El mundo feliz de Donald Trump
El nuevo presidente de Estados Unidos ha convertido internet en el territorio que le permite seducir a la gente con sus relatos de grandeza y de malditismo
Trump ha sabido utilizar muy bien su experiencia en el mundo de la televisión, aquella que le dio fama cuando a partir de 2004 fue el presentador de un reality show, El aprendiz, en el que se dedicó durante catorce temporadas a despedir a los concursantes con un gesto furioso. Es un maestro de los efectos, sabe muy bien cómo atrapar la atención de la gente y mantenerla entretenida. Solo hace falta fijarse en algunos de los elementos de los que se ha servido últimamente. Ha tirado, por ejemplo, de su reacción heroica tras sufrir durante la campaña electoral el atentado en el que una bala le rozó una oreja. Pero también ha repetido incansablemente el gesto de bailotear cuando suena Y. M. C. A., esa suerte de himno gay que popularizó Village People a finales de los setenta. También está su retrato oficial, que se parece demasiado a la ficha policial que le hicieron en la cárcel de condado de Fulton en agosto de 2023 y en el que aparece con un punto amenazador, el ceño fruncido y la ceja ligeramente levantada.
Son efectos que cuentan historias. “Dios me salvó para hacer Estados Unidos grande otra vez”, dijo en su discurso de toma de posesión cuando aludió a aquel disparo que pudo haberle costado la vida. Cuando cierra los puños y mueve juguetonamente los brazos al ritmo de la canción de Village People lo que simplemente quiere decir es que es uno más de los nuestros, un tipo próximo al que le gusta divertirse. En cuanto al malote que aparece en el retrato oficial, ahí están en el imaginario de EE UU todos esos forajidos que transgreden la ley por una causa justa. Y ganan.
De eso va Trump, sabe poner en circulación unas cuantas cápsulas que un montón de gente traga con entusiasmo y con las que sedujo a los más de 77 millones de votantes que lo han devuelto a la Casa Blanca. Pone el foco en el espectáculo, y por eso instaló un escritorio en el Capital One Arena, el estadio donde sus seguidores pudieron celebrar los primeros gestos que ponen en marcha el gran plan de su líder indiscutible. “La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo”, había anunciado en su discurso; no podía perderse ni un solo minuto, los tipos con agallas actúan de inmediato.
Aldous Huxley, en un libro en el que reflexiona sobre Un mundo feliz, la novela que lo hizo célebre y donde muestra cómo la tecnología y la ciencia podían utilizarse para maximizar el placer de las personas, apunta que se tiene muy poco en cuenta el “apetito casi infinito del hombre por las distracciones”. La observación la recoge en El desengaño de internet (Destino) el escritor, y especialista en los cambios desencadenados por la Red, Evgeny Morozov. Se muestra escéptico a propósito de la capacidad de esa asombrosa autopista de la comunicación para estimular el sentido crítico y el disenso cuando en realidad lo que genera es una “gran mezcolanza de consumismo, entretenimiento y sexo”. Los móviles permiten a cada usuario sentirse soberano: puede encargar un bocadillo y que se lo traigan de inmediato, por ejemplo, o pronunciarse sobre cualquier cosa y que le lluevan las respuestas. Así que todos estos nuevos soberanos desenfundan y apuntan con su cacharro a cualquier diana, y se entretienen. Trump supo verlo desde el primer minuto y empezó a dar juego con sus bravuconadas (mientras tanto, en el mundo real, avanzaba con su agenda autócrata y nacionalista, y lo seguirá haciendo ahora). Es un momento complicado, ¿cómo seguir peleando por la democracia cuando son millones los que se rinden en las redes a la servidumbre voluntaria?
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