El ombligo de Europa
La Unión ha ido postergando las decisiones más difíciles, como la de construir una defensa común, y ha preferido verse reflejada en la radiante imagen de sus grandes valores

La verdadera batalla que va a librar Estados Unidos en los próximos años, tanto económica como tecnológica —y también geopolítica—, es con China por el dominio del mundo, así que quiere concentrarse en poner sus medios y sus energías en el Pacífico. La guerra en Ucrania, en ese sentido, le resulta un engorro. Ha facilitado por lo pronto que China arrastre a su lado a Rusia —o si se prefiere, que Moscú se eche en los brazos de Pekín—, y a Washington no le interesa tanta complicidad. Ucrania, por otro lado, quiere formar parte de la Unión Europea, y Bruselas le ha abierto una rendija para que pueda entrar en ese selecto club en los próximos años. Trump piensa, por tanto, que deberían ser los europeos los que se ocupen de asistir a su vecino en estos momentos difíciles. Por eso, cuanto le llega de Ucrania —las peticiones de Zelenski para que vele por su seguridad— lo considera un lastre. A Trump le importa poco la cantinela de los derechos humanos y le resultan ajenos los viejos valores ilustrados que dieron impulso a la rebelión de los colonos de Norteamérica contra Gran Bretaña o a la Revolución Francesa. De interesarle alguno podría servirle el de la libertad, pero en su sentido negativo, como fuerza que derriba cualquier obstáculo y despeja su camino para ejercer el poder sin demasiadas trabas.
La ayuda de Estados Unidos ha sido decisiva para que Kiev haya aguantado estos tres años la embestida de Putin. No solo la del Gobierno del presidente Biden; también ha sido esencial la colaboración de alguno de sus empresarios multimillonarios. Concretamente, la de Elon Musk. El sistema Starlink, que garantiza que las comunicaciones por internet funcionen incluso en las peores circunstancias, ha sido decisivo para que el ejército de Ucrania pudiera resistir e incluso poner en marcha algunas de sus ofensivas contra Rusia. Por lo que toca a las armas con que se han batido las fuerzas de Kiev, el 40% les han llegado, según Zelenski, de EE UU, frente al 27% que les suministró Europa. Arseni Yatseniuk, que fue primer ministro de Ucrania, ha explicado que han sido tres las aportaciones esenciales recibidas de Washington, según contaba Cristian Segura en este periódico en una crónica reciente: “Munición de artillería, reconocimiento de las posiciones de Rusia y datos de inteligencia”. Trump ha retirado ya esta última ayuda. Starlink también peligra.
Si Trump y Musk suspenden toda colaboración, ¿podría Bruselas acudir presta a reforzar las capacidades militares de Kiev? Esta es la cuestión que Trump ha puesto ahora sobre la mesa. Y Europa parece que acabara de caerse del guindo. El martes, la Comisión anunció un plan de rearme multimillonario, quiere movilizar hasta 800.000 millones de euros en los próximos cuatro años. A Kiev, si embargo, le hacen falta las municiones mañana mismo. Las municiones, y todo lo demás.
Ha pasado ya mucho tiempo desde que terminó la Guerra Fría, aquel orden que hermanó a EE UU con una parte de Europa frente a la amenaza soviética. Pero la Unión ha ido postergando las decisiones más difíciles; las de construir una defensa común y hablar con una sola voz en política exterior, por ejemplo. Ha preferido seguir mirando en su ombligo la radiante imagen de sus grandes valores. No debería renunciar a ellos. Pero, en este nuevo orden que está amaneciendo, el desafío para conservarlos es colosal. El paso que viene después de armarse es utilizar las armas para defenderse. Y más adelante, recibir los ataúdes con los restos de los europeos que fueron al frente. ¿Lo saben las opiniones públicas?
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