El coraje de la juventud serbia
La buena energía que los jóvenes han conseguido despertar al nivel popular, después de cuatro meses de resistencia pacífica, sin líderes ni partidos políticos implicados, es casi un milagro

Los estudiantes serbios, que llevan cuatro meses protestando fundamentalmente contra la corrupción y la negligencia del poder político del partido gobernante, han conseguido despertar de la apatía a un país que ya ha pagado caro su convicción de que un fatum dirige la historia y que a nivel individual nada se puede hacer para mejorar la situación social o política. Han desafiado hasta aquella profunda reflexión del Nobel literario, Ivo Andric, cuyas palabras tanto hemos recordado en las últimas tres décadas: “La esclavitud duradera y el mal gobierno pueden deformar e incapacitar tanto la orientación de un pueblo que se acaba debilitando o perdiendo por completo un razonamiento sano y sentido de justicia en él. El pueblo así alterado no sólo ya no puede distinguir el bien del mal en el mundo que le rodea, sino tampoco lo que le conviene, de lo que le arruina”.
El motivo de la movilización más masiva que ha conocido esta parte de los Balcanes en su historia moderna es la caída de una marquesina de la estación ferroviaria de Novi Sad el pasado uno de noviembre, que mató 15 personas en el acto. Pero las razones profundas que yacen detrás de esta revuelta contra el sistema social y político establecido por el actual presidente del país, Aleksandar Vucic, remontan aún más en el pasado. Desde el período bélico, cuando en el poder estaba Slobodan Milosevic, artífice principal de las guerras en el territorio de la Antigua Yugoslavia y responsable de que Serbia se vea como el verdugo principal durante esa década de 1990, este país eslavo no ha tenido una real transición democrática. Zoran Djindjic, el único auténtico demócrata que tuvo Serbia una vez enviado Milosevic a La Haya (junio 2001), fue asesinado en marzo del 2003 en el patio del edificio presidencial por miembros de un clan compuesto por paramilitares y criminales, algunos de ellos antiguos miembros de las fuerzas especiales del Estado. Se teme que, para enfrentarse a las protestas, Vucic cuente ahora con la misma gente o sus sucesores. ¿Por qué, entonces, la cúpula política europea lo tolera, o al menos ignora? ¿Por ofrecer a Europa excavar materias primas dañinas para la salud humana en el territorio de Serbia? El acuerdo sobre la excavación del litio que Vucic firmó recientemente con Bruselas ya ha sido motivo de las protestas populares.
“He venido a Serbia pensando que voy a informar sobre la caída de una dictadura, pero la juventud que se ha levantado no se dirige simplemente contra Vucic, sino contra el sistema que sus 12 años en el poder han fomentado”, escribe estos días el columnista croata Tomislav Kukec. “Exigen que funcionen las instituciones, que se respeten las leyes y que los actos criminales te dirijan a la cárcel y no al ascenso político”, concluye.
La buena energía que la juventud serbia ha conseguido despertar en el nivel popular, después de cuatro meses de resistencia pacífica, sin líderes ni partidos políticos implicados, es casi un milagro. Atravesando a pie Serbia, un país de seis millones de personas, estos centenares de miles de manifestantes han conseguido superar la brecha entre el campo y la ciudad, otra razón ancestral de las discordias en esta parte de Europa. Campesinos, trabajadores, jubilados —es decir, aquel sector de la población que normalmente se aferraba al “mal conocido”— salen a su encuentro, les saludan y aplauden, ofrecen comida o un sitio para descansar. Muchos lloran, porque sienten esperanza después de largo período de asfixia y apatía, pensando que todo es como debe de ser y que no se puede hacer nada para cambiarlo.
El poder político gobernante, por su lado, no asume ninguna responsabilidad ni ha satisfecho ninguna de las exigencias planteadas. La marquesina caída —después de ser dos veces restaurada con la concesión de obras a empresas detrás de las que se especula estaba gente próxima al presidente— es un ejemplo ilustrativo que podría multiplicarse por centenares. Hacer pública la documentación completa de las obras de la dicha restauración mal hecha es solo la primera de las peticiones que el poder se niega a satisfacer.
“Luchamos por el porvenir de nuestro país, sin nacionalismos, sin violencia, sin corrupción ahora institucionalizada” definen los manifestantes la trascendencia final de su resistencia. Aleksandar Vucic manda desde hace ya más de 12 años con un control total (y totalitario) no solo político, sino también social y económico. A pesar de ello, no puede impedir las manifestaciones ni aplicar la autocracia del estilo ruso. Ya en la época de Tito, Yugoslavia se había alejado de la represión de índole estalinista, cultivando mucha más libertad ciudadana. Es lo que milagrosamente ahora parece resucitar en Serbia, después de largas décadas de conflictos y crisis de toda índole. Lo curioso es que los protagonistas de este levantamiento son justo los jóvenes que crecieron en años de una transición muy controvertida. A pesar de o justamente por ello, se han convertido en primera generación que mira al futuro y no al pasado.
Lo que está pasando en Serbia puede aportar esperanza más allá de sus fronteras: cuando las políticas fallan, el sector cívico puede enfrentarse a la corrupción, violencia y represión. A través de la solidaridad humana, sentido común y buena fe. Aunque en el país balcánico, aún el resultado es incierto.
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