Todos a una, menos una
El PP intenta desarrollar una estrategia sobre la financiación autonómica con la que demostrar que es una alternativa institucional
El Gobierno de Pedro Sánchez complica su continuidad con decisiones cada vez más polémicas. Hacer de la necesidad, virtud, así como tener una mayoría tan heterogénea como contradictoria, hace que, a la larga, los equilibrios sean cada vez más difíciles de lograr; que aumenten los errores políticos debido a la ansiedad de seguir en el Gobierno al precio que sea y que, finalmente, crezcan los descontentos en el campo propio y aumenten los afines potenciales en el ajeno. Hasta aquí nada nuevo de la mano del manual básico de la política de siempre. Es, por así decirlo, el balance lógico y previsible de una legislatura que, por sus extraordinarias circunstancias de arranque, no puede dar mucho más de sí en sus contenidos. Incluso si se estiran las mayorías, con o sin Presupuesto, y se agota temporalmente la misma. Esto último más probable que lo primero.
Por ello, con una coyuntura tan explosiva que se problematiza cada día un poco más, no debe extrañarnos que Pedro Sánchez empiece a hacer cosas raras e inimaginables hace tan solo un año. Cosas que empiezan a reflejar que el Gobierno está entrando en los umbrales de una especie de huida hacia delante de difícil evaluación y prospectiva. Algo que debería convertirse en una oportunidad de oro para que quien ejerce la oposición apriete el acelerador de los aciertos y, sobre todo, acredite que es realmente una alternativa. Primero, demostrando que actúa con una razonabilidad seductora que ofrece a la ciudadanía propuestas que afronten y resuelvan sus problemas. Y segundo, que cuenta con un equipo técnicamente solvente para ejecutarlas con éxito. Una suma sencilla de factores que han de buscar la confianza de quienes desde la moderación quitan y dan mayorías de gobierno más o menos estables.
La declaración de este viernes de Alberto Núñez Feijóo va en esta línea. Otra cosa es que lo haya logrado y en qué medida. Sin duda, el PP trata de desarrollar una estrategia que quiere desandar el camino pasado y mostrar que es una alternativa institucional. Quizá, por eso, habla de unidad dentro de respeto a la multilateralidad, que es lo congruente con el diseño autonomista que defendió el PP de Mariano Rajoy y que siempre hizo suyo Feijóo desde Galicia. Un guiño complejo a la diferencia entre modelos posibles. Pero un matiz negociador que no cierra la puerta a una financiación para Cataluña que habría que ver cómo sería compatible con la equidad finalista que exige nuestra Constitución para el conjunto de la ciudadanía. Ayuda a esta formulación la salida de Vox de los gobiernos autonómicos en manos del PP y, también, que la propuesta de financiación singular para Cataluña que han pactado el PSC y ERC levanta muchas ampollas más allá del Ebro.
Pasar de las declaraciones institucionales a la viabilidad técnica con números y calculadora, así como la explicación normativa que haga el encaje competencial, será el test definitivo de credibilidad que tendrá que superar el PP cuando decida afrontar el detalle. Un salto cualitativo que no será menor, pues a él se puede anudar en el futuro el desenlace práctico del próximo Gobierno. Sin duda, una prueba de estrés opositora que no admitirá excepciones a la invocación literaria al famoso “todos a una” de Lope. Sobre todo, porque el logro de Feijóo de mantener la unidad de un discurso respetuoso con la institucionalidad que agrupe a la vez a todas las baronías del PP, tendrá que soportar mañana, o quizá pasado mañana, la tentación singular que tiene una de ellas de buscar la bronca y el ruido para hacerse notar. Alguien tendría que explicarle a su titular que, como decía John Dewey, la democracia liberal es, antes que cualquier otra cosa, una conversación civilizada.
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