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“¿Quién ordenó matar a Marielle?”, claman ahora en Brasil

El arresto de dos expolicías sospechosos de matar a una concejal izquierdista en Río de Janeiro despierta el clamor social por saber quién es el autor intelectual del crimen

Un hombre camina frente a un mural de Marielle Franco, en Rio de Janeiro.
Un hombre camina frente a un mural de Marielle Franco, en Rio de Janeiro.AFP

La comparsa ganadora del último carnaval de Río de Janeiro era un homenaje a héroes de Brasil que no salen en los libros de Historia. En ese derroche de ritmo, sensualidad y lentejuelas destacó la reivindicación de una mujer contemporánea. Marielle Franco, concejal, 38 años. Asesinada de cuatro tiros en la cabeza hace un año. Pronto fue evidente que era un asunto de profesionales.

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Casi nadie fuera de Río conocía, hasta el 14 de marzo de 2018, a la política izquierdista que en las fotos esboza siempre una sonrisa bajo un colorido pañuelo que sujeta sus rizos. Marielle —así la conocen todos en Brasil— se ha convertido en un símbolo. Emblema de la resistencia a Jair Bolsonaro, el presidente ultraderechista que desprecia a las minorías en general y ataca sin cuartel a izquierdistas y gais. Criada en una favela, negra, lesbiana, combativa contra los abusos policiales y la discriminación, era la antítesis del actual mandatario. Convertida en grafiti, sonríe al transeúnte en infinidad de calles brasileñas.

El asesinato conmocionó a Brasil, acostumbrado a la violencia criminal pero no política. El caso Marielle parecía adormecido, sin procesados ni nadie en el banquillo, hasta el martes pasado. Resucitó inesperadamente dos días antes del primer aniversario de su asesinato con el arresto de dos sospechosos. A nadie pareció sorprenderle, en cambio, que ambos detenidos hubiesen sido miembros de la Policía Militar en vista de que Río es un nido de poderosas bandas criminales, incluidas las formadas por componentes de las fuerzas de seguridad, en activo o no. Esas bandas reciben el nombre de milicias. Las sospechas de sus lazos con políticos locales, incluidos los Bolsonaro, son frecuentes.

Ronnie Lessa —con 48 años y sargento en la reserva—, está acusado de disparar los 13 tiros que mataron a la concejal del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y a su chófer, Anderson Gomes. Lessa recibe una pensión desde que en 2009 perdió una pierna en un ataque con una granada. El otro detenido, Elcio Vieira de Queiroz (46 años), expulsado de la Policía Militar en 2011, iba al volante del coche que emboscó al de Franco según las fiscales. Solo la jefa de prensa de la concejal, Fernanda Chaves, sobrevivió a un ataque sin testigos. Iban juntas en el asiento trasero. Un dato raro, ha contado, porque a Franco le gustaba sentarse delante. Estaba empeñada en que las élites supieran cuáles eran los problemas del pueblo, de gente como ella, tan poco común en la política brasileña.

Amanda Gabriela, de 30 años, negra, estaba este jueves en la plaza Cinelandia de Río, en los actos organizados por la hija y la hermana de la concejal para recordarla y pedir justicia. Esta estudiante de Historia acudió porque “el momento actual da miedo”.“”Si nos quedamos en casa, sin traer nuestras demandas a la calle, vamos a morir”, sostiene. Para ella los arrestos son importantes pero insuficientes. Quiere saber quién ordenó el crimen. “Ver gente que abandonó su rutina diaria para estar aquí es darse cuenta de que esto es algo mucho más grande”, declaró Luyara Franco, hija de la víctima durante el acto protagonizado por mujeres negras y feministas. “Ese cariño consuela un poco, sí. Permite saber lo que mi madre representa como mujer negra, madre soltera, homosexual, de la periferia y defensora de los derechos humanos”.

Lessa buscaba cazar un izquierdista porque durante meses rastreó en Internet la agenda pública de la concejal y de otros correligionarios, según explicó el delegado de homicidios de Río, Giniton Lages, en una detallada rueda de prensa que parecía diseñada para acallar a quienes durante el último año han criticado la falta de resultados de las pesquisas. Cuando en octubre los investigadores recibieron un soplo anónimo de que el agente retirado era el certero tirador encapuchado que mató a Franco y a su conductor desde un coche en marcha, ya lo conocían. Lo habían investigado, como a otros, sin extraer ninguna conclusión relevante. La policía sabía que en Río circulan 443 Cobalt grises como el que los asesinos usaron. Y en las imágenes de cámaras de vigilancia hallaron una pista clave: Una luz en un celular de los asesinos que indicaba una llamada entrante. Triangulando la ubicación del coche en ese instante con la información de las torres de telefonía, pudieron reducir las 33.000 líneas usadas aquella noche en la zona del crimen a 318 líneas. Paso a paso fueron cercando a los sospechosos, que niegan las acusaciones. Durante meses dos preguntas han sonado como una letanía desde tribunas, carteles, grafitis y tuits: ¿Quién mató a Marielle? ¿Quién ordenó matar a Marielle?

Imagen de la zona de Río de Janeiro donde uno de los sospechosos de matar a Franco supuestamente se ofrecía como asesino a sueldo.
Imagen de la zona de Río de Janeiro donde uno de los sospechosos de matar a Franco supuestamente se ofrecía como asesino a sueldo.FERNANDO SOUZA

El presidente brasileño aseguró el martes que él también está interesado en saber quién encargó el asesinato. El sospechoso de apretar el gatillo era vecino de la casa familiar de los Bolsonaro en un barrio acomodado de Río. Una casualidad, según los investigadores, que tampoco consideran relevante que una hija de ese vecino, Lessa, fuera novia de un hijo del mandatario. “Para nosotros hoy eso no influye en los motivos del delito. Lo afrontaremos a su debido momento”, declaró el jefe de la investigación policial. Las sospechas que rondan a la familia presidencial se vieron agravadas en enero cuando se supo que la madre y la esposa de otro policía sospechoso de liderar un grupo armado fueron hasta 2018 empleadas de Flavio, hijo del jefe del Estado, en su gabinete de diputado estatal. La investigación sobre ese grupo, Escritorio del Crimen, fue desgajada de la del caso Marielle. Es una madeja compleja.

El crimen ahondó la polarización. La ciudad que acogió los Juegos Olímpicos hace menos de tres años pierde lustre deprisa ante el creciente poder y osadía de las bandas criminales. Tras matar a la concejal, los sospechosos estuvieron cuatro horas en un restaurante de la zona de Río de bares y restaurantes poco frecuentados entre semana, donde Lessa ofrecía sus servicios como asesino a sueldo. Tras el arresto casi nadie quería hablar de Lessa. “Sí, le he visto un par de veces aquí, pero nunca he hablado con él. Es un miliciano, ¿verdad?”, dice una mujer. A tres kilómetros está la casa donde vivía, con un alquiler muy por encima de su pensión y dos caros automóviles, incluido uno blindado.

Aquella noche Marielle quería llegar a casa porque su esposa, Mónica, andaba con fiebre. De eso hablaban ella y su jefa de prensa cuando, según ha relatado esta, “una ráfaga de ametralladora silenció la conversación”. Brasil parece más cerca de saber quién la mató. Ahora el foco está puesto en quién encargó el asesinato. El responsable de las pesquisas policiales conoce el calibre del desafío: “Las investigaciones continuarán. Ahora entramos en una fase aún más difícil”, advirtió Lages. Él se va a Italia cuatro meses para un intercambio profesional. El gobernador de Río, Wilson Witzel, asegura que es un premio tras una investigación que lo ha dejado exhausto. “Me preocupa mucho que el comisario vaya a dejar el caso”, afirma en cambio Amanda Gabriela.

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