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TRIBUNA
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En esta guerra no basta un “detente, bala”

Europa debe unirse para defender a Ucrania con algo más que buenos propósitos

Dos soldados ucranios en Járkov, en septiembre de 2022.
Lola Pons Rodríguez

Un hermano domaba caballos con gran destreza, el otro era hábil en la lucha cuerpo a cuerpo; cuando su hermana fue secuestrada, ambos la rescataron y se vengaron raptando a su vez a la madre del secuestrador. En un mundo sin las normas que ahora nos rigen, en ese mundo inventado de la mitología, estos hermanos mellizos eran imbatibles: la ventaja la obtenían de su propia fuerza y de su camaradería. Se llamaban Cástor y Pólux, los llamaban los Dioscuros y los tenemos representados en monedas y esculturas.

Cuánto nos gusta a los indoeuropeos la historia de la fuerza gemelar. Es cierto que hay ejemplos en culturas de todo el mundo, pero desde la India hasta la península Ibérica y desde la costa atlántica europea hacia el interior abundan especialmente los modelos de gemelos y mellizos divinos: son Rómulo y Remo en Roma, en Sicilia los Palicos, Nara y Naraian entre los hindúes... los ejemplos son decenas. A veces se presentan como hermanos de padres diferentes (uno humano, otro divino); otras son gemelos, siempre con personalidades complementarias. Estas deidades resisten hoy, con otros nombres, en leyendas, baladas y en las concepciones populares de la religión y las ficciones.

Siendo indulgentes en la extrapolación, en la lengua, como en el arquetipo mitológico, hay algunos casos de gemelos que, idénticos en apariencia, esconden personalidades opuestas y polares. Son los homónimos. Que calle sea el imperativo de callar pero al mismo tiempo el nombre de la vía pública donde se rompe el silencio es una de esas contradicciones. A veces son homonimias casuales, fruto de la evolución de dos palabras que, por azares de la fonética, han dado el mismo resultado; otras veces son hijas de una misma madre etimológica que, en dos tiempos o lugares, ha generado significados distintos.

No esperen que haga el paralelismo fácil con la política internacional de hoy a través de la alianza de Estados Unidos y Rusia, o de Musk y Trump como cosmogonía gemelar. Los Dioscuros son europeos. Además, lo mío es la lengua y al diccionario quiero acudir. Si una pareja de homónimos tuviera que simbolizar el pasado siglo XX en Europa, esta sería, en mi opinión, la de la palabra detente en sus dos resultados: el femenino y el masculino. Recorrido ya un cuarto de siglo del XXI, tenemos distancia suficiente para explicar el significado (anecdótico uno, trascendente otro) de esa pareja. La cara masculina fue un detente, lo que en versión larga se llamó un “detente, bala”, la frase imperativa que bautizó en español a las insignias domésticas que se cosían a los uniformes de los combatientes. La práctica se daba desde el siglo XIX, primero en Francia y luego en España, donde la introdujeron los carlistas. Zurcido al bolsillo del pecho y hecho de fieltro, el detente, a veces con una chapita dentro, aspiraba a funcionar como escudo antibalas. Era inefectivo, claro está (algún ejemplar se conserva taladrado por un proyectil), pero se convertía en un gazmoño escapulario bélico que evolucionó hasta invocar de manera explícita la apelación divina al adornarse con representaciones del corazón de Jesús. La soldadesca convertida en carne de cañón, el miedo a la muerte y la desesperada llamada a la protección celestial se concentran en ese parchecillo, en circulación en tantas contiendas bélicas.

Si miramos la variante femenina de esta homonimia, vamos del fuego de las balas al deshielo: la detente. Este uso también vino de Francia, del sustantivo francés détente, que significa aflojamiento. Con el nombre detente se designó la distensión que se empezó a buscar entre los dos bloques de la Guerra Fría a partir de los años setenta, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética pactaron la desescalada de la inversión en armas nucleares y el límite a los misiles intercontinentales. Esa rendija de aire en el telón de acero se desplegó por pura conveniencia y no por pacifismo: en Estados Unidos querían aminorar el gasto en armas y tender puentes comerciales; los soviéticos, por su parte, buscaban ahorrar dinero, fortalecerse en una etapa de enemistad con China y ser mejor vistos por otros países europeos. El concepto de detente fue muy repetido en el lenguaje de la diplomacia en los años setenta y, aunque hoy nos parece una palabra pasada de moda, sigue usándose en la política internacional para designar la situación de dos naciones que, en posición hostil, buscan intencionadamente suavizar relaciones.

Esta homonimia, tan representativa de la Europa del siglo XX, debe hoy quedarse atrás. El momento actual exige que nuestros gobiernos desplieguen habilidad en la diplomacia multilateral y capacidad tecnocrática para detener los efectos de las erráticas decisiones de Estados Unidos sobre nuestro modelo social. Y deben unirse para defender a Ucrania con algo más que un “detente, bala”, o sentará un precedente peligroso de dejación ante la ambición geopolítica ajena. El mito de los valerosos Dioscuros no es un arquetipo de matonismo ni de virtud contemplativa, sino de pragmatismo y coalición, nos enseña cuánto se gana aliándose con los que tienen una historia de antecedentes compartidos. Nuestros mitos, que es lo mismo que decir una parte de nuestra mentalidad, son supranacionales, como la identidad europea cuya estabilidad fronteriza está hoy en juego.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, directora de los proyectos de investigación 'Historia15'. Es autora de los libros generalistas 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo' y colaboradora en la SER.
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