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Crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vacunas, un desastre muy europeo

En el caso de AstraZeneca, los efectos adversos son mínimos comparados con el daño al proceso de vacunación

Un grupo de personas piden en Pisa (Italia) que se acelere la vacunación.
Un grupo de personas piden en Pisa (Italia) que se acelere la vacunación.Enrico Mattia Del Punta (getty)
Paul Krugman

Estados Unidos tiene mucho que aprender de los éxitos políticos de Europa, sobre todo en lo que a atención sanitaria se refiere. Todos los países ricos de Europa proporcionan cobertura sanitaria universal gastando mucho menos que nosotros, a pesar de que nuestro sistema deja a decenas de millones de personas sin seguro. Y todo indica que la calidad general de la atención es muy buena; de media, los franceses, por ejemplo, tienen una esperanza de vida cuatro años mayor que los estadounidenses. Pero en este momento crucial de la odisea de la covid-19, cuando por fin las nuevas vacunas ofrecen una perspectiva realista de recuperar la vida normal, la política en la Unión Europea (UE) ha estado caracterizada por una chapuza tras otra. Las inoculaciones empezaron con lentitud; ajustando por población, Reino Unido y Estados Unidos han administrado aproximadamente el triple de dosis que Francia o Alemania. Y los países de la UE siguen retrasados, administrando vacunas a la mitad de velocidad que nosotros.

El desastre de la vacunación seguramente acabará causando miles de muertes innecesarias. Y el problema es que las chapuzas políticas del continente no parecen casos aislados, unas pocas decisiones erróneas tomadas por mandatarios incompetentes, sino que más bien parecen reflejar fallos en las instituciones y las actitudes del continente, incluida la misma rigidez burocrática e intelectual que convirtió la crisis del euro de hace una década en un problema mucho mayor del que debería haber sido.

Los detalles del fracaso europeo son complejos, pero el denominador común parece ser que los dirigentes europeos no solo son aversos a los riesgos, sino también aversos a los riesgos equivocados. Parecían profundamente preocupados por la posibilidad de acabar pagando demasiado a las empresas farmacéuticas, o descubrir que habían desembolsado dinero para vacunas que o eran ineficaces o acababan teniendo efectos secundarios peligrosos. De modo que minimizaron los riesgos retrasando el proceso de adquisición, regateando en el precio y negándose a firmar exenciones de responsabilidad. Parecían mucho menos preocupados por el riesgo de que muchos europeos enfermasen o muriesen por culpa de la lentitud excesiva en la campaña de vacunación.

Mientras leía la historia de los lentos programas de vacunación europeos, me acordé de la definición de puritanismo acuñada por H. L. Mencken: “miedo persistente a que alguien, en alguna parte, pueda ser feliz”. Los eurócratas parecen igualmente acosados por el miedo a que alguien, en algún lugar —ya sean las empresas farmacéuticas o los funcionarios públicos griegos— pueda salirse con la suya en algo.

Durante la crisis del euro, esta actitud llevó a imponer a los países deudores unas políticas de austeridad rigurosas y destructivas, no fuera a ser que de algún modo no pagasen un precio elevado por su pasada irresponsabilidad presupuestaria. Esta vez, significaba centrarse en negociar un contrato barato con las farmacéuticas, incluso a costa de que se produjera un posible retraso mortal, no fuera a ser que hubiera el más mínimo indicio de especulación. Huelga decir que en Estados Unidos tenemos una actitud mucho más relajada hacia la especulación empresarial, demasiado relajada, la mayor parte del tiempo. Pero en este caso nos ha sido útil, porque no hemos escatimado céntimos en una crisis sanitaria.

Europa también tiene otros problemas. La vacunación se ha retrasado por los intentos de seguir una política europea común, lo cual estaría bien si la Unión tuviera algo parecido a un gobierno unificado. Pero no lo tiene; por el contrario, los gobiernos nacionales retrasaron los contratos farmacológicos en espera del consenso. Además, con la compra de vacunas no se acaba todo; también hay que ponerlas en los brazos de la gente. Y en Europa no hay nada comparable al esfuerzo de distribución y vacunación nacional que ha ido cobrando impulso rápidamente desde que el Gobierno de Joe Biden llegó al poder.

Por último, resulta que Europa tiene un problema con la hostilidad generalizada hacia la ciencia. Por supuesto, nosotros también lo tenemos, pero el suyo es diferente, y en aspectos que están haciendo mucho daño. En Estados Unidos, la mayor parte de la hostilidad hacia la ciencia —aunque no toda, ni mucho menos— viene de la derecha, en especial de la derecha religiosa. Somos una nación llena de antievolucionistas, negacionistas del cambio climático y, más recientemente, negacionistas de la covid, formas de negación de la ciencia que son mucho menos comunes en Europa. Pero otras actitudes anticientíficas, menos fáciles de situar en un espectro izquierda-derecha, están inquietantemente extendidas. La resistencia a ponerse la vacuna contra la covid-19 aunque esté disponible prácticamente no existe en Estados Unidos, pero los sentimientos antivacuna parecen estar alarmantemente generalizados en Europa, especialmente en Francia.

Todos estos problemas llegaron a su punto crítico esta semana, cuando varios países europeos suspendieron el uso de la vacuna de AstraZeneca basándose en indicios probablemente falsos de que algunos vacunados podrían desarrollar coágulos. Una vez más, los políticos se obsesionaron con los riesgos equivocados; aunque haya efectos secundarios adversos, seguramente sean insignificantes en comparación con el daño causado a la campaña de vacunación. Y una vez más, ha fallado la coordinación en Europa: Alemania suspendió unilateralmente AstraZeneca y otros se apresuraron a seguir su ejemplo por miedo a que los responsabilizaran si algo salía mal (algo que no fuera la muerte de personas por no haber recibido la vacuna).

Como he dicho, lo más inquietante de todo este fiasco es que no se le puede echar la culpa meramente a unos cuantos dirigentes ineficaces. Por el contrario, parece reflejar defectos fundamentales en instituciones y actitudes. El proyecto europeo tiene un serio problema.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción News Clips

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