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Columna
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¿Y si la consciencia es un fenómeno cuántico?

Dos neurocientíficos se han tomado en serio responder a una de las cuestiones más difíciles y profundas que cabe imaginar

Kurt Gödel y Albert Einstein, en una imagen sin datar.
Kurt Gödel y Albert Einstein, en una imagen sin datar.Science History Images / Alamy / CORDON PRESS
Javier Sampedro

Bueno, ya está bien de vacaciones, ¿no? Olvídate de la subóptima paella del chiringuito, despídete de los daiquiris con sombrillitas y enciende todas tus neuronas, que vamos a explorar una de las cuestiones más difíciles y profundas que cabe imaginar: ¿y si la consciencia humana es un fenómeno cuántico?

Todo esto empezó con Bertrand Ru­ssell, en realidad. Junto con Alfred North­­ Whitehead, el gran filósofo británico abordó a principios del siglo XX una tarea monumental: diseñar un autómata que pudiera deducir todo el conocimiento partiendo de un pequeño grupo de reglas de inferencia obvias y de axiomas, o verdades autoevidentes. Por ejemplo, todos los ángulos rectos son iguales. Parece evidente, en efecto, pues todos miden 90 grados. Otro axioma: dos cosas que son iguales a una tercera son iguales entre sí. También es difícil dudar de eso, desde luego. Puedes pensar que son verdades de Perogrullo (tautologías, en la jerga), y eso es lo que pretenden de hecho, pero la lógica matemática es una disciplina mental extremadamente adusta, donde cualquier afirmación, por obvia que nos parezca, debe hacerse explícita con meridiana claridad, como diría Rajoy. Hay poderosas razones para ello.

Russell y Whitehead avanzaron muchísimo en el proyecto y lo publicaron en sus Principia Mathematica de los años diez, causando gran sensación en el mundillo. Pero poco después, en 1930, el mejor lógico matemático de la época, un amigo de Einstein llamado Kurt Gödel, descubrió una inconsistencia interna que torpedeó la línea de flotación de aquel autómata generador de todo el conocimiento que habían soñado los filósofos británicos. Si lee esto un matemático se me va a cabrear, pero el asunto tiene que ver con la paradoja de Epiménides, un filósofo cretense de siglo VI antes de Cristo que dijo: “Todos los cretenses mienten”. Siendo él cretense, tiene que estar mintiendo, luego no es cretense. Una versión más general podría ser: “Esta frase es falsa”. Si es falsa es cierta, y si es cierta es falsa. Una paradoja milenaria.

Gödel mostró de forma brillante que cualquier sistema de axiomas y reglas de inferencia, como el autómata de Russell, puede deducir un teorema que dice “esto no es un teorema”. Si es un teorema, no es un teorema, pero si no lo es, sí lo es. Es el equivalente matemático de la paradoja de Epiménides. Si quieres profundizar en esta idea esencial, lee el mejor libro de divulgación científica que se ha escrito nunca, Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, del físico y escritor Douglas Hofstad­ter. Es de 1979, la versión española tiene 777 páginas, y a veces requiere clavar los codos, pero cambiará para siempre tu forma de pensar. Venga, ya te he dicho que se acabaron las vacaciones.

Roger Penrose, premio Nobel de Física en 2020, en plena pandemia, hizo hace mucho una lectura radical de la idea de Gödel. Según él, si el teorema “esto no es un teorema” nos parece una paradoja, es porque nuestra consciencia sabe que eso no puede ser un teorema, pese a que la pura inferencia lógica nos dice que sí lo es. Entonces, ¿de dónde hemos sacado eso que sabemos pese a la evidencia contraria? En un salto que solo un físico matemático podría ejecutar, Penrose propuso que solamente una teoría que combinara la física cuántica con la relatividad de Einstein podría deshacer la paradoja y explicar la consciencia humana.

Y los neurocientíficos Hartmut Neven y Christof Koch, dos pesos pesados del gremio, se lo han tomado en serio. Han diseñado una serie de experimentos para determinar si la consciencia es esencialmente un fenómeno cuántico. Quieren “salvar la distancia entre los sistemas microscópicos y macroscópicos, como el cerebro, y ofrecer respuestas al misterio de la consciencia”, en sus propias palabras. Eso sí que es un principio de curso de altura.

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