Vestigios inequívocos: campos de concentración
La dictadura franquista se empeñó en borrar el recuerdo de los más de 290 campos de prisioneros y fue tan efectiva a la hora de coser la boca de los vencidos que la mayoría de la población española desconoce su existencia
Auschwitz, Mauthausen, Dachau, letanía de muerte que no necesita de explicaciones para ser reconocida. Mas tenemos nuestra propia letanía que para muchos nada dice: Albatera, Miranda de Ebro, Castuera, Jadraque.
Entre las evocaciones de los campos de concentración escojo la del poeta Paul Celan, cuyos padres murieron en el de Mijailovka, a orillas del Bug: “Llegado al recinto / del vestigio / inequívoco: / Hierba. / Hierba, / separadamente escrita”. El proceso de borrar de la memoria colectiva las estrategias de terror de los sublevados ha sido tan efectivo que para la mayoría de la población española el término campos de concentración sugiere únicamente los de la Alemania nazi. Fue una supresión por parte de la dictadura franquista, primero activa después implícita, ocultando el terror, los campos, las fosas, bajo estratos de silencio. A la violencia física —no en balde Mola en julio de 1936 establecía “hay que sembrar el terror”— siguió la violencia simbólica que persigue la aceptación por quienes la sufren. El temor cosió la boca de los vencidos. Ni se reconocía públicamente en voz alta la existencia de los campos, ni se hablaba de ellos en voz baja en la intimidad familiar. Lo sé bien, un tío mío estuvo en Albatera y solo supimos de ello en 2010. En consecuencia, la noción misma de campos de concentración franquistas era impensable; aún lo es para la mayoría. Según algunos historiadores la guerra no terminó en 1939, a la guerra regular siguió una irregular entre la dictadura y la resistencia armada republicana, la guerrilla, hasta 1952. Negar los campos, negar la guerrilla llamando bandoleros o atracadores a sus integrantes, ocultar la magnitud de la represión, arrojar los cuerpos de los asesinados en fosas comunes mezclados con otros cuerpos, son distintas facetas del discurso de los “25 años de paz”.
Sin embargo, la tozudez de las pruebas materiales evidencia una realidad incómoda: en España, según la investigación de Carlos Hernández de Miguel, hubo al menos 298 campos, unos creados con ese propósito, en campo abierto con barracones semejantes a los nazis y anteriores a ellos, otros en espacios reutilizados, plazas de toros, cuarteles o conventos, como Camposancos y San Marcos de León. Mal que pese a los negacionistas, los documentos franquistas no se recatan y los denominan campos de concentración. Durante décadas hemos contado con fuentes documentales y testimonios de presos y familiares, ahora tenemos además los vestigios inequívocos. Desde hace poco tiempo, pues la primera excavación arqueológica de un campo la llevó a cabo en 2010 Alfredo González Ruibal en el de Castuera, Badajoz, por donde pasaron entre 15.000 y 20.000 prisioneros hacinados en 80 barracones. Esto ha ocurrido 30 años después de las primeras excavaciones de campos nazis en los ochenta. Felipe Mejías ha excavado Albatera, un campo de gran contenido simbólico en el que penaron líderes republicanos e intelectuales como Tuñón de Lara o Eduardo de Guzmán, que en El año de la victoria nos dejó una estremecedora crónica de las vejaciones sufridas. La relación de vestigios inequívocos, evidencia del terror, es extensa, algunos ejemplos son el tamaño de los barracones que prueba el hacinamiento, la situación de las letrinas en un lugar visible que persigue la humillación, la pobrísima dieta que llevó a muertes por inanición, la ausencia o escasez de piletas, lo que impedía asearse y causaba que los presos fuesen literalmente comidos por piojos, chinches u otros parásitos y víctimas del tifus. En estos días de primavera conmemoramos la liberación de los campos nazis. Aquí no hubo liberación: los presos que sobrevivieron a las torturas, a las sacas y a las muertes por hambre fueron enviados a la cárcel o a campos de trabajo. El último campo en cerrarse fue el de Miranda de Ebro, el 13 de enero de 1947, quizá una buena fecha para un día que los conmemore.
Con todo la arqueología ha sacado también a la luz vestigios que revelan el empeño por mantener la dignidad: en Jadraque tres latas de conservas fueron convertidas en tazas, un preso del que no sabemos el nombre les fabricó un asa con alambre enrollado para evitar comer con las manos. Frente al propósito de dar a los vencidos la identidad de animales, encerrándolos entre alambradas de púas, obligándolos a beber agua de los charcos, la resistencia, la obstinación en ser humanos, haciendo eco a la pregunta de Primo Levi.
¿Por qué los campos de concentración franquistas no forman parte de nuestro imaginario colectivo? Es la suya, en palabras del arqueólogo Xurxo Ayán, una memoria ausente. El papel de la dictadura en borrar su recuerdo es innegable, pero Franco murió en 1975. Es necesario asignar fondos a las excavaciones, convertir en museos algunos campos emblemáticos, como se hizo en Alemania. Se lo debemos a los presos que sufrieron en ellos y sobre todo nos lo debemos a nosotros mismos como sociedad que no aparta la vista de su pasado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.