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Columna
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La estabilidad

Más vale que el votante acepte que una vez escrutado el voto el reparto electoral obligará a cábalas y componendas

David Trueba

Hay muchas teorías sobre en qué consiste la cualidad principal que lleva a un partido a ganar las elecciones en España y le permite formar gobierno. Hay quienes sostienen que a la izquierda lo que le resulta indispensable es la unidad. Lograr la unidad es precisamente lo que peor se le da a la izquierda. Otros afirman que la derecha solo gana cuando es capaz de ocupar el centro. Pero, ay, cuántas veces el centro se les queda demasiado lejos y la derecha tan solo sabe ser derecha y nada más. Sea como sea, los españoles lo que valoran mucho es la estabilidad. Pero con la actual fragmentación del voto y los intereses regionales a veces indiferentes a una causa común, esa estabilidad tan apreciada es utópica. Vivimos en un tiempo en que la inestabilidad política es de vértigo, con unas alianzas puntuales cada vez más difíciles de trenzar en las votaciones parlamentarias. Y me temo que en los gobiernos autonómicos, donde también asistimos a constantes episodios de pactos y rupturas, nuestra anhelada estabilidad nos queda bien lejos.

La desazón general de los españoles en este momento, en el que se anuncian próximas elecciones en cascada, y por consiguiente nuevo reparto de los poderes, es que sea cual sea el resultado puntual, lo que no vamos a encontrar es estabilidad. El diccionario sostiene que la estabilidad es equivalente a equilibrio, consistencia, solidez, firmeza, permanencia, continuidad y perdurabilidad. Pues olvídense de todos estos valores fabulosos, nosotros vamos a tener inestabilidad y oscilaciones. Vamos a andar subidos en una montaña rusa donde más vale que cada cual vaya bien agarrado, porque llegarán las curvas y los desmontes. El problema electoral es que las candidaturas van a presentarse con ejercicios de esencialidad un poco toscos, que en el marasmo cotidiano poca relevancia tienen. Nos va a pasar como en esos días en que sales con paraguas o con jersey y acabas olvidándolo en cualquier lado porque resulta que a lo largo de toda la jornada no lo has necesitado. Todas esas soflamas incendiadas son fuego de despiste frente a la gestión civil. Esa es la mejor lección política que podemos aprender: no votes por algo que avanzada la legislatura ya no vas a necesitar. Y esto es lo que suele suceder con las inclinaciones pasionales.

Porque el mundo es equilibrio precario. Lo primero que sorprende al niño cuando estudia Ciencias Naturales es precisamente la fragilidad de aquello que creía que era sólido y estable. Cae en la cuenta de que el universo es casi un azar asombroso que si se sostiene no es por ninguna columna resistente ni divina, sino por nuestra mera confianza en que mañana amanecerá de nuevo. Y aquí al niño se le cae el mundo a los pies y sufre lo que se ha definido como la primera depresión del ser humano o también conocido como el momento en que alcanzas el uso de razón. El votante que persiga la estabilidad más vale que acepte que una vez escrutado el voto el reparto electoral obligará a cábalas y componendas que puedan afectar a su idea del purismo ideológico e incluso que su idea de lo que es confianza y rigor se vea sometida a una batidora licuadora que le deje estupefacto. Pero seamos cabales, la democracia es inestable o no es. Por eso, los ciudadanos, en vez de escuchar cantos al poderío fuerte y a la testosterona, deberíamos ser más receptivos ante la negociación, el acuerdo y el pacto. Nos guste o no, es lo que toca.

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