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Cazadores de miedos

¿Has pensado alguna vez cómo serían tus antepasados más lejanos, aquellos que, en los albores de la humanidad, sobrevivieron a todo tipo de peligros en la sabana africana y los bosques de Eurasia? ¿Eran cobardes o valientes?

Víctor Lapuente
Crisis del coronavirus
Un hombre recibe la vacuna de AstraZeneca en Roma, Italia.Gregorio Borgia (AP)

¿Has pensado alguna vez cómo serían tus antepasados más lejanos, aquellos que, en los albores de la humanidad, sobrevivieron a todo tipo de peligros en la sabana africana y los bosques de Eurasia? ¿Eran cobardes o valientes?

Hay razones para creer que tus ancestros eran miedosos. Unos seres tan frágiles que nacían a medio hacer, porque el gran tamaño de sus cabezas no podía desarrollarse más en el útero materno, solo podían resistir en un ambiente hostil si reaccionaban de manera preventiva ante cualquier amenaza. Los que vivieron lo suficiente para salvaguardar durante años a sus delicados retoños no fueron los temerarios, sino los temerosos, los que se asustaban ante una contingencia azarosa. Si un pariente había sido mordido por una víbora en un estanque, mejor no bañarse en él. Por si acaso.

A través de los tiempos, incrustamos esa capacidad de sobrerreacción en nuestros genes, con lo que ahora sufrimos lo que los psicólogos llaman “sesgo de la disponibilidad”. Cualquier peligro disponible, por remoto que sea, nos pone en guardia. En un mundo interconectado, con los medios de comunicación difundiendo todo tipo de rumores, vivimos en permanente estado de alteración. Da igual que, estadísticamente, las probabilidades de padecer un cáncer tras ingerir un alimento X, o una trombosis tras la administración de una vacuna Y, sean mínimas. Se nos despierta el miedo atávico.

Esto explica la paradoja de que, en el momento de mayor desarrollo científico de la historia, tengan éxito los movimientos antivacunas. Nunca habíamos acumulado tanta evidencia sobre la importancia de inmunizar a la población contra enfermedades y, no a pesar de eso, sino precisamente por eso, nunca habíamos visto proliferar tantos grupos de opositores a las vacunas.

La víctima más reciente del pánico colectivo ha sido AstraZeneca. Los expertos habían señalado, y la Agencia Europea del Medicamento posteriormente confirmó, que los riesgos de la vacuna de esa farmacéutica son aislados y, en todo caso, quedan superados por los beneficios. Pero, a pesar de que el daño social de padecer algún episodio tromboembólico es menor al de no inyectar la vacuna a millones de personas, muchos países corrieron a suspender el uso de la misma. Y es que nuestros Gobiernos, antes que científicos en jefe, son cazadores-recolectores de los miedos colectivos. @VictorLapuente

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