna
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Cáncer y patriarcado

Vivimos en un sistema social que genera asimetrías de poder, en términos de información, control de los recursos y llegar a un tratamiento óptimo

Mamografía en un hospital de Alta Saboya, Francia.
Mamografía en un hospital de Alta Saboya, Francia.BSIP (Universal Images Group via Getty)

El diagnóstico de cáncer nunca es neutral. Esta es una realidad que ignoran muchas mujeres con cáncer. Y no es porque su enemigo sea el hombre, sino un sistema social que genera asimetrías de poder, en términos de información, control de los recursos y toma de decisiones, que disminuye las oportunidades de las mujeres para comprender sus riesgos, tomar medidas para prevenir el cáncer, encontrar recursos para la detección inicial cuando los cánceres son detectables precozmente, y llegar a un tratamiento óptimo, cuando se dispone de él. Frente a este sistema, cada día más profesionales de la salud y ciudadanos reclaman un enfoque más justo de la atención oncológica para eliminar la desigualdad de género, tanto para las mujeres que padecen cáncer como para aquellas que cuidan a quienes lo padecen.

Mientras escribía Cuando el mundo se detiene. Cáncer: del mito a la esperanza, repasando las historias de muchas pacientes de cáncer de mama, a quienes dedico el libro, y las reflexiones de activistas y feministas como Audre Lorde, Anne Boyer y Susan Sontag sobre sus propios tumores, comprendí, de nuevo, que las mujeres tienen más probabilidades de morir de un cáncer específico de la mujer que los hombres de morir de un cáncer específico del hombre. Y aunque existe una vacuna contra el virus del papiloma humano, que produce tumores del útero, en muchos países del mundo no se instauran las medidas políticas y administrativas para vacunar a las niñas y adolescentes, y tampoco se promueve el diagnóstico precoz de este cáncer, que aún sigue llevándose muchas vidas, incluyendo, recientemente, la de Sherika de Armas, ex—miss Uruguay, que solo contaba con 26 años de edad.

Un informe titulado Mujeres, poder y cáncer, publicado hace pocas semanas en The Lancet, ha recogido testimonios de mujeres de 185 países de todo el mundo en los que el cáncer es una de las tres primeras causas de mortalidad prematura (muertes antes de los 70 años) y, basándose en esos datos, apunta directamente al patriarcado como un sistema social que dificulta la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de las pacientes con cáncer.

En oncología, sin investigación no hay avance. La dinámica del patriarcado es responsable de la infrarrepresentación de las mujeres en la investigación sobre el cáncer. Si examinamos la Unión Internacional para el Control del Cáncer, con sede en Ginebra, una organización que agrupa a 185 instituciones incluyendo hospitales, otros centros de tratamiento e institutos de investigación, comprobamos que, en esa organización de liderazgo en la comunidad del cáncer solo el 16% de las entidades están dirigidas por mujeres. Es decir, que las mujeres no participarían directamente en las decisiones tomadas en más del 80% de las instituciones representadas.

Y eso no es todo, los científicos que investigan cáncer han de publicar para comunicar avances en la investigación y también para defender su puesto de trabajo y promocionarse en la carrera profesional, pero menos del 20% de las 100 principales revistas de investigación sobre el cáncer tienen una editora jefe. Obviamente, muchas mujeres capaces siguen sin tener oportunidades de liderazgo debido a prejuicios de género, que condicionan la falta de apoyo o tutoría, y al acoso en el lugar de trabajo. No vamos a olvidarnos aquí de que la Premio Nobel de Medicina de este año, Katalin Karikó, fue degradada varias veces e incluso forzada a jubilada antes de tiempo. ¿Cuántos Premios Nobel de Medicina varones han sufrido este mismo trato por un sistema tan ignorante del auténtico valor de las científicas?

Y cabe preguntarse, ¿si no fuese tan marcada la asimetría entre el poder de decisión de los hombres y las mujeres, habríamos avanzado más en el tratamiento de tumores que afectan principalmente a las mujeres como el de mama y el de ovario? Y luego están los otros factores de discriminación. Según la Sociedad Americana de Cáncer, la incidencia de cáncer en mujeres de raza negra es más baja que la de las mujeres de raza blanca y, sin embargo, el porcentaje de muertes es un 40% más alto en las pacientes de color. El pronóstico del cáncer de una madre en una familia monoparental es peor que el de una mujer casada. Y el pronóstico empeora aún más si la paciente pertenece a un nivel socioeconómico bajo.

En algunos países, el patriarcado crea núcleos de familia donde las mujeres no tienen acceso al conocimiento, por lo tanto, no participan en las decisiones sobre sus enfermedades, y tampoco controlan los ingresos, con lo que no pueden decidir sobre el tratamiento. Muchas veces acuden al médico con un cáncer avanzado, sencillamente, porque no les quedó más remedio. No se trata solo de países donde se margina violentamente a las mujeres y se las encarcela por exigir sus derechos, como a la Premio Nobel de la Paz de este año, Narges Mohammadi, o de países donde predominan antiguos estigmas del cáncer. La asimetría es también obvia en países desarrollados. Es una dinámica de poder anómala y universal que tiene efectos globales.

Si el cáncer es una epidemia, solo la prevención, no el tratamiento de los individuos, podría detenerla. Existen muchos fondos para investigar el cáncer de mama. Pero la mayoría del dinero se centra en el tratamiento. Y seguimos sin entender mucho sobre cuáles son los factores de riesgo para este cáncer, uno de los tumores más frecuentes en el mundo. Tenemos que profundizar más en la investigación sobre la prevención, porque no entendemos suficientemente los riesgos emergentes, como podrían ser productos de higiene y cosméticos que se comercializan casi exclusivamente para mujeres, en ocasiones basados en nociones patriarcales y racistas de la belleza. ¿Qué efectos tienen esos productos sobre la salud de las mujeres a largo plazo? El ejemplo de los polvos de talco, que las mujeres usaban para su higiene íntima y que se ha correlacionado con el cáncer de ovario, debería ser una señal de alarma imposible de ignorar. Después de décadas de tratamientos hormonales para las mujeres, ahora vemos la lenta aparición de productos anticonceptivos destinados al hombre.

Las mujeres interactúan con el cáncer de formas complejas. Además de ser pacientes de cáncer, como personas sanas o enfermas participan en múltiples actividades: prevención y detección del cáncer, cuidadoras de familiares y amigos, activistas en fundaciones, trabajadoras y profesionales sanitarias, investigadoras en los laboratorios y responsables políticas en materia de cáncer. En todos estos ámbitos, las mujeres experimentan prejuicios de género y están sujetas a formas de discriminación que se solapan entre sí, como las debidas a la edad, la raza, la etnia, la situación socioeconómica, la orientación sexual y la identidad de género, que se combinan y solapan para marginarlas estructuralmente. Al mismo tiempo, estos factores sirven para sobrecargar injustamente y perpetuar una fuerza de trabajo no remunerada de cuidadores de pacientes con cáncer, que es predominantemente femenina, y obstaculizan el avance profesional de las mujeres como líderes en la investigación, la práctica de la oncología y la formulación de políticas sobre el cáncer.

Está claro que el pronóstico del cáncer no solo está influido por la genética de las pacientes y las características celulares y moleculares del tumor: una multitud de factores socioeconómicos y políticos influyen en su pronóstico. Y una de las causas más frecuentes de las muertes prematuras de mujeres con cáncer según las conclusiones de estudio de Lancet no está relacionada con un fenómeno clínico, sino con el patriarcado, cuya perniciosa lógica impregna la conducta y las decisiones tanto de los hombres como de las mujeres, porque, no lo olvidemos, ambos son responsables de su mantenimiento y actividad. Por todo ello, el diagnóstico de cáncer nunca es neutral.

Juan Fueyo es investigador de cáncer, Fellow de la Academia Estadounidense de Neurología y Fellow de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia.

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