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Columna
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Los riesgos y efectos secundarios de la coordinación

La crisis de Europa no es una crisis de integración sino una crisis de acuerdo de políticas. Estos son los verdaderos polos opuestos en el debate

Wolfgang Münchau
munchau 22/03
eurointelligence.com

¿Qué tienen en común los siguientes hechos?

En la Unión Europea: una vacuna recibe el visto bueno; después se prohíbe para los mayores de 65 años; se elimina esa restricción; se vuelve a prohibir; se reintroduce (en Francia solamente para los mayores de 55 años).

En Alemania: Angela Merkel y los jefes de Gobierno de los Estados federados alemanes establecen un umbral de 50 contagios por cada 100.000 habitantes para decretar el confinamiento; endurecen ese umbral a 30; relajan el objetivo a 50; lo elevan a 100. Hoy se vuelven a reunir.

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La mala gestión en serie de la pandemia en el continente europeo constituye un ejemplo de manual de múltiples fallos de coordinación en la política, dentro de los países y en todos ellos. El mayor fallo en Alemania es la falta de coordinación entre el Gobierno federal y los Estados. En la UE, el fallo tiene que ver con la compra de vacunas. En teoría es una buenísima idea concentrar la compra de vacunas para toda la UE. Pero no fue una buenísima idea en la práctica. Con el control de enfermedades no se juega.

La falta de coordinación de las políticas ha sido la causa de la mayoría de las crisis europeas más recientes: la zona euro, los refugiados, y ahora la pandemia. El problema no reside en una institución concreta. La Comisión Europea, a pesar de todos sus fallos, sigue siendo una de las instituciones mejor dirigidas en Europa. Cuando la UE se equivoca es en el momento en que empieza a coordinar ad hoc. Los líderes europeos se pasaron la pelota durante la crisis de la zona euro. Los ministros de Sanidad, actuando en representación de sus respectivos Gobiernos, delegaron la compra de vacunas sin pensárselo mucho. O para quienes conocen bien Bruselas, tiraron la pelota al otro tejado.

La crisis de Europa no es una crisis de integración europea sino una crisis de coordinación de políticas. Estos son los verdaderos polos opuestos en el debate de hoy sobre Europa. Ese debate en la UE no tiene que ver con partidarios y detractores, como ocurría en Reino Unido. Incluso los populistas de derechas de Europa se han dado cuenta de que les irá mejor si luchan contra la UE desde dentro. En Reino Unido, todo el debate del Brexit se redujo a dos bandos, y ambos se oponían a la integración europea. Uno de los bandos, el de los partidarios de quedarse, estaba a favor de la UE como una unión entre Gobiernos. El otro bando, el de los que querían marcharse, se oponía tanto a la integración como a la coordinación. No era una disyuntiva muy estimulante.

He observado una tendencia similar también en Alemania. Alemania solía ser un país a favor de la integración profunda. Eso cambió cuando se marchó Helmut Kohl. Merkel es la reina de la coordinación, una hábil gestora de las coaliciones y las cacofonías en las cumbres europeas. El Consejo Europeo es el paradigma del multilateralismo moderno. El sistema no se centra en encontrar verdaderas soluciones a los problemas, sino en el compromiso político. Por eso nunca se resuelven las crisis.

Las democracias corrientes son más fuertes no porque eviten los errores sino porque los corrigen. Merkel jamás reconocerá que se equivocó al poner la compra de vacunas en manos de la Comisión Europea. Nadie jamás asumirá responsabilidades por tan catastrófico error.

El debate habitual entre los que están a favor y los que están en contra de la UE no refleja lo esencial. Es mejor plantearlo en términos de confederación frente a federación. Esa categoría también diferencia a los líderes actuales de la UE de sus predecesores de las décadas de 1950-1990. Aquella generación perseguía una integración profunda, y lo hacía a un ritmo irritantemente lento. Abordaron un área política detrás de otra, empezando por una comunidad del carbón y del acero en la década de 1950, y siguiendo con la unión aduanera en la de 1960 y el mercado único en la de 1990.

La unión monetaria, que también comenzó en la década de 1990, era un híbrido que aunaba una política monetaria integrada y una política fiscal basada en las normas y la coordinación. Fue entonces cuando empezaron los problemas. No había nadie al mando. La suposición en aquel momento era que la unión monetaria acabaría dando lugar a una unión económica. Pero no ocurrió. La zona euro no fue el momento federal que podría haber sido. La manera en que los líderes de la UE resolvieron la crisis, a través de la austeridad, acentuó los desequilibrios hasta tal punto que la unión económica se vuelve cada vez más improbable.

El mayor éxito probablemente lo constituya el fondo de recuperación, pero es importante verlo en su justa medida. El fondo es un instrumento estructural, garantizado por los Estados miembros y por lo tanto de carácter intergubernamental. Se compone de 312.000 millones de euros para subsidios, que serán desembolsados hasta el final del período presupuestario actual de la UE en 2027. Según mis cálculos, esto supone en torno al 0,3-0,4% del PIB de la UE durante ese período, una magnitud que normalmente se perdería entre el ruido estadístico. Comparémoslo con el volumen de los estímulos recién aprobados en Estados Unidos, que

suponen aproximadamente el 9% del PIB solo en este año. Y eso se suma al estímulo del año pasado, que también fue mayor.

Cuando miremos al otro lado del Atlántico, deberemos recordar una vez más que Estados Unidos tiene un Gobierno. Nosotros tenemos reglas y coordinación.

Traducción de News Clips.

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