Álvaro Bilbao, neuropsicólogo: “Es fundamental enseñar a los hijos con claridad qué conductas son aceptables y cuáles no”
El experto celebra el décimo aniversario de ‘El cerebro del niño explicado a los padres’ con una edición especial tras haber vendido más de 400.000 ejemplares desde su libro, que ha sido traducido a 24 idiomas


Se acaban de cumplir 10 años de la publicación de El cerebro del niño explicado a los padres (Plataforma editorial, 2015), el libro del neuropsicólogo Álvaro Bilbao (Bilbao, 49 años) que, con más de 400.000 ejemplares vendidos y 24 traducciones, se ha consolidado como uno de los grandes referentes en parenting y cuyo aniversario se celebra con la publicación de una edición especial y limitada: incluye nuevo prólogo del autor, anexos y curiosidades. Al escribirlo, Bilbao contaba ya con una sólida trayectoria: 15 años de experiencia profesional, formación en instituciones como el hospital Johns Hopkins de Baltimore (Estados Unidos) y cinco años como padre. Sin embargo, hubo un detonante que le impulsó a dar el paso definitivo a ponerse a escribir: una familia en consulta que rechazaba la necesidad de poner límites a su hijo porque, según defendían, eso restringiría su desarrollo y le restaría libertad en el futuro. Fue entonces cuando pensó que hacía falta una guía que ayudase a los progenitores a entender cómo funciona el cerebro infantil y cómo acompañar a sus pequeños con cariño, pero también con firmeza.
Doctor en Psicología de la Salud y padre de tres hijos, Bilbao es hoy el segundo autor español vivo de no ficción más vendido, con presencia constante en el top 100 de Amazon durante 10 años y una comunidad de más de tres millones de seguidores en redes sociales. ¿Su secreto? Cree que mucho ha tenido mucho que ver con alejarse de los extremos. “Mi mensaje sigue siendo el mismo: educar con el cerebro en mente, con sentido común y equilibrio, puede transformar la vida de los niños y de sus familias”.
“Está bien que los niños tengan modelos de padres que se equilibren entre sí o que por lo menos tiendan a ser moderados en su forma de expresar el enfado, la alegría, en su manera de educarlos, en su manera de trabajar y de criar”, sostiene Bilbao. Para el divulgador, que cuenta con 2,5 millones de seguidores en Instagram, ese equilibrio de amor, calidez, normas, rigidez, seguridad… “es lo que realmente enriquece su cerebro”.
PREGUNTA. ¿Cuánto influye el carácter de cada persona en la crianza? No solo de los padres, sino también de los hijos.
RESPUESTA. Pues esta es muy buena pregunta porque sabemos que distintos padres tienen distintos estilos de crianza, y esto depende en gran parte de la personalidad de los padres: algunos, más amables y conciliadores, tienden a ser democráticos y evitan el conflicto; otros, más combativos, suelen mostrarse autoritarios. Cada estilo aporta fortalezas y carencias: los hijos de padres muy amables crecen con seguridad, pero pueden carecer de disciplina, mientras que los de padres autoritarios suelen ser responsables y autosuficientes, aunque a veces inseguros. Además, cada hijo es distinto y puede desafiar las ideas previas que los padres tenían sobre la crianza. Lo importante es que como padres sepamos adaptarnos al hijo que tenemos y desarrollar las habilidades que a nosotros nos hacen falta para educar, y así permitir a nuestro hijo desarrollar las habilidades o modular su carácter en la manera y en la medida que le haga falta.
P. ¿Hay niños más difíciles de criar o padres con menos herramientas?
R. Cada niño es distinto: algunos son más movidos o impulsivos, otros se sienten cómodos con las normas. Estos últimos, aunque parecen fáciles de criar, también necesitan aprender a ser creativos, a defenderse y a ocupar su lugar en el mundo, más allá de seguir reglas. En los padres también hay diferencias: unos se guían por el sentido común, con calma y equilibrio, mientras que otros caen en extremos —dar todos los caprichos o perder los nervios con facilidad—. Aun así, desde mi experiencia, creo que todos los padres, tengan más o menos herramientas, solo quieren ayudar a sus hijos y lo suelen hacer lo mejor que pueden.
P. ¿Cree que el secreto de la crianza se encuentra en algo tan sencillo como estar presentes y tranquilos?
R. Estar presentes da a los niños mucha seguridad y el estar tranquilos, pues también les ayuda a gestionar mejor la frustración. Sin embargo, a veces, en el parque observo situaciones curiosas: un menor que pega a otro que no es de su familia, y los padres, con mucha calma, se acercan y le dicen: “Uy, cariño, parece que a este niño no le gusta que le pegues”. Quizá en esos momentos conviene mostrar un poco más de firmeza. Los pequeños son muy sensibles a las emociones de sus progenitores y aprenden a distinguir lo que está bien de lo que no lo está. Esa lectura emocional es fundamental en el proceso de aprendizaje y forma parte de lo que llamamos instrucción: enseñar con claridad qué conductas son aceptables y cuáles no. Lo mismo ocurre con situaciones cotidianas, como la comida. A veces vemos a padres que persiguen a sus hijos para que coman porque no quieren sentarse a la mesa. Ahí también es importante marcar el límite y decir con claridad: “Mira, cariño, ahora toca sentarse a la mesa”. Al final, la calma es valiosa, pero una calma malentendida —sin firmeza ni límites— puede convertirse en un problema.
P. Antes, los padres no contaban con tantas herramientas ni información como ahora, pero sí estaban más presentes. ¿Los móviles están robando la atención a los hijos?
R. Este es uno de los grandes cambios que hemos visto en los últimos 10 años. En 2015 ya había teléfonos móviles, pero las redes sociales no estaban tan presentes y no nos distraían tanto de la relación con nuestros hijos. Hoy, las pantallas interfieren en la atención tanto de los padres como de los niños, sobre todo a partir de los 10 años. Lo ideal sería que, al llegar a casa, toda la familia dejara los teléfonos en un cajón. Las relaciones humanas y el tiempo de calidad deben ser una prioridad frente a lo digital: comer y cenar en familia sin dispositivos y dormir con los móviles fuera del dormitorio deberían ser normas básicas en todas las casas.

P. “Estamos en una auténtica crisis de salud mental infantojuvenil”, escribe. Alude a la sobreprotección, al espacio que han robado las pantallas y a los mayores niveles de estrés y ansiedad de los adultos. ¿Por dónde pasaría la solución a estos males actuales?
R. Es difícil determinar cuánto de nuestra salud mental depende de los padres, los hijos o la sociedad en la que vivimos. Sin duda, el modelo de sociedad capitalista y el uso masivo de redes sociales tienen un papel importante. Estas plataformas fomentan la comparación y la búsqueda de descargas de dopamina, que a menudo nos dejan más vacíos. Al mismo tiempo, existe una responsabilidad individual: hay adolescentes y adultos, incluidos progenitores, que optan por eliminar redes como Instagram o TikTok al sentir que les roban tiempo y bienestar. Y no solo esto. Los estilos educativos actuales, a veces sobreprotectores y permisivos, pueden contribuir a que los hijos desarrollen ansiedad o se sientan menos preparados para afrontar dificultades. Se trata de un problema complejísimo, que no solo depende de nosotros, sino también de políticas públicas que fomenten un uso adecuado de las pantallas y más tiempo dedicado a la vida real.
P. En el libro sobrevuelan recomendaciones como ser empáticos, asertivos, respetuosos, tener autocontrol, sentido común… ¿También imperfectos?
R. ¡Desde luego! Es esencial. Los niños necesitan padres imperfectos que se equivoquen, porque así aprenderán que ellos también pueden ser imperfectos. En cada hogar, los hijos deben ver que su papá cojea de un pie, que su mamá cojea de otro, y que ellos también tienen derecho a hacerlo. Es importante aceptar nuestras imperfecciones e incluso reírnos de ellas. Por ejemplo, mi mujer madruga mucho y todos sabemos que por la noche se vuelve más gruñona; yo, cuando tengo semanas con muchas conferencias, también puedo estar más estresado y ellos se ríen un poco de mí. Cada hijo tiene sus particularidades, y está bien aceptarlas y abrazarlas sin vergüenza, complejos ni la presión de ser perfectos.
P. ¿Hay margen de reparación si los primeros años han sido un desastre?
R. Incluso si como padres hemos gritado, castigado o nos hemos enfadado, estar presentes y esforzarnos por hacerlo lo mejor posible ya es muy valioso. El apego se construye tanto con amor como con límites claros y consistentes. Nunca es tarde para mejorar: cada día es una oportunidad para dejar recuerdos positivos y convertirse en padres que marquen la vida de sus hijos.
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