El latigazo del cambio climático en Chequia: de las inundaciones al tornado
Alcaldes, científicos y vecinos afrontan la mayor frecuencia de los fenómenos extremos de la naturaleza en el corazón de Europa
“Nuestro Maracaná es lo primero que se inunda”, afirma con cierta guasa el alcalde de Ústí, un pueblito de medio millar de habitantes en el este de Chequia. Cuenta que el primer objetivo de las aguas del río Bečva cuando llueve y se desborda es la vecina pradera verde con porterías a la que se refiere con el mismo nombre que el mítico estadio brasileño. Libor Vykopal, nacido hace 61 años y criado en una de las casas expuestas de la ribera, fue activista antes que político. Las grandes inundaciones de 1997 le pillaron siendo conductor de autobús en una compañía de Brno, la segunda ciudad del país y capital de la región de Moravia. Pero en 1998 se alzó con la vicealcaldía, un puesto a tiempo parcial, y en 2002 se convirtió en alcalde con plena dedicación.
No hay que desplazarse hasta Asia, África o América para comprobar los efectos del calentamiento de la Tierra. Los avisos llegan a cualquier parte. “Ahora los habitantes de Europa pueden comprender lo que significa el cambio climático”, advierte Robert Stojanov, científico de la Universidad Mendel de Brno, refiriéndose no solo a lo que ocurre en su país, Chequia, sino también a desastres como las recientes inundaciones en Alemania o los incendios en el Mediterráneo.
“Son aguas tranquilas. No es como si vinieran grandes olas”, explica Frantisek Lukas, vecino de Ústí de 70 años, dando a entender que no son víctima de tsunamis. Se da la vuelta y, levantando todo lo que puede el brazo, muestra la placa que recuerda en la fachada de su casa la altura que alcanzó el agua en 1997 en unas calles que durante varios días fueron navegables. “Pero las inundaciones las tenemos todos los años. Estamos acostumbrados”, reconoce delante del arroyo canalizado donde sigue viviendo. Ahí, unos trabajadores se afanan en construir una rampa que permita acceder al cauce a la máquina que pueda retirar las ramas y sedimentos que se alían con las lluvias y el agua que desciende de las montañas hacia el río Bečva. “Yo nací aquí y espero morir aquí”.
Aunque las lluvias se llevaron medio centenar de vidas en el este de Chequia en 1997, los excesos del agua no se miden en muertos en Ústí. Pero sí es un asunto que tienen muy presente los vecinos. Ladislav Lukas, hoy con 78 años, comprobó que aquel julio de hace 24 años que el desbordamiento era mayor de lo habitual. Un mes después tuvieron que abandonar definitivamente su casa en el entorno del río. Gracias a un acuerdo con el Ayuntamiento, intercambiaron su terreno de la parte baja por otro situado colina arriba. En lo que se construían la casa nueva fueron alojados durante cuatro años en una vivienda municipal. Hoy, en el chalé de los Lukas la parte inferior se dedica solo a garaje y la parcela, en pendiente, está preparada para que drene cuando llueve. “La inundación sirvió para algo. Nos hizo huir lejos del río y aquí estamos contentos”, zanja.
Aunque esta familia no haya tenido que desplazarse más que unos cientos de metros de su lugar de residencia original, para Robert Stojanov, especialista en medio ambiente y movimientos de población, se trata de un caso de refugiados climáticos. “Cada vez son más frecuentes los fenómenos climáticos extremos en toda Europa” y esto “podría contemplarse como un impacto del cambio climático”, apunta.
“El calentamiento global, al menos parcialmente, está causado por actividades humanas”, añade Stojanov señalando a “nuestro estilo de vida y nuestro consumo” vinculado a “nuestra producción agrícola e industrial”. “¿Qué podemos hacer? Yo creo que lo primero es adaptarnos, porque ya es demasiado tarde para únicamente mitigar el impacto”. “Hasta que no dejemos de añadir CO2 de combustibles fósiles a la atmósfera, el efecto invernadero seguirá”, según Jan Hollan, miembro de CzechGlobe (Instituto de Investigación del Cambio Global de la Academia Checa de Ciencias). Hollan pinta en todo caso un panorama sombrío para las próximas décadas. “Sabemos con seguridad” que, cuando se dejen de usar esos combustibles, “20 o 30 años después, se detendrá el efecto invernadero” y “Europa se enfriará un poco”. Al igual que Stojanov, apela a cambiar nuestros hábitos de consumo y apostar por las energías renovables.
En Troubky, otro pueblo a orillas del Bečva, las inundaciones de 1997 trajeron peores consecuencias. Una placa delante del Ayuntamiento recuerda a los nueve muertos en una localidad de 2.035 vecinos que, además, perdió 388 de sus 750 casas. Hoy, la manera de construir ha cambiado. Se usa más el ladrillo y el primer piso suele estar elevado, reconoce Radek Brazda, alcalde desde 2005. Pero “la gente tiene miedo cuando llegan las lluvias”, asegura.
Muros de contención
Los regidores de la zona disponen ahora de un sistema de alerta a través del móvil que les permite avisar con cierta antelación a los vecinos, explica Libor Vykopal a orillas del Bečva a su paso por Ústí. Allí avanzan los trabajos para construir muros de contención para frenar las inundaciones. Está previsto acabar las obras en la primavera de 2022. Tienen un presupuesto de 151 millones de coronas checas (unos seis millones de euros) que paga de manera íntegra la Unión Europea. “Creemos que no volverá a haber desastres”, augura satisfecho el primer edil a unos metros del Maracaná local entre el ruido de las máquinas excavadoras.
Pero la realidad demuestra que hacer previsiones es peligroso. El último latigazo lo pegó la naturaleza en Chequia este mismo verano a solo un centenar de kilómetros al sur de Ústí y Troubky. La tarjeta de presentación esta vez fue un tornado. En apenas unos minutos, la furiosa columna de aire mató a seis personas y arrasó cinco pueblos la tarde del 24 de junio en la zona de Hódonin, junto a la frontera eslovaca.
“El clima es cada vez más salvaje, se comporta como si estuviera tomando esteroides” porque un tornado así “nadie lo había visto en Chequia”, explica en medio de la destrucción Jan Holland. “Esto era esperado” e “irá a peor hasta que detengamos el cambio climático” principalmente debido, añade, al “efecto invernadero”.
Para reducirlo “debería haber una prohibición de las ayudas a los combustibles fósiles que garantice que las emisiones disminuyan y que la economía sea impulsada con soluciones limpias”, sugiere Marcel Kolaja, eurodiputado del grupo de los Verdes y vicepresidente del Parlamento Europeo. “También necesitamos establecer un consejo científico independiente que vigile si la UE sigue la senda para cumplir sus objetivos”, añade Kolaja, del Partido Pirata checo.
Un mes después, los daños siguen siendo evidentes y decenas de vecinos, voluntarios de todo el país y militares siguen empantanados. Cubierto con sombrero de paja, el alcalde de Moravská Nová Ves, de 2.600 habitantes, es uno más de los que viven en exclusiva para tratar de recuperar la normalidad. Aunque solo hubo un muerto, “ahora parece gracioso, pero es un milagro que no haya fallecido más gente” señala en medio del ajetreo Marek Kosut, de 40 años, mientras muestra en el despacho la cabeza de piedra de San José, cuya imagen decapitada sigue luciendo en la avenida principal. Al lado, una caja con matrículas de coches que han ido apareciendo. Algunas son de vehículos de otros municipios.
“Hacen falta más instrumentos de intervención rápida” frente a los fenómenos climáticos extremos, afirma Ernest Urtasun (Catalunya en Comú), vicepresidente del grupo de los Verdes en el Parlamento Europeo, institución que ha financiado el viaje a Chequia para este reportaje. Cree que tanto la Comisión como la UE deben involucrarse con más fondos de ayuda porque, pone de ejemplo, los 30.000 millones para hacer frente a las inundaciones en el oeste de Alemania han salido de Berlín.
Delante del Consistorio de Moravská Nová Ves, los cuatro relojes de la torre de la iglesia de Santiago se congelaron a las siete y veinte minutos de la tarde. Es la misma hora en la que, atónitos, todos vieron cómo la espiral de aire descontrolado absorbía y disparaba todo lo que encontraba a su paso. Coches, árboles, tejados, estatuas, animales, lápidas del cementerio... Una película de terror que algunos se atrevieron a grabar con sus móviles. Las imágenes de Michal Hluchy, obrero de la construcción de 42 años, se hicieron virales en internet.
“Se llevó todas las puertas con sus marcos, que se fueron volando por las ventanas”Vera Zugarkova, vecina de Hruski que perdió su casa en el tornado de junio
Insiste Urtasun en que su grupo, con la vista puesta en la cumbre del clima (COP26) de noviembre en Glasgow, seguirá recordando que los objetivos de la Ley Climática Europea han de ser más ambiciosos pese a que a finales del año pasado se anunció que el objetivo de reducción de emisiones pasaba del 40% al 55%. “Hay que correr más”, reclama. Y para ello cree que es necesario un mayor impulso de las energías renovables, mayor eficacia energética en edificios, una reforma del comercio de emisiones o mejorar la política agraria común, “que se come entre el 40 y el 45% del presupuesto comunitario” y realiza “inversiones masivas” en agroindustria.
A finales de julio una parte importante del pueblo de Hruski, de 1.600 habitantes, sigue siendo un escenario devastado. La alcaldesa, Jana Filipovicova, de 50 años, trata de consolar a Vera Zugarkova, una zootécnica de 57 años, junto al agujero que ocupaba su casa y que finalmente tuvo que ser derruida tras los daños sufridos. En total 63 viviendas de las 550 del municipio quedaron totalmente destruidas y 250 afectadas.
Al recordar el tornado, con su madre impedida en la cama, a Zugarkova se le saltan las lágrimas y se le encogen las palabras. “Empecé a lanzar cosas sobre ella... mantas cojines, almohadas, paquetes de pañales y le dije que rezara. Me arrodillé y recé ante la imagen de la Virgen María”. La mujer hila un discurso de seis minutos en el que recuerda con detalles lo ocurrido el 24 de junio. El tornado “cayó sobre la casa rompiendo ventanas. Había ladrillos volando, tejas volando, grandes trozos de cristal y tierra”. “Se llevó todas las puertas con sus marcos, que se fueron volando por las ventanas”.
El científico Robert Stojanov, que la escucha emocionado, trata de contextualizar al testimonio de la vecina: “Nadie aquí pensaba en los tornados. Los habían visto, quizás, en las películas de Hollywood”. “Hay que recordarlo”, insiste Zugarkova. “Y mantener la naturaleza en nuestra mente y tratarla con un poco de humildad”.
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