Para lo que nos queda en el convento
En este apocalipsis, los hombres coquetean con nazis y las mujeres sueñan con recluirse


En esa película sobre una menor de edad que quiere meterse a monja de clausura que tiene a las mujeres de todo el país con las lenguas echando chispas (Alauda que estarás en los cielos) la adolescente aspirante a novicia le pregunta a una de las religiosas veteranas qué es lo que más añora de la vida en el exterior. Esta le dice con un delicioso acento ecuatoriano algo así como: “Echarme perfume. Uno de esos buenos, caros”. Al escucharla, se me empañaron los ojos y metí la cabeza en la lana del jersey para que nadie me viese llorar (qué bien olía; esa misma tarde yo me había puesto uno de esos afeites concebidos para la seducción). Al salir del cine, sin embargo, había en el aire una fragancia como de castañas asadas y musgo. Recordé cuando en la pandemia perdimos el olfato y comprendimos que no se puede dar ningún placer por sentado. El otoño es esa estación en la que las hojas podridas se funden con el micelio y todo empieza a atufar a melancolía pero también a vida. Paseando por la ciudad, me sentí arrebatadamente libre, ergo afortunada, y me dieron ganas de ponerme a dar vueltas sobre mí misma como hizo Julie Andrews en los Alpes, cuando comprendió que las colinas estaban vivas con el sonido de la música, es decir, que pronto dejaría de ser la hermana María y por fin se podría follar sin culpa al capitán Von Trapp. En Sonrisas y lágrimas, el cabeza de familia parte en dos una esvástica y le arranca la vocación de cuajo a una monja. Si no fuese porque esta última acaba siendo su cocinera y la niñera de sus hijos a perpetuidad, diría que es una película perfecta sobre el valor de la libertad. Es sorprendente que, justo ahora que las noticias parecen pasajes del Apocalipsis de San Juan, a la gente le haya dado por lo contrario: los hombres coquetean con nazis, y las mujeres sueñan con recluirse. El miedo produce pulsión de muerte, con el fin del mundo tan bueno que se había quedado para el amor. Son inescrutables los caminos del Señor.
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