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Columna
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Lo vacuno

El alma delirante, una vez desatada, no tiene límite, y así pasé de la vaca a las vacunas

Vicente Molina Foix
EMD ISIL I ALOS (ALT ANEU)
FOTO JAVIER MARTIN

En la larga espera del pinchazo definitivo me puse a lucubrar, y de ahí al delirio hay un paso. Lo di. Prados verdes, manadas circunspectas, forraje ilimitado: las vacas. Se trata de uno de los mamíferos menos expresivos y más exprimidos de la Tierra, excepto en la India, donde se les ve con muchos humos, altivos y seguros de ellos mismos, sabedores, por ciencia infusa animal quizá, de que allí son sagrados, y si atropellas accidentalmente a una vaca te la has cargado tú, no a ella. Sé lo que me digo.

El alma delirante, una vez desatada, no tiene límite, y así pasé de la vaca a las vacunas: su lentitud exasperante en la Unión Europea, que con tanto bombo anunció hace meses un programa que se incumple, mientras lo cumplen bien Gobiernos tan mal mirados como los de Israel, Reino Unido o Serbia. También está mejor que nosotros uno de nuestros tres vecinos, Marruecos; de una población de 36 millones, el reino alauí ya ha vacunado a más del 15%, frente al paupérrimo 4% español.

De la irritación al chiste fácil: ¿tienen pezuñas vacunas los políticos más borregos? Me saca de la broma y de mi ignorancia doña María Moliner, que de tantos atascos y tantas dudas me ha sacado en una vida de consultas a su diccionario. Vacuna: “Viruela que se forma en las ubres de las vacas, de cuyo pus se fabrica el virus que se inocula para preservar de las viruelas, o cualquier otra enfermedad”. Hasta aquí la precisión elocuente de Moliner. Vacuna, vaccine, vaccino, la misma raíz etimológica en distintas lenguas, desde que a comienzos del XIX la medicina descubrió en ese pus una salvación, haciendo de todos, hombres y mujeres, el derivado lácteo de una madre creadora y un infinito rebaño de amas de cría, cuadrúpedas y adoptivas, que hasta de sus infecciones nos dieron remedios. Parsimoniosas pero productivas. Lo contrario del mundo nuestro.

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