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Ricos desconsiderados

Un nuevo libro describe Facebook como una empresa de psicópatas donde todos siguen a lo suyo mientras una chica convulsiona en el suelo de la oficina

Delia Rodríguez

En su versión para Anagrama, Justo Navarro traduce así un famoso pasaje de El gran Gatsby: “Tom y Daisy eran personas desconsideradas. Destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban”. “Personas desconsideradas” —en su versión original, Careless people— es el título del libro del momento en EE UU. Cuando se publique en español veremos si se mantiene la expresión o se opta por otras variantes: frívolos, despreocupados, negligentes, irresponsables. Ahora mismo es la tercera obra más vendida de Amazon, a pesar de (y también gracias a) que un sistema de arbitraje impide a su autora, la exempleada de Facebook Sarah Wynn-Williams, promocionarlo. Meta se ha tomado muchas molestias en impedir su difusión: ha alegado una cláusula de su finiquito por la cual no puede hablar mal de la compañía. También ha afirmado que mezcla hechos sabidos y falsas acusaciones contra sus directivos.

La obra trata de los años en los que la autora trabajó en las relaciones gubernamentales de Facebook. Wynn-Williams describe una empresa de psicópatas donde cada uno seguía a lo suyo mientras una chica convulsionaba en el suelo de la oficina; o donde ella misma recibió una mala evaluación por no responder a los correos… porque estaba en coma tras un parto complicado. Las primeras críticas destacan que Mark Zuckerberg queda como un déspota, tan deseoso de agradar a Xi Jinping que le ofreció elegir el nombre de su primogénita (cosa que el dirigente chino rechazó), y a quien sus compañeros dejaban ganar al Catán para que siguiera creyendo que era el más listo. Los detalles sobre la negligencia deliberada de la compañía al tratar la crisis de Myanmar, donde el discurso de odio transmitido por Facebook jugó un papel probado en el genocidio, son reveladores. Ese país, donde “internet era sinónimo de Facebook”, “habría estado mucho mejor si Facebook nunca hubiera llegado”, escribe. De sus jefes dice que “aparentemente no les importaba. Estos fueron pecados de omisión. No eran las cosas que hicieron, fueron las cosas que no hicieron”.

El libro forma parte de uno de mis subgéneros literarios favoritos, el de los monos con pistolas en Silicon Valley. En ese altar rezo a Microsiervos y JPod, de Douglas Coupland; a Valle Inquietante, de Anna Wiener; o a la novela El Círculo, de Dave Eggers. Por todas ellas pasean ricos desconsiderados. En otro libro fabuloso, la biografía de Elon Musk de Walter Isaacson, se describe “el algoritmo”, el método de cinco pasos perfeccionado por Musk a lo largo de su trabajo en SpaceX y Tesla y que ahora está aplicando en el ahorro de costes del Gobierno de EE UU. Consiste en destruir primero y arreglar los desperfectos después. Este proceso de destrucción creativa funciona a veces, pero lo hace como la motosierra que tanto le gusta a él y a Milei: cuando talas todo el bosque es posible que incluso elimines alguna mala hierba superflua. O como cuando afirmó que ninguna persona había muerto por los recortes a la ayuda al desarrollo, a pesar de que, según The New York Times, 1.650.000 personas pueden fallecer en un año sin los fondos estadounidenses para la prevención y el tratamiento del VIH. Que los ricos y poderosos no se detengan a considerar las consecuencias de sus actos no solo ensucia alfombras de mansiones. Afecta a genocidios reales y a la salud de millones de humanos.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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