La paradoja de Sumar
Nunca estuvo claro si la densidad de la formación era sólida o si tendía hacia lo gaseoso. Lo que cada vez es más evidente es que corre el riesgo de quedar reducida a una función instrumental


La política es una disciplina comprometida con la acción. Esto es así desde Aristóteles, como poco. En un mundo en el que lo hemos llenado todo de palabras, hay quien, como la vicepresidenta Díaz, parece confiarlo todo al poder de las enunciaciones. Aunque la realidad siempre gana. Si confiamos en el lenguaje es porque pensamos que detrás de las palabras hay algo. Por eso, quien amenaza sin capacidad de hacer cumplir su advertencia está condenado, o condenada, a que sus palabras no valgan nada.
Nunca estuvo claro si la densidad de Sumar era sólida o si tendía hacia lo gaseoso. Lo que cada vez es más evidente es que se trata de una entidad que corre el riesgo de quedar reducida a una función instrumental. Su identidad resultó por momentos contradictoria, pues aspiraba a ser algo revolucionario y dulce, laico y papista, amable pero subversivo, disruptivo aunque inmóvil. La posición de Yolanda Díaz ha ido poco a poco desdibujándose y sus amenazas solemnes comenzaron a generar una sensación involuntariamente cómica.
A Podemos podrán criticársele muchas cosas, pero todavía cree en sus ideas, las pelea con audacia y ha pagado un precio por ello. Juega fuerte y maneja el orgullo como un motor de combustión efectivo a la hora de defender unos principios maximalistas aunque, en tantas ocasiones, sean errados. Es posible que intimiden, que indignen o que se pasen de frenada representando a los propios. Pero, de algún modo, saben ejecutar la función que un día reclamaron como partido de vocación revolucionaria: un ingrediente imprescindible en la izquierda.
La indefensión aprendida de Sumar es tan evidente que, la semana pasada, algunos ministros del PSOE ejercieron una ironía casi cruel con Yolanda Díaz tras sus teatrales advertencias. Y lo hicieron porque podían, como el bully grandón que es consciente de que puede imponer su voluntad por el estricto imperativo de la fuerza. Son conscientes de que la vicepresidenta jamás romperá ninguna copa del decorado. Y no lo hará, paradójicamente, a cambio de perpetuarse en un cargo al que, haga lo que haga, se le están cayendo las hojas del calendario.
En política hay un tiempo para la palabra y otro para la acción. Refugiarse en un lenguaje sofisticado, no hacer nada y preservar la posición es un gesto insoportablemente conservador, sobre todo para un partido de izquierdas. Virgilio dejó escrito que la fortuna favorece a los valientes. Y es paradójico porque, para salvar un presente menguante, en Sumar están a punto de sacrificar todo su futuro.
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