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Columna
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La audacia del presidente Sánchez

Las reformas de la sedición y de la malversación se inspiran en nuestra mejor tradición de oligarquía y caciquismo, y protegen a una clase: no todo el mundo puede encabezar una acción sediciosa o trapichear con dinero público

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una intervención en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una intervención en el Congreso.Luis Sevillano
Daniel Gascón

En alguna ocasión he criticado al presidente del Gobierno, pero precisamente por eso es importante reconocer sus aciertos. Uno de los más evidentes es la reforma de la sedición. Era una de esas cosas tan claras que resulta imposible verlas: si eliminas el delito de sedición, desaparecen los sediciosos. Es cierto que presentar la reforma por la vía rápida es poco ortodoxo y que negociar las condenas con los perpetradores facilita las críticas demagógicas: algunos apuntan que la transformación de los sediciosos a la no-sediciosidad libera de reproche a quien pacta con ellos. Pero antes nunca supuso un problema alcanzar acuerdos con los secesionistas, así que no se entiende qué cambiaría ahora. ¿Y acaso hay alguien que conozca mejor el asunto que los condenados? Son las personas idóneas para diseñar la respuesta legal, y más cuando algunos han prometido repetir sus acciones. La reforma, como los indultos, permitirá calmar los ánimos en Cataluña, o al menos los ánimos que cuentan, tras la feroz resistencia que encontró la aplicación del 155 en 2017: hubo incluso un exconseller que se hizo un selfie en el despacho antes de abandonarlo. En esa reforma se encuentra el germen de otra que de momento es solo especulación, pero sería aún más valiente: la rebaja de la pena por malversación cuando no hay lucro personal. Si dejamos de considerar que desviar fondos para ganar elecciones o para atacar el orden constitucional es corrupción, habrá menos corrupción en España. Eso debería alegrarnos a todos. Resulta excesivo que alguien vaya a la cárcel por desviar fondos públicos para crear una república menos corrupta o para impedir la victoria electoral de una fuerza que podría debilitar el Estado de bienestar. Las dos reformas de la sedición y de la malversación se inspiran en nuestra mejor tradición de oligarquía y caciquismo, y protegen a una clase: no todo el mundo puede encabezar una acción sediciosa o trapichear con dinero público. Luego la cosa sale mal y hay escenas incómodas en el Liceo. Aun así, la aplicación, como ha dicho Gabriel Rufián, ha de ser quirúrgica: si te descuidas, puede favorecer a un adversario. Algunos dicen que la insinuación de esta reforma es un tanteo: si avanza, estupendo; si no, distrae a los indignados por la reforma de la sedición. Pero también se decía eso de otras propuestas. El presidente no debe retroceder ni desanimarse: sabe mejor que nadie que la fortuna ayuda a los audaces. @gascondaniel

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Sobre la firma

Daniel Gascón
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió Filología Inglesa y Filología Hispánica. Es editor responsable de Letras Libres España. Ha publicado el ensayo 'El golpe posmoderno' (Debate) y las novelas 'Un hipster en la España vacía' y 'La muerte del hipster' (Literatura Random House).

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