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El policía criminal que se llevó a la tumba los secretos del submundo de Río de Janeiro

El capitán Adriano, abatido por agentes la semana pasada, era un personaje clave en las turbias relaciones entre el crimen, la policía y la política en la ciudad brasileña

Naiara Galarraga Gortázar
Los equipos de rescate trabajan en un edificio ilegal que se desplomó matando a 24 personas en Río de Janeiro en abril de 2019.
Los equipos de rescate trabajan en un edificio ilegal que se desplomó matando a 24 personas en Río de Janeiro en abril de 2019.FABIO TEIXEIRA (GETTY)

En 2005, la cárcel para policías militares de Río de Janeiro acogió la entrega de la mayor condecoración del Estado, pero el galardonado no era un guardián sino un reo. Un agente acusado de asesinato recibió la medalla Tiradentes —un reconocimiento por prestar servicios relevantes al Estado— a propuesta de un diputado carioca veinteañero, Flavio Bolsonaro. Su padre, Jair Bolsonaro, un irrelevante diputado que se convertiría en presidente de Brasil, asistió entonces al juicio del preso condecorado e incluso le dedicó un discurso ante el pleno de la Cámara de Diputados. Lo consideraba un valiente injustamente perseguido tras matar durante una redada a “un elemento que, pese a estar implicado en el tráfico de drogas, fue considerado por la prensa como un simple aparcacoches”. 

Adriano Magalhães da Nóbrega fue un policía excepcional y luego un delincuente excepcional. Instructor del cuerpo que protagonizó la película Tropa de élite, se convirtió en criminal hace años, tras salir de prisión en 2006. En 2018 fue interrogado por el asesinato de la concejala Marielle Franco y el domingo pasado murió abatido en una operación policial. Tenía 43 años.

Adriano Magalhães da Nóbrega.
Adriano Magalhães da Nóbrega.

La sospecha de queima de arquivo fue inmediata. Así se llama en el portugués de Brasil a la eliminación de pruebas o testigos. Una sospecha que dibuja un final de película para una vida de telenovela de terror. Considerado valiente y violento por sus pares, el capitán Adriano encarnaba las cloacas de Río, según el veterano reportero de Globo Chico Otavio. Una tupida maraña de relaciones turbias entre la policía, el crimen organizado y la política tras la fachada de playas espectaculares, carnaval y caipirinha. “Río es hoy como el Chicago de los años veinte o el Nueva York de los ochenta”, dice Jacqueline Muniz, doctora en Estudios Policiales.

El capitán Adriano era uno de los hombres más buscados de Brasil. Aunque se topó con la ley varias veces, al morir estaba limpio, al menos en los registros oficiales. Sus antecedentes penales se evaporaron porque fue condenado por asesinar al guardacoches pero luego fue absuelto. Tampoco fue procesado en el caso Marielle (por el que está encarcelado otro antiguo policía militar). Y aunque era sospechoso de varios asesinatos más, el contacto que tenía con el ahora senador Flavio Bolsonaro era indirecto pero reciente: hasta 2018, el hijo del presidente brasileño empleó en su gabinete a la madre y la exesposa de este policía expulsado del cuerpo en 2014. Bolsonaro padre ha declarado este sábado que cuando Flavio le propuso para la medalla "era un héroe de la policía militar".

Tras la muerte de Adriano, Flavio Bolsonaro solo rompió su silencio para denunciar a través de Twitter que iban a incinerar el cadáver del expolicía. Un juez evitó la cremación.

El capitán Adriano llevaba menos de un día escondido en la casa donde fue abatido por antiguos compañeros. Su abogado dice que estaba nervioso, que temía que lo asesinaran. No se sabe si alguien le avisó de que iban tras él. Lo que sí está confirmado es que el chalé aislado que utilizó como último escondite pertenece a un concejal del partido con el que el jefe del clan Bolsonaro ganó las presidenciales.

Hacía años que aquel policía callado, de 1,77 de altura, musculoso, que sabía montar un AK47 sin mirar las instrucciones, trabajaba para el crimen. “Lo reclutaron en los años 2000. Y pasó a ser jefe de seguridad de los bicheros (organizadores de rifas ilegales) de la familia García”, explica en un café Otavio, el periodista que, junto con una compañera, fue el primero en escribir sobre Adriano. “Ascendió rápido porque era violento y no tenía miedo”, añade. La Fiscalía de Río le acusó hace un año de comandar una banda de asesinos a sueldo llamada Escritorio del Crimen y de liderar una de las llamadas milicias que cada vez dominan más territorio —y electores— en la ciudad.

Son bandas nacidas a finales de los setenta, cuando el hampa local, que gestiona loterías ilegales y tragaperras (también ilegales en Brasil), reclutó a los policías que hicieron el trabajo más sucio de represión en la dictadura. Llegaron a las barriadas ofreciendo seguridad comunitaria y pasaron a extorsionar y a monopolizar servicios básicos como el butano, Internet, la televisión por cable o el agua en bidones. En los últimos años ampliaron el negocio a la construcción ilegal. Los grandes eventos que culminaron en 2016 con los Juegos Olímpicos fueron el caldo de cultivo de su expansión hasta controlar la mitad de la ciudad, explica la especialista Muniz, que trabajó para el Gobierno de Lula.

El reportero de Globo explica que los negocios más lucrativos del capitán Adriano en los últimos tiempos eran los préstamos y la construcción ilegal en Piedras Negras, una barriada construida para alojar a las niñeras, jardineros o conductores de los vecinos ricos de las urbanizaciones de la zona de Barra de Tijuca, donde los Bolsonaro tienen el chalé familiar. Entre sus vecinos de urbanización estaba el policía militar acusado de dispararle cuatro tiros en la mejilla a la concejal Marielle Franco desde un coche en marcha. De nombre Ronnie Lessa, su trayectoria es similar a la del capitán Adriano. El reportero cuenta que la destreza que requirió aquel atentado fue la razón por la que el ahora fallecido terminó siendo interrogado sobre el asesinato de la concejal. El desplome de un edificio construido ilegalmente en Piedras Negras mató a 24 personas el año pasado.

El profesor José Claudio Alves, que estudia estos grupos milicianos hace tres décadas, conjetura que Franco fue asesinada porque gracias a su trabajo conocía el entramado de estos grupos, porque era más combativa que otros y porque era mujer. “Estos grupos no conviven con ninguna mujer que los intimide”.

La muerte de Franco tuvo una enorme repercusión y puso el foco en los criminales que antes fueron policías. Los interrogatorios agitaron un avispero. De ahí nació la operación de la Fiscalía bautizada como Los Intocables, que encarceló a una docena de ellos, aunque la pieza más valiosa, Adriano, logró huir. “Estos grupos solo existen porque tienen financiación, apoyo político y porque controlan de manera militarizada áreas muy pobladas”, explica Alves, profesor de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro. Quien domina el territorio, domina el electorado. Esa es una de las claves, porque en este sistema el dinero de los negocios ilegales sirve para financiar campañas políticas. “Es el mejor dinero, no hay que declararlo”, apunta Muniz. Eso ayuda a entender cómo es que uno de los investigados como posible autor intelectual del asesinato de Franco sea un concejal carioca en ejercicio. Un concejal que, irónicamente, se apellida Siciliano. Su nombre es Marcelo.

“Hace muchos años que asistimos a una privatización ilegal perversa de la seguridad pública en Río de Janeiro; hace mucho que la policía no patrulla, es una policía de operaciones: lo que hace es trasladar criminales de aquí allá”, dice Muniz. “Se fabrica una guerra para poder subir el precio de los sobornos del alquiler del territorio”, remata. Para no ser unos parias, los señores de esos negocios ilegales presiden escuelas de samba que a fin de mes desfilarán en el carnaval ante Brasil y el mundo.

Todavía no se conoce el informe pericial sobre la muerte del capitán Adriano. Pero fotos publicadas por la revista Veja apuntan a que recibió al menos un tiro a quemarropa. Lo que sabía sobre las cloacas de una de las ciudades más bellas del mundo se lo llevó a la tumba. Ninguno de los milicianos encarcelados ha abierto la boca. Tampoco el acusado de liquidar a Marielle Franco.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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