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tribuna
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Puigdemont y la maniobra de “hacerse respetar”

El afán de Junts por hacerse valer no solo es de consumo interno para el independentismo, también supone una cura de humildad para el Gobierno

La portavoz de Junts en el Congreso de los Diputados, Míriam Nogueras, ofrece declaraciones a los medios, en el Patio del Congreso de los Diputados, el pasado martes.
La portavoz de Junts en el Congreso de los Diputados, Míriam Nogueras, ofrece declaraciones a los medios, en el Patio del Congreso de los Diputados, el pasado martes.Carlos Luján (Europa Press)
Estefanía Molina

Carles Puigdemont ha regresado a su estrategia de “hacerse respetar” por Pedro Sánchez. Que Junts esté dispuesto a negociar ahora el objetivo de déficit, pese a haberlo tumbado en julio, no dista de las maniobras que Puigdemont lleva aplicando desde que empezó la legislatura. Es decir, tensar la cuerda con el Gobierno obligándole en este caso a aplazar la votación para evitar un varapalo en el Congreso con el propósito de alimentar el relato de que los de Junts no son como los vendidos de ERC, sino unos durísimos negociadores. Pero incluso esa táctica de llevarlo todo hasta el límite solo descubre las debilidades del líder independentista.

Si Puigdemont necesita “hacerse respetar” es porque sus éxitos no son hasta la fecha de la magnitud que vende la derecha. Primero, su mayor frustración nace de que no se le está aplicando la amnistía, lo que ha propiciado esos amagos de dejar colgado al Gobierno como forma de protesta. Segundo, Junts tampoco ha logrado la oficialidad del catalán en la Unión Europea, motivo por que ahora le reclama al Ejecutivo retomar sus esfuerzos en ese sentido. Tercero, está sobre la mesa reactivar las comisiones de investigación por los atentados del 17 de agosto de 2017, y la de la llamada Operación Cataluña, algo que el PSOE y Junts tenían pendiente. En definitiva: el presunto durísimo negociador Puigdemont se ve insistiendo en partidas que ya habían sido firmadas, pese a ufanarse de cobrarse “por adelantado” sus votos. La novedad es la petición de aumentar el objetivo de déficit de las comunidades autónomas, en la línea posibilista de aquella vieja Convergència.

El bloqueo de Puigdemont frente a Sánchez a lo largo de estas semanas quizás se acabe encauzando porque todavía le quedan a Junts algunas cuentas pendientes con el Ejecutivo. De un lado, ganan tiempo para seguir tramitando la amnistía en los tribunales, y del otro, logran atenuar la sensación de que sus demás acuerdos quedaron en mera palabrería, parálisis o incumplimiento. Ahora bien, ese afán por hacerse valer no solo es de consumo interno para el independentismo: también supone una cura de humildad para el Gobierno.

En esencia, porque es un clamor entre los socios plurinacionales que La Moncloa lleva demasiado tiempo aprovechándose del mantra de que “peor será la ultraderecha” para forzar sus apoyos. Ese miedo ha servido para que Sánchez redujera el poder de negociación de sus aliados en el Parlamento, tardara en materializar los pactos a los que llegaban a cambio de sus votos, o incluso, esperara un contrato de adhesión a muchas de sus leyes, sin negociarlas del todo previamente. Otra muestra de ello es cómo el presidente ha abusado del decreto ley en los últimos seis años, una fórmula que limita el debate parlamentario y convierte cada votación de sus socios en lentejas, o las tomas o las dejas. Las consecuencias son perniciosas: desde el PNV, hasta Junts, pasando por ERC, muchos de sus aliados se reconocen hartos de que el PSOE se haya impuesto mediante esas fórmulas de estilo presidencialista, hasta el punto de que el Ejecutivo rectificó hace semanas anunciando que limitaría el uso de decretos ley, por ejemplo.

Que Junts se ponga siempre tan difícil es una maniobra que viene, en parte, de la sensación de que fundirse bajo el ala de Sánchez, sin fisuras, acaba perjudicando o anulando a los partidos del bloque de investidura. El ejemplo es ERC, incapaz de visibilizar qué ha obtenido en estos años, además de unos indultos; por concretar, siguen pendientes la cesión sobre Rodalíes y la promesa de una financiación singular para Cataluña. Algo parecido ocurre con Bildu: aunque esté pujante en Euskadi, tiende a quedar como un socio dócil porque nunca se ha plantado ante el Gobierno. Ello también aplica para Yolanda Díaz o para Podemos, diezmados tras su paso por el Consejo de Ministros. Y no casualmente, quienes dan el golpe en la mesa, como Junts y el PNV, son los más temidos o quienes reciben mayores atenciones por parte del presidente. No sería de extrañar que la frase del presidente sobre “gobernar sin el Parlamento”, haya propiciado que peneuvistas y Puigdemont se pongan más duros en los últimos días, a modo de toque.

Sin embargo, la estrategia de las lentejas de Sánchez ha empezado a flaquear desde que Alberto Núñez Feijóo promueve votaciones para atraerse a Junts y el PNV. Regalándole algunas victorias al PP, ya sea en lo relativo a Venezuela, los alquileres, o la migración, los partidos de la derecha plurinacional han encontrado una forma de preciarse aún más ante el PSOE.

A la postre, Puigdemont seguirá en su forcejeo habitual con Sánchez por miedo a que no se cumplan satisfactoriamente los pactos suscritos hasta la fecha. Por eso, si el Gobierno logra sacar el techo de gasto, que se prepare para los Presupuestos: Junts volverá a las andadas de llevar al Ejecutivo hasta el límite. Aunque quién sabe, quizás todo se resuelva como hasta ahora: concretando algún acuerdo de esos que estaban firmados pero pendientes, como por ejemplo, la cesión de competencias migratorias. Si eso de “hacerse respetar” es muy subjetivo ya en la vida, no digamos en el terreno de la política.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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