El regreso a Bruselas de Josep Borrell
El ministro ha intentado situar a España en el núcleo duro de la UE y es una de las voces más rotundas sobre el desafío independentista
Brillante, articulado, lenguaraz, heterodoxo. Combativo siempre. Y con un punto de altivez que de vez en cuando le perjudica. Josep Borrell (La Pobla de Segur, Lleida, 1947) se unió al Gobierno de Pedro Sánchez hace unos meses y a sus 71 años se encamina hacia una nueva aventura: ser cabeza de cartel del PSOE en las elecciones de mayo al Parlamento Europeo, institución que presidió entre 2004 y 2007, justo antes de la Gran Recesión, y que está a las puertas de una sacudida de gran magnitud si el 26M se confirma que los ultras siguen ganando peso en Europa. Socialdemócrata clásico y europeísta convencido, Borrell ha lidiado como ministro de Exteriores con la crisis de Venezuela, ha intentado que Europa hablara con voz propia en América Latina, ha tratado de expandir los horizontes tradicionales de la política exterior española —con su reciente viaje a la India, por ejemplo—y ha intentado situar a España en el núcleo duro de la UE. Y desde el primer día ha utilizado ese pedestal para influir en la crisis catalana: lo primero que hizo como ministro fue convocar a los corresponsales extranjeros en Madrid para combatir el relato del independentismo y la supuesta leyenda negra española. Le precedía una merecida fama de defensor del constitucionalismo en su tierra: el referéndum es “un golpe de Estado sin tanques, que derribó un orden legítimo para imponer otro sin las mínimas garantías”, aseguraba a este excorresponsal europeo en septiembre de 2017.
Hijo de un panadero de La Pobla de Segur —pueblo al que apenas puede volver por su activismo antinacionalista— ingeniero, máster por varias universidades, doctor en Economía y dueño de un currículo que no cabría en una sábana de matrimonio, Borrell ha sido diputado, secretario de Estado de Hacienda, ministro de Obras Públicas, efímero candidato a la presidencia del Gobierno, eurodiputado y presidente del Parlamento Europeo. Y tras dejar Bruselas dirigió el prestigioso Instituto Europeo de Florencia y fue consejero de Abengoa hasta incorporarse a Exteriores. En ese periplo no todo son luces. El hoy candidato a las europeas se enfrentó y ganó contra todo pronóstico al aparato del PSOE a finales de los 90, tras derrotar en primarias a Joaquín Almunia, pero tuvo que dar un paso al lado al descubrirse que dos de sus colaboradores en el Ministerio de Hacienda habían cometido irregularidades fiscales. También tuvo que dejar el Instituto Europeo cuando se supo que no había comunicado que a su vez era consejero de Abengoa. Y, ya en el Gobierno, la Comisión Nacional del Mercado de Valores le impuso una multa de 30.000 euros por un feo asunto: el uso de información privilegiada en la venta de acciones de Abengoa, de la que era consejero, en un momento crítico para la firma. Tres borrones para la radiante trayectoria de una de las cabezas mejor amuebladas de la política española.
Borrell es un tipo viajado. Habla cinco lenguas. Cita a Keynes y a Minsky si hay que hablar de la crisis de nuestras vidas, la Gran Recesión, y a Kelsen y Malaparte si hay que debatir de la otra crisis de nuestras vidas, el desafío independentista, que en privado suele calificar como “nuestro populismo” o como “una evolución lógica de la naturaleza ambigua del pujolismo”. “Europa es un nunca más”, dijo una vez en una de sus frecuentes visitas a Bruselas para presentar uno de sus libros: lo afirmaba en sentido literal, ante la necesidad de aprender de la historia para no repetirla, pero también irónicamente. Borrell aseguraba que ya presidió una de las instituciones de la Unión, y que por ese motivo no tenía intención de volver a la capital de Europa. Pero vuelve. Deja la atmósfera agitada, sofocante, febril y tormentosa de la política española por la no menos agitada, sofocante, febril y tormentosa política europea. Aunque su papel en esa obra dependerá de numerosas incógnitas: de quién gobierne en España, de su resultado el 26-M y de las coaliciones para armar la próxima Comisión. En su futuro, en fin, hay más condicionales que en aquel poema de Kipling.
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