Las verdades que coexisten
En el Ejecutivo de Gustavo Petro conviven sensibilidades diferentes; una buena señal de que quiere gobernar para todos
Es difícil saber lo que significa exactamente eso de “vivir sabroso”, pero suena bien. Es el plan de Gustavo Petro para Colombia, ahora que es el nuevo presidente. “Este es el Gobierno de la vida”, dijo en su discurso de toma del posesión del 7 de agosto, y añadió: “Una vida para vivir sabroso, para vivir feliz, para que la dicha y el progreso sean nuestra identidad”. Las crónicas hablan de que se montó una enorme fiesta en Bogotá y de que la ceremonia no quedó reducida a un asunto propio de las élites. La izquierda llega al poder en Colombia con el proyecto de que todos sean dichosos. Es verdad que la afirmación forma parte de un discurso y que resulta lógico que en un día de esas características haya un poco de margen para la pompa. Lo peligroso, y está ocurriendo, es que la izquierda se aficione en demasía a lo meloso, a la cursilería, a toda esa catarata de términos que tienen que ver más con un mundo angelical de arrumacos y corazoncitos que con los conflictos del presente, con la batalla de coser sociedades rotas, de sacarlas de unas desigualdades enormes y de proyectarlas al futuro.
Lo importante de Petro es que empieza a dar señales de que va a tomarse las cosas en serio, de que no es pura pose lo de gobernar para todos, de que la idea de la paz puede ser un buen enganche para abordar el futuro. Cuando se refiere a las muchas reformas que quiere poner en marcha, la letra se parece a aquella que procuraron escribir las fuerzas que gobernaron en España con la llegada de la República en los años treinta del pasado siglo. Petro habla de reforma tributaria, reforma de la salud y de las pensiones, reforma de la educación, reforma rural integral, modernización del Estado, transición energética. Otros tiempos y otras sociedades, otra manera de establecer las prioridades y de formular los objetivos, pero el espíritu es el mismo: trabajar para poner en marcha, desarrollar y profundizar cada uno de esos desafíos. Para conseguirlo es necesario fortalecer los mecanismos, estructuras e instituciones que vayan a ejecutarlos. “Enseñar el gobierno a una democracia es habituarla a prescindir del genio”, escribió Azaña en su diario. No caben los personalismos ni los caudillos bendecidos por las imponentes luces de las mejores causas. De lo que se trata, más bien, es de ponerse a trabajar.
Y el modelo de trabajo que consiguió sacar adelante los acuerdos de paz puede ser una buena referencia. Humberto de la Calle, el jefe de los negociadores por parte del Gobierno, le habló a Juan Gabriel Vásquez durante una conversación en 2016 que ha recogido en un libro reciente —Los desacuerdos de paz— de una fábula hindú sobre 11 ciegos a los que pusieron frente a un elefante y les pidieron que lo definieran. “Uno dice: un elefante es una cosa puntiaguda de marfil. Otro dice: un elefante es un tubo de piel que se mueve. Otros dicen otras cosas. Y todos tienen razón”. Lo más difícil, al final, es “aceptar las verdades que coexisten y son ciertas todas”.
De la Calle estaba hablando sobre la Comisión de la Verdad, pero la idea sirve para un presidente que quiera gobernar para todos. El primer paso que ha dado Petro ha sido armar su Ejecutivo. Buenas noticias: hay sensibilidades diferentes, distintas maneras de describir al elefante. Al nuevo presidente le tocará ahora limar las diferencias para que entre todos consigan hacer las reformas que Colombia necesita. Ojalá les vaya bien.
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