Poderes fuera de control
El espionaje a los líderes independentistas es una anécdota dentro de la historia de espionaje universal protagonizada por Pegasus
Pudo más la fascinación irresistible y con frecuencia delirante por el relato. Ya tenemos el mayor escándalo de la historia de la democracia. Ahí está el Estado profundo, siempre contra los catalanes. Inútil confiar en el Gobierno de Madrid, del color que sea. Antes nos robaba. En la pandemia, incluso nos mataba. Ahora España nos espía. No hay nada que hacer.
Para los más cautelosos, los de Esquerra, era una buena oportunidad para marcar de nuevo distancias con Pedro Sánchez y exigirle cesiones tangibles: en la propia investigación del escándalo en la comisión de secretos y en la paralizada mesa de diálogo. Para los más exaltados, los de Junts, una palanca de presión sobre Esquerra para que rompa con Sánchez e incluso una demostración de la persistencia del ensueño rupturista. También para Podemos era buena ocasión para embestir contra Margarita Robles y denunciar los tropismos derechistas en dirección a la gran coalición.
Los reyes del relato se han quedado sin relato. Por más que se esfuercen, no hay forma de cuadrar este giro de guion. El espionaje a los líderes independentistas es una anécdota dentro de la historia de espionaje universal protagonizada por Pegasus.
Está muy feo espiar, es cierto, pero es lo que hacen todos los gobiernos con sus enemigos, sean interiores o exteriores. Si se trata de un Estado democrático, con división de poderes, control parlamentario y autorización explícita y razonada de la justicia —en el caso de España, el juez del Tribunal Supremo encargado de atender las peticiones del Centro Nacional de Inteligencia— no hay forma de asimilar tales actuaciones a las que puedan realizar gobiernos autoritarios, empresas de seguridad por su cuenta o entidades y organizaciones políticas no sometidas a control alguno, ni parlamentario ni judicial.
Solo una operación de propaganda perfectamente organizada, con el auxilio de la ligereza de cierto periodismo estadounidense, pudo desviar la atención desde el principio respecto a un grave problema que afecta sobre todo a las democracias europeas. Pegasus ha demostrado que tiene más poder que cualquier Estado democrático. Solo el Ejecutivo israelí tiene algo que decir respecto a la venta y el uso de la aplicación por parte de gobiernos extranjeros. Y su autorización se produce en función de los intereses del Estado de Israel, no del carácter democrático o autoritario, ni del buen y legal uso que haga el Gobierno que lo compra.
Pegasus es una criatura que escapa del orden internacional organizado por el derecho, como sucede con las grandes tecnológicas o con los paraísos fiscales. No es seguro que Putin lo utilice, porque Rusia posee sin duda sus propios pegasus, todavía más ocultos y peligrosos. Pero objetivamente trabaja para el presidente de Rusia, como todas las otras criaturas monstruosas que escapan a la acción del derecho y de la justicia. A fin de cuentas, el orden multipolar basado en la fuerza, que Putin pretende imponer con la guerra de Ucrania, es el mercado abierto perfecto para empresas como NSO, el fabricante de Pegasus.
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