Me ha salido un ‘hater’
Escribir en la prensa es un privilegio y no debería usarse para hacer malabares verbales

Hoy en día, si no tienes un hater, no eres nadie. Yo cuento con uno. Es una señal definitiva de éxito social. Además, mi hater no es un cualquiera, se trata de un señor distinguido, que escribe en un periódico y publica libros.
Como buen hater, ha desarrollado una extraña fijación con su blanco, servidor de ustedes. Siente desprecio por lo que escribo, pero no puede evitar leerme. Vaya tormento para él. Dice que está “enganchado a Sánchez-Cuenca como lo estuvo en su día Ferlosio a la abeceína de Luis María Ansón”. Me suele llamar SCuenca, qué ingenio. A veces se vuelve barroco y dice cosas pasmosas, como que soy “más Sánchez que Cuenca y más Sánchez que Sánchez”. La broma tampoco es muy original. Fernando Savater ya ironizaba con mi apellido hace no tanto, en 2024: “Sánchez Cuenca, que por su sapiencia debería llamarse Sánchez Oxford o por lo menos Sánchez Salamanca”. A ver quién compite con estos maestros de la palabra.
Lo bueno de los haters es que para justificar su rencor magnifican la figura del ser odiado. Dice de mí que “disfruta de los lectores en régimen de monopolio, después de que los responsables de El País (o sea, él mismo) purgaran a quienes desmontaban en el mismo periódico sus sofisterías (Savater, Azúa, FOvejero, JLPardo o Cebrián)”. Además, “sus ideas permean a los editoriales de su periódico, y estos editoriales son luego repetidos por los ministros y jerarcas del Gobierno y de los partidos que lo secundan”. A ver quién supera esto: purgo a los desafectos, dicto editoriales y me obedece el Gobierno. Espero que la gente que me rodea empiece a partir de ahora a mirarme de otra manera, con un poco más de respeto (y de temor). Por supuesto, soy “ideólogo sanchista”, “ideólogo de El País”, tengo “desfachatez intelectual” (nunca falta en el menú), una larva me ha atacado el cerebro, etc., etc., etc. Lo de que yo sea ideólogo y él no, es gracioso, pues él se embarcó en dos proyectos políticos (que, lógicamente, fueron un fracaso sin paliativos), primero UPyD y luego Ciudadanos, hasta el punto de que publicó algún artículo en las páginas de este periódico utilizando el “nosotros” para referirse a su partido. Y luego el ideólogo soy yo.
El hater en cuestión se llama Andrés Trapiello. Escribe en El Mundo y practica un tipo de intervención en el debate público que me resulta carente del más mínimo interés. Sorprende que un autor tan reputado decida escribir como si fuera Federico Jiménez Losantos, quien, por cierto, lo hace mucho mejor que él. Lo de Trapiello es una imitación desvaída del estilo del exitoso locutor de radio y publicista. Titula Trapiello uno de sus artículos “Tortilla de patatas, ¿con o sin cebolla?” Y desarrolla la broma así: “a PSánchez le queda cada vez menos tiempo para enloquecernos del todo con cada vez menos empresas divisivas. Pocas le quedan visibles. La de tortilla de patatas, quizá”. Esto produce la misma vergüenza ajena que la del humorista cuando no acierta con el chiste y la gente mira al suelo en lugar de reírse.
El truco de Trapiello es muy viejo: a base de descalificar a quienes no piensan como él y presentarlos como canallas y lerdos, él intenta elevarse, como si supiera más que el resto y estuviera por encima de la mediocridad circundante. Francamente, después de haber leído unos cuantos artículos suyos, creo que el análisis político no es su fuerte. En cuanto se levanta la hojarasca retórica, se aprecia una preparación muy pobre de los temas y un conocimiento superficial de la política española, que se queda en el terreno de las consignas, los lugares comunes y las frases hechas.
Por desgracia, como Trapiello hay muchos otros columnistas en la prensa española. No aportan mucho a nuestro debate público, salvo malas maneras y sarcasmo. Seguro que habrá gente que celebre sus ocurrencias y sus ingeniosidades, pero sigo creyendo que el debate público debería ser otra cosa. Escriben para los ya convencidos y, por eso, en lugar de aportar razones, argumentos, datos, comparaciones con otros países u otras épocas, se limitan a lanzar dardos contra sus bestias negras (los izquierdistas, los nacionalistas vascos y catalanes).
Escribir en la prensa es un privilegio y no debería usarse para hacer malabares verbales, sino para aportar ideas, argumentos y perspectivas que enriquezcan el debate. Soy consciente de que esto puede sonar ingenuo o incluso blandengue para el aguerrido columnista carpetovetónico. Pero cualquier cosa es mejor antes que permitir que el ego y la voluntad de estilo lo aneguen todo. Hay demasiados autores escribiendo en prensa para mayor gloria de sí mismos. Quieren, por encima de cualquier otra consideración, demostrar su talento literario y su gracejo. En ocasiones parece que no escriben para el público, sino para el reconocimiento de sus colegas, quienes le reirán la gracia y le dirán que ha estado sembrado, que se ha superado y que vaya leñazo le ha dado a no sé qué sanchista irredento. Así estamos.
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