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Columna
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Trump y Putin entran en un bar

Los chistes ayudan a compartir críticas, opiniones y temores durante las dictaduras de forma más o menos clandestina

Trump y Putin
Jaime Rubio Hancock

El ajedrecista y opositor a Putin Gary Kaspárov compartió un chiste en X este lunes. Sí, uno de esos chistes clásicos que han medio desaparecido y que se han visto reemplazados por los memes. Dice así: Trump, ya fallecido, consigue permiso para visitar la Tierra durante una hora. Va a un bar de Nueva York y pregunta qué tal le va a Estados Unidos. El camarero, entusiasmado por la visita, le dice: “¡Gracias a usted, tenemos el imperio más increíble! ¡Groenlandia, Panamá y Canadá!”. Eso es genial, dice Trump, ¿y Europa? “Tampoco se nos resistió”, contesta el camarero. Trump, contentísimo, se despide y pregunta cuánto debe. Y el camarero responde: “Un rublo y cincuenta kópeks”. Como es habitual en los chistes, es una versión adaptada: en 2022 ya se contaba con Putin, que volvía del infierno para preguntar por Ucrania y terminaba pagando una cuenta en euros.

Le Monde recogía en un artículo de 2022 que la invasión de Ucrania había impulsado un ciclo de chistes sobre Putin. Por ejemplo, después de que el autócrata asegurara que la invasión no era una guerra, sino una “operación especial”, se comentaba que el Gobierno ruso había cambiado el título de Guerra y Paz, de León Tolstói, a Operación especial y alta traición.

Muchos de estos chistes sobre políticos y dictadores se reciclan o se adaptan. Algunos de los que circulan por foros y redes sobre Putin ya se contaban durante la época de la Unión Soviética, en especial los que tratan sobre la libertad de expresión. Como este clásico: “A un hombre le han caído 25 años por llamar idiota a Stalin. Cinco años por el insulto y 20 por revelar secretos de Estado”.

El sociólogo Christie Davies recoge en Jokes and Targets (Los chistes y sus blancos) un buen puñado de los que circulaban en el bloque comunista, llamados en ruso anekdoty. Lo significativo de estos chistes es que no critican solo personajes concretos, sino que suponen una condena total del sistema político, social y económico. Además, pusieron en riesgo a quienes los contaban. Como cuenta el filósofo Tomás Varnágy en Proletarios de todos los países... ¡Perdonadnos!, durante la época de Stalin, agentes secretos se infiltraban en colas para escuchar conversaciones y detener a quienes insultaban y criticaban al régimen. Lo que a su vez daba material para anekdoty, como este clásico que también se cuenta con Putin: “Concurso de chistes en Rusia. Primer premio: 15 años”.

A pesar de los riesgos, los chistes son una de las pocas transgresiones que se pueden permitir los ciudadanos bajo una dictadura. En una situación incierta y sin poder criticar al régimen en medios de comunicación (o en redes sociales), los ciudadanos recurren a estas historias anónimas para expresar sus miedos, sus preocupaciones y sus opiniones, más o menos camufladas. Aunque los chistes no han derrocado a ningún dictador, sí ayudan a mantener la moral y a mostrar que la propaganda oficial, esa que vende el apoyo en bloque de los ciudadanos, es palabrería hueca.

Cuando llega la democracia, escribe también Davies, los chistes clásicos sobre políticos pierden popularidad. No porque estemos todos contentísimos con nuestros representantes, sino porque la crítica y el humor pueden expresarse de forma abierta. Hay sátira en televisión, en revistas, en periódicos, en películas y, por supuesto, en bares y en redes sociales. Se cuentan chistes sobre presidentes democráticos, claro, pero suelen ser clásicos adaptados. Por eso es significativo que circulen sobre Putin y que algunos de ellos sean nuevos: son una muestra de que la libertad de expresión no pasa por buenos momentos en Rusia.

Y más en guerra: también es destacable que muchos de estos chistes se rían de un Putin que planeaba invadir Ucrania en semanas, pero tres años después el único que se haya rendido sea Trump. Y, desde luego, es otro síntoma grave que un chiste sobre los delirios imperialistas del presidente ruso se pueda contar sin apenas cambios sobre el presidente de Estados Unidos.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.
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