Alcalde Almeida: lo que le pasó a Galdós se repite con Almudena Grandes
Los desprecios del regidor madrileño y el PP a la escritora tras su fallecimiento replican las campañas con que la derecha quiso destruir en su día al autor de ‘Episodios nacionales’
Almudena Grandes veneraba a Galdós. Se identificaba plenamente como autora con él. Los Episodios nacionales fueron su inspiración para la serie de seis novelas en las que estuvo inmersa más de una década bajo el epígrafe Episodios de una guerra interminable. Galdós fue para Almudena ese maestro callado que señala el camino y advierte con sabiduría de los obstáculos. La novelista aprendió con él a salvar muchos, pero, en lo que respecta al carácter del país que ambos supieron retratar con maestría, no todos.
El pasado 22 de febrero, el Ayuntamiento de Madrid logró aprobar en el pleno que se la nombrara hija predilecta. Tres días después del fallecimiento de la escritora, el PP, Ciudadanos y Vox habían rechazado ese nombramiento, pero un acuerdo para los presupuestos municipales obligó al alcalde, José Luis Martínez-Almeida, a aceptarlo, sin que, dada su negativa a reconocer el imprescindible legado de la escritora madrileña, quedase tampoco convencido de la iniciativa. Sencillamente, tragó. Pero ni la compartida afición rojiblanca de ambos suavizó en él su tendencia al ninguneo, y el pasado día 13 se negó a acudir, por problemas de agenda, al homenaje que rindió la ciudad en el Teatro Español a la autora. Dijo que tenía una cena a las nueve, cuando el acto comenzó a las siete, fue breve y se celebraba a escasos 10 minutos andando del lugar de la cita del alcalde. Pero ni por esas.
No deberían extrañarnos, aunque sí nos dejen perplejos ciertas actitudes. Para entenderlas, sirva de recuerdo la biografía del propio Galdós. Almudena Grandes siempre la tuvo muy presente. Aunque ni siquiera la celebración en 2020 del centenario de la muerte del escritor canario haya hecho reflexionar a quienes en el Ayuntamiento, con toda justicia, lo reivindicaron. Basta elegir un episodio para que ustedes entiendan y establezcan vínculos. En 1901 se estrenó, precisamente en el Teatro Español, Electra. El drama de la joven con el que Galdós simboliza una lucha contra el oscurantismo y el atraso levantó en su época fuertes críticas, protestas de los sectores más conservadores y hasta manifestaciones de desagravio en las calles promovidas por la Iglesia. Como el rencor sabe aguardar la hora de la venganza, una década después, en 1912, le cobraron la cuenta.
Un grupo de escritores e intelectuales liderados por José Estrañi, director del periódico El cantábrico, promovieron su candidatura al Nobel con más de 500 firmas a favor. El periodista era amigo de Galdós, confidente cómplice de un autor con tendencia a la discreción y su acompañante cada tarde, como José María de Pereda, durante sus veraneos en Santander. En cuanto saltó la noticia, se armó la reacción en contra de la candidatura. La gresca furibunda y la violencia de los argumentos aún la recuerdan en la Academia Sueca. La sociedad se polarizó y los oponentes esgrimieron en contra otra opción: Marcelino Menéndez Pelayo.
Hoy y entonces, los contemplamos a ambos como dos de los principales precursores intelectuales de los bandos que acabaron enfrentándose en la Guerra Civil. Galdós fue un convencido republicano que llegó a ocupar un escaño en el Congreso en 1886 como diputado del Partido Liberal que lideraba Sagasta. Más tarde, en 1909, formó junto a Pablo Iglesias, fundador del PSOE, la Conjunción Republicano-Socialista, en la que también se enrolaron otros colegas suyos como Blasco Ibáñez. Aquella formación supuso uno de los gérmenes del movimiento que acabaría dos décadas después con la Monarquía de Alfonso XIII y que inspiró la II República. Menéndez Pelayo fue también diputado y senador, miembro de la formación Unión Católica, cercano al Partido Conservador. Aunque al final de su vida regresara a algunas de las tesis liberales de su juventud, se convirtió en uno de los inspiradores del nacionalcatolicismo, aquel magma ideológico que amparó el franquismo.
Pero eso ocurrió después. En vida, ambos autores eran íntimos amigos. Menéndez Pelayo alentó la candidatura de Galdós a la Real Academia Española. Fue elegido a la segunda porque, de primeras, tampoco lo admitieron. Salvadas las reticencias, su promotor fue el encargado de responder a su discurso de ingreso. Su amistad no se rompió hasta la muerte del intelectual y erudito santanderino en 1912. Y la furia que desató el episodio del Nobel tampoco les afectó. Ambos decidieron imponerse un pacto de caballeros en virtud del cual se apartaron de la polémica. Finalmente, el premio no recayó en ninguno de los dos, pero conservaron el patrimonio de una amistad que, pese a sus diferencias ideológicas abismales, resultó todo un ejemplo de tolerancia.
Lo que ocurrió hace más de un siglo, en vez de quedar como una lección de historia para un tiempo superado, salta de nuevo ante nosotros como una cuestión no resuelta. Aquella polarización pervive. Y, lamentablemente, el ejemplo que supieron dar ambos autores no ha servido a los que pudieran identificarse con la España que promovía Menéndez Pelayo. Han confundido su ideología con una actitud de rechazo y revancha, cuando la clave en él fue saber separar ambas cosas.
Hoy, haber tenido el mal gusto y la ignorancia de no saber entender que la obra de Almudena Grandes pervive ya como acervo y legado de la ciudad en que nació y vivió, igual que la de Galdós, nos traslada 110 años atrás. No pedimos ya siquiera visión de futuro a nuestros dirigentes, sino, sencillamente, conciencia de presente. Pero cada vez queda más claro que en ciertos asuntos no son pocos los que repiten con ceguera los peores patrones y eso, sencillamente, nubla con una inquietud de resonancia oscura lo que tenemos por delante.
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