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La presidencia de Trump contada a través de chistes comunistas

El humor de los países socialistas puede aplicarse a la nueva Casa Blanca por la distancia surreal entre propaganda y realidad

Guillermo Altares
Un espía de la Stasi se prueba diferentes disfraces, en una imagen recuperada por el fotógrafo Simon Menner.
Un espía de la Stasi se prueba diferentes disfraces, en una imagen recuperada por el fotógrafo Simon Menner.Reuters
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Los ciudadanos que vivían sometidos a las dictaduras comunistas inventaron una válvula de escape que les permitía enfrentarse al absurdo, cuando no al terror, de su vida cotidiana. Carecían de todo, pero la propaganda insistía en que vivían en el paraíso de la abundancia. Se trataba de una situación parecida a la que expresó Chico Marx en una de las mejores frases de Sopa de ganso: “¿A quién va a creer, a sus ojos o a mí?”. Los chistes se difundían y se contaban incluso durante las purgas estalinistas. Era algo tan presente en la vida cotidiana que algunos historiadores sospechaban que los regímenes hacían la vista gorda porque pensaban que era un inofensivo resquicio de libertad de expresión. Parecían ignorar una vieja frase de George Orwell: “Un chiste es una pequeña revolución”.

El ensayista argentino de origen húngaro Tomás Várnagy acaba de publicar un minucioso estudio de aquellos chistes, que recibieron el nombre de anekdot, titulado Proletarios de todos los países… ¡Perdonadnos! (Clave Intelectual), un tema sobre el que el periodista Ben Lewis escribió hace unos años un delicioso ensayo, Hammer & Tickle (juego de palabras que se puede traducir como “el martillo y las cosquillas”). Un chiste de la época más dura de la dictadura rumana refleja todo el genio y desolación del humor socialista: “¿Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”.

“¿Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”

Comparar los países del socialismo real con EE UU es tan absurdo como aquellos chistes comunistas, pero es inevitable pensar en ellos cuando nos enfrentamos a los “hechos alternativos”, la gloriosa expresión acuñada por la asesora del presidente, Kellyanne Conway, o al propio Donald Trump refiriéndose a un atentado yihadista en Suecia que nunca había tenido lugar. Libros como 1984, de George Orwell, o Los orígenes del totalitarismo, de la ensayista alemana exiliada en EE UU Hannah Arendt, han vuelto a las listas de más vendidos. Los chistes comunistas, otro recuerdo de los tiempos en los que la propaganda trataba de ser más importante que la realidad, también han cobrado una nueva vigencia.

Ante el aluvión de críticas por la mención al inexistente atentado en Suecia, Trump respondió que lo había visto en Fox News, la cadena ultraconservadora estadounidense, lo que se correspondería muy bien con este chiste del principio de la dictadura del proletariado en la URSS, recogido por Várnagy: “Trotski se despierta y un asistente le pregunta: ‘¿Cómo está usted hoy?’. ‘No lo sé’, responde Trotski, ‘todavía no he leído los periódicos”. En la era de la posverdad, no está de más recordar que Pravda, el periódico oficial del Partido Comunista soviético, quería decir “la verdad”, y que circulaba esta anekdot sobre la precisión de sus informaciones: “¿Es cierto que Kuznetsov ganó 100.000 rublos en la lotería el pasado domingo? Sí, es verdad, pero no fue el domingo sino el lunes. Y no fue Kuznetsov, sino Ivanov. Y no fue en la lotería estatal, sino en un juego de cartas. Y no fueron 100.000, sino 100. Y no ganó, sino que perdió”.

Troski se despierta y un asistente le pregunta: ‘¿Cómo está usted hoy?’. ‘No lo sé’, responde Trotski, ‘todavía no he leído los periódicos”

También resulta bastante actual este chiste de la época en que los medios oficiales soviéticos, siguiendo instrucciones del Gobierno, no hablaban del accidente nuclear de Chernóbil a ver si tenían suerte y, con esa técnica, no había tenido lugar. “¿Cuál es el mejor mecanismo contra la radiación en Europa Central y Oriental? Tass, la agencia de noticias oficial de la Unión Soviética”. Este otro también podría reflejar muy bien las promesas de futuro radiante en las que se basó el programa de Trump: “¿Sabes cuál es la diferencia entre un cuento de hadas occidental y uno soviético? El cuento occidental comienza diciendo: ‘Había una vez…’, y un cuento de hadas soviético comienza: ‘Habrá una vez…”.

Ben Lewis afirmaba en su ensayo sobre el humor del socialismo real que “contados durante décadas, los chistes colapsaron el prestigio y la autoridad moral del régimen. En un sentido podría decirse que el comunismo dejó de existir por las carcajadas”. Nunca hasta la era Trump, el programa satírico Saturday Night Live había alcanzado tanta repercusión con su implacable parodia del presidente, encarnado por Alec Baldwin, o de Putin, al que siempre muestran con el torso desnudo y a cargo de las operaciones. “La inesperada catarsis de Saturday Night Live”, titulaba recientemente la revista Time. Catarsis es también la palabra que más a menudo se empleaba para definir aquellos chistes soviéticos.

Las anekdoty tampoco podían obviar uno de los grandes fenómenos de la Guerra Fría: el espionaje. Con este chiste se resumía la escasez en la antigua URSS: “Un espía soviético es cuidadosamente entrenado para infiltrarse en EE UU. Tiene pasaporte, habla inglés a la perfección y domina cada detalle de su falsa biografía. Pero es detectado y detenido el primer día de su estancia. ¿Cómo? Al estacionar su automóvil le quitó las escobillas de los limpiaparabrisas y se las llevó consigo”. El fenómeno de los agentes encubiertos también ha tenido un curioso (e inquietante) retorno con el cambio de Administración en la Casa Blanca.

Durante el enfrentamiento entre bloques, uno de los máximos objetivos era infiltrar a topos en lugares clave no solo de los servicios secretos, sino en cualquier nivel de la Administración del enemigo. El maestro máximo en el arte de la infiltración fue Markus Wolf, Mischa, el jefe de los servicios secretos de Alemania del Este, que llegó a colocar a uno de sus agentes, Günter Guillaume, en el Gabinete de Willy Brandt, entonces canciller de Alemania del Oeste, que tuvo que dimitir cuando saltó el escándalo en 1974.

“¿Cuál es el mejor mecanismo contra la radiación en Europa Central y Oriental? Tass, la agencia de noticias oficial de la Unión Soviética”

Bajo el nombre de Karla, Wolf se convirtió en un personaje central de las novelas de John Le Carré que giran, desde El espía que surgió del frío, en torno a este juego de ajedrez. En medio de tormentas constantes de teorías conspirativas que convertían a cualquiera en sospechoso, la lucha no consistía solo en colocar a un agente en las filas del enemigo, sino en que, si era descubierto, espiase para nosotros o transmitiese información falsa a su propio bando, mientras el adversario pensaba que seguía trabajando para él. Vamos, se trata de una maraña incomprensible bastante parecida a los lazos de la Administración de Trump con la Rusia de Vladímir Putin, donde no está claro si nada es lo que parece o si, al revés, todo es exactamente lo que parece.

Los hechos alternativos y la acusación de “noticias falsas” que el Twitter presidencial lanza ante cualquier información sólidamente contrastada que publican diarios como The New York Times o The Washington Post demuestran que toda historia puede tener dos versiones, como evidencia esta anekdot de Bulgaria: “El KGB búlgaro publicó su esperado informe sobre Alí Agca, que atentó contra el papa Juan Pablo II en 1981. De acuerdo con el mismo, el KGB búlgaro no tuvo absolutamente nada, nada que ver con el intento de asesinato. Es más, se informó de que el Papa disparó primero”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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