Ir al contenido
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuento de Navidad

Estos días, el recuerdo de Charles Dickens se escapa de la biblioteca, entra en el ascensor y me acompaña por la ciudad

Peliculas navideñas

Cuando salgo a la calle en estos días de Navidad, el recuerdo de Charles Dickens se escapa de la biblioteca, entra en el ascensor y me acompaña por la ciudad. La literatura, igual que las bibliotecas personales, conforma un solo libro, y los recuerdos vienen y van a través de la memoria. María Zambrano me enseñó que la escritura sirve para socializar las soledades, y Dickens me ayuda a tomar conciencia de todas las soledades que habitan las canciones y los tumultos de la fiesta. Una multitud, también lo dijo Baudelaire, puede ser un conjunto de soledades. Los escaparates, el tumulto de los comercios y los restaurantes, el precio del menú navideño para las comidas de empresa, los anuncios de televisión y las luces de la fiesta, se me llenan de mendigos. La pobreza está ahí, como una cicatriz en cualquier alegría compartida, pidiendo una limosna por amor de Dios. Para acabar de complicar las cosas, se ponen a mendigar también los recuerdos más íntimos, los pasillos de hospital, las pérdidas, las distancias y las horas de manta y silencio en una casa desamparada.

Por eso se agradece que la imaginación de Dickens nos acompañe con su Cuento de Navidad. El ruido de las fiestas llega a convertirse en una canción humana creíble, vuelve a casa, sube las escaleras y se sienta en la biblioteca con nosotros. Será posible que el avaro, contador de monedas con una obsesión agresiva, despierte mañana dispuesto a ayudar al niño enfermo que agoniza en un hospital por falta de recursos. Y será posible que el avaro abandone la soledad posesiva de su riqueza para compartir la mesa de la gente, el pan y el agua de los más necesitados, como hizo el niño Jesús cuando la realidad lo convirtió en Cristo. Mi imaginación, no ya la de Dickens, me invita también a sentir un villancico más fregado. Serán los menesterosos los que lleguen a comprender la maldad del avaro y se nieguen a sentarse en su mesa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_

Últimas noticias

Lo más visto

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_