Ante el espionaje, firmeza y contención
No es sensato anteponer los posibles responsables de los desaguisados a la averiguación de lo que ocurrió exactamente, y en qué modo, grado e intensidad
Ante los escándalos de espionaje, además de la firmeza en los valores del Estado de derecho, conviene mantener prudencia en las estrategias y contención en los despliegues retóricos. Así que:
1. El quién va después del qué. No es sensato anteponer los posibles culpables o responsables o causantes de los desaguisados, a la averiguación de lo que ha ocurrido exactamente, y en qué modo, grado e intensidad. Si se actuó legal o ilegalmente. Si proporcionadamente o no.
2. No mezclar peras con manzanas. Confunde al personal mezclar una votación sobre la guerra, el precio de la gasolina y las ayudas a las empresas con la legítima exigencia de aclarar escuchas problemáticas. Devalúa ambos asuntos.
3. Cuidado con los bumeranes. No es astuto debilitar la alianza parlamentaria en la que figuras. Sobre todo, si su alternativa ha prometido que te perseguirá sin tregua.
4. Ni contigo ni sin ti. No parece sagaz renunciar al pragmatismo, al diálogo y al realismo como ejes de acción estratégica —y modo de singularizarte ante tus socios más talibanes—, y a la primera de cambio, dejar que te tiemblen las piernas y volver a echarte al monte. Te arriesgas a quedarte cabalgando sobre el vacío.
5. Trata a los demás como a ti mismo. No es equilibrado reaccionar con tardanza ante las protestas de otros por haber visto intervenidas sus comunicaciones personales, y la extrema premura en presentar denuncias por las propias.
6. Verificar antes de acusar. Las acusaciones precipitadas quedan en lastimosa evidencia cuando se descubre que uno de tus apoyos básicos, un investigador clave de los posibles abusos, estaba a su vez investigado por la justicia por formar parte de la pandilla... que organizaba o diseñaba los tsunamis violentos. Esos que habrían originado las polémicas escuchas.
7. Cuidar el olor de la ironía. La ironía suele ser signo de civilización. Pero a veces, por torpe, huele de forma no mejor. Encontrar “una casualidad no menor” en la secuencia entre la revelación de dos distintos casos de espionaje, ambos preocupantes, puede ser sospechoso. Sobre todo, si ante el primero callaste, o sea, aplaudiste en secreto. Y en todo caso, si tu gente ha prodigado escuchas, hachazos a ordenadores que contenían pruebas delictivas y tramas parapoliciales pseudopatrióticas duchas en prácticas criminales.
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