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Señales de vida en medio de la hemorragia de la socialdemocracia europea

Los logros en los países nórdicos y en la península ibérica dan frágiles esperanzas a una familia política en grave declive

La socialdemócrata danesa Mette Frederiksen comparece ante los medios tras conocerse los resultados electorales, el 5 de junio en Copenhague.
La socialdemócrata danesa Mette Frederiksen comparece ante los medios tras conocerse los resultados electorales, el 5 de junio en Copenhague.Philip Davali (AP)

Tras un prolongado periodo de brutal sufrimiento político, la socialdemocracia europea ha logrado algunos éxitos en el último año. Los resultados electorales de los partidos de la familia han permitido cosechar un nuevo mandato de gobierno en Suecia (en coalición con los Verdes); recuperar el mando en Finlandia (en una amplia coalición); con toda probabilidad, consentirán el regreso al frente del Ejecutivo en Dinamarca y un nuevo mandato de gobierno España tras el obtenido a través de la moción de censura de 2018. Además, las perspectivas para la familia son positivas en Portugal, donde se votará en octubre.

Estos éxitos objetivamente elevan la cuota de poder de la familia en el Consejo Europeo y ofrecen razón de esperanza para sus seguidores. Sin embargo, en una mirada continental, los logros en el frente nórdico e ibérico no compensan la hemorragia generalizada que sufre el grupo, en grave crisis en Alemania e Italia, prácticamente desaparecido en Francia y Grecia, casi insignificante en el Este del continente. Las elecciones europeas de mayo otorgaron a los miembros del grupo socialista un 20% de los votos, frente al 25% de 2014. El declive desde el pico del 34% logrado en las convocatorias de 1989 y 1994 es constante.

Significativamente, el descalabro socialdemócrata no ha supuesto en esta circunstancia un trasvase de votos a la izquierda dura –la constelación que agrupa a formaciones como Syriza, Podemos, La Francia Insumisa o La Izquierda alemana-. Esta agrupación apenas logró un 5%, frente a casi el 7% de 2014. En el año 1994 los dos bloques juntos sumaban un 40%; hoy, un 25%.

Además, algunas de las victorias que dan ánimo, vistas de cerca, no son tan exaltantes. En Dinamarca, el éxito llega con un 25,9% de votos, dato inferior al cosechado en 2015; en Suecia, Stefan Löfven ha logrado un nuevo mandato con el peor resultado en décadas; en Finlandia, han ganado con apenas un 17,7%, solo dos décimas más que la ultraderecha.

Más pujante, en cambio, es la posición socialista en la península ibérica, donde han rondado el 33% de los votos en las europeas. En España, el PSOE ha sabido aprovechar con eficacia las pugnas internas de Podemos por un lado y la fragmentación y radicalización de las derechas por el otro.

Pero, a escala continental, y especialmente en los países con mayor peso, hay una dispersión de votos que viajan hacia otros horizontes políticos. El auge de Verdes y Liberales sugiere que parte de esas papeletas antaño socialdemócratas han llegado a sus puertas.

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Esto apunta a la brutal competencia que la socialdemocracia afronta en su tradicional caladero electoral. En cuestión de protección social, combate contra las promesas hiperbólicas de movimientos populistas desideologizados (como 5 Estrellas) o de partidos de derecha radical que han logrado convencer a muchos ciudadanos que la solución a sus problemas es proteccionismo (migratorio, comercial) señalando las políticas relativamente abiertas de los socialistas en estas áreas en el pasado como responsables de los sufrimientos actuales.

En materia de cambio climático, otra gran preocupación de la ciudadanía de nuestro tiempo, los socialistas afrontan en muchos países la competencia de quienes primero abanderaron la cuestión: los Verdes. En cuestiones de derechos civiles, la familia lucha contra formaciones liberales que en varios países de Europa son vigorosos defensores de esos intereses.

En este escenario, Pedro Sánchez y el PSOE se perfilan como la principal fuerza del grupo socialista europeo. A continuación, una mirada sintética a las vicisitudes de la familia en sus principales caladeros de la Europa continental.

ALEMANIA

La crisis se agudiza tras las el descalabro en las europeas

La socialdemocracia (SPD) alemana no levanta cabeza. El partido más antiguo de Alemania, que gobierna en coalición con los conservadores, se encuentra sumido en una profunda crisis como evidenciaron con claridad las últimas elecciones europeas. Obtuvo el SPD un 15,8% de los votos, lo que significa casi 12 puntos porcentuales menos que en las anteriores europeas. Esa cifra le convierte en el partido que sufrió mayores pérdidas en la cita electoral de mayo en Alemania. La debacle europea coincidió además con la derrota en Bremen, el pequeño Land del oeste de Alemania, bastión del SPD desde hacía 73 años.

El descalabro ha sido tal, que una semana después de las europeas, Andrea Nahles, hasta entonces líder del SPD anunció su dimisión. Una troika gestiona de forma transitoria un partido, que nadie parece querer dirigir, en un horizonte que se adivina peliagudo. Este otoño se celebrarán tres elecciones regionales en el este de Alemania, donde el SPD teme cosechar nuevas derrotas.

Pero ¿a dónde fueron a parar los votos del SPD en las europeas? Hasta 2.010.000 alemanes que habían votado socialdemócrata en las generales de 2017 simplemente se abstuvieron esta vez, y eso a pesar de haber logrado Alemania una participación récord. La mayor fuga de votos a otros partidos fue a Los Verdes, que recibieron 1.250.000 apoyos de antiguos votantes socialdemócratas. La extrema de derecha, Alternativa para Alemania (AfD), apenas pescó sin embargo en el caladero socialdemócrata, captando 20.000 de sus antiguos votantes. La desafección es especialmente pronunciada entre los votantes más jóvenes, en un contexto político en el que el medio ambiente se ha convertido en la gran preocupación de los alemanes, según las encuestas.

La caída del SPD no es nueva. La cohabitación con los conservadores en una debilitada coalición de gobierno, en la que son el socio minoritario ha desdibujado para muchos electores el perfil político de un partido que a menudo se confunde con el de sus socios en el Gobierno. Permanecer o romper anticipadamente con la llamada gran coalición, que en teoría toca a su fin en 2021 es el asunto clave que marcará el proceso de sucesión de Nahles al frente del partido.

Thorsten Faas, politólogo de la Universidad Libre de Berlín, asegura que la clave será ver la reversibilidad de la actual tendencia. Es decir, “cuánto de la debilidad del SPD tiene que ver con la gran coalición o si más bien asistimos a un cambio dramático” del comportamiento electoral. Faas considera que más allá de los vaivenes actuales, los partidos tradicionales como el SPD todavía tienen “un gran potencial en Alemania”. Y recuerda que hace apenas un par de años, el llamado efecto Schulz, catapultó al SPD a un 30% de intención de voto, situándoles como el partido más votado.

FRANCIA

Entre la extinción o la supervivencia como partido modesto

La socialdemocracia francesa se debate entre la extinción definitiva y la supervivencia como formación modesta, quizá bajo otros nombres y aliada con otras fuerzas.

En las elecciones europeas, la lista del Partido Socialista obtuvo un 6,2% de votos. El fracaso fue la confirmación del derrumbe ocurrido dos años antes en las presidenciales. Entonces, el candidato socialista, Benoît Hamon, sacó un 6,4%. Hoy ni Hamon, adscrito al ala izquierda del PS, ni su rival en las primarias de 2017, el exprimer ministro Manuel Valls, del ala socioliberal, están en el partido.

El historiador del PS Alain Bergounioux apunta a las “dificultades estructurales” que, desde hace unas décadas, afronta la socialdemocracia europea. Pero resalta causas específicas francesas.

“Viene del ejercicio del poder durante el quinquenio del presidente François Hollande”, dice Bergounioux. Hollande fue el primer presidente de la V República en no presentarse a un segundo mandato. Las peleas internas, la indefinición ideológica, el malestar en la calle y la impopularidad del presidente, entre otros factores, precipitaron al partido a la irrelevancia.

La irrupción de Emmanuel Macron, que políticamente creció bajo el ala de Hollande, acabó de hundir al PS. El partido fue víctima de la sustitución del eje izquierda/derecha por el eje que oponía a progresistas o liberales de centroizquierda y centroderecha contra el populismo de extrema izquierda y extrema derecha.

Macron aprovechó y aceleró esta recomposición política. El PS no encuentra su espacio en el nuevo tablero. Una parte de sus votantes se fugó al partido de Macron; otra, a la izquierda populista y soberanista de Jean-Luc Mélenchon; otros, a Los Verdes; otros se han quedado en el PS.

“El PS afronta un problema estratégico y electoral: encontrar aliados. También un problema de identidad ideológica. Y un problema de liderazgo”, resume Bergounioux. Le quedan 30 diputados de 577 en la Asamblea Nacional y ciudades de peso, con París a la cabeza: mantenerlas en las municipales de 2020 será la condición indispensable para la reconstrucción.

Algunos albergan la esperanza de un renacimiento: también en 1969 el candidato de la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO, antecedente del PS), sacó poco más de un 5% en las presidenciales, y después François Mitterrand refundó el PS y en 1981 llegó a la presidencia. “En aquel momento dominaba la división izquierda/derecha. Ahora es más difícil. Ideológicamente y sociológicamente las cosas han cambiado. El sindicalismo se ha debilitado, la base social es más reducida”, dice Bergounioux.

ITALIA

Un nuevo líder en busca de rumbo

El 4 de diciembre de 2016 un rayo partió por la mitad a la izquierda italiana. No es que hasta entonces fuera un ejemplo de unión, pero la descomposición se aceleró cuando Matteo Renzi, entonces primer ministro italiano y secretario general del Partido Democrático (PD), perdió estrepitosamente un referéndum que debía decidir una reforma constitucional. Su manifiesta arrogancia política, la falta de empatía con las siempre malhumoradas corrientes de izquierda (advirtió que los desguazaría) y el fulgurante ascenso de un partido antisistema como el Movimiento 5 Estrellas provocaron un accidente electoral colosal.

La socialdemocracia, sin embargo, hacía ya algunos meses que había perdido tirón entre parte de su electorado. Los grillinos, en algunos aspectos más a la izquierda que el PD, habían ido vaciando al partido de su sangre electoral. La caída desde entonces ha sido muy pronunciada. En las elecciones europeas de 2014, Matteo Renzi obtuvo alrededor del 40% de los votos. En las últimas, pese a que ha dado algunos signos de recuperación bajo el nuevo liderazgo de Nicola Zingaretti (tres puntos más que en las legislativas de hace un año), el partido se ha quedado en un 22,69%, prácticamente la mitad que en los mismos comicios de hacía 5 años.

Nicola Zingaretti interviene en un mitin, el pasado 24 de mayo en Milán.
Nicola Zingaretti interviene en un mitin, el pasado 24 de mayo en Milán.Pier Marco Tacca (Getty Images)

El trasvase de votos ha sido mayoritariamente en dirección al (M5S), que ha cultivado bien el discurso asistencialista en el sur de Italia y en los segmentos sociales desfavorecidos. Algunos electores se han decantado también por las corrientes escindidas del PD, como Libres e Iguales, o por el viejo Partido Radical, representado hoy todavía por Emma Bonino bajo el nombre de +Europa. Pero el ciclón electoral que ha representado la Liga de Matteo Salvini en Italia sería también inexplicable sin un modesto porcentaje de votos de la izquierda.

Muchos de los grandes feudos rojos de Italia han pasado en el último año a manos de la Liga. El pasado domingo cayó también Ferrara, gobernada por la izquierda desde hacía 74 años. Territorio inexpugnable para la derecha, convertido hoy, igual que otros lugares como Sesto San Giovanni o Terni, en nuevo hogar de la ultraderecha. El fenómeno no es nuevo. Tal y como ha sucedido en Francia con el Reagrupamiento Nacional, viejos votantes de izquierdas, especialmente procedentes de las clases trabajadoras, han cambiado de opción tras observar cierto comportamiento elitista de la socialdemocracia durante los años de crisis. La defensa de los intereses de los bancos o el sometimiento a las normas de austeridad dictadas por la Unión Europea fueron vistos como una traición de la izquierda a sus votantes tradicionales.

PORTUGAL

Victoria previsible en las elecciones de octubre

El Partido Socialista (PS) portugués prevé una victoria contundente —aunque no absoluta— en las elecciones del 6 de octubre, tras cuatro años de gobierno en minoría. A cuatro meses de ir a las urnas, la crisis es de la oposición. El mejor comentarista político del país y, por voluntad popular, presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, advierte: “Existe una fuerte posibilidad de que haya una crisis de la derecha durante los próximos años”.

Asombroso, si se recuerda que todo comenzó en 2015 con la victoria electoral del centroderecha y la estrepitosa derrota del PS. El Gobierno de centroderecha PSD-CDS que había convivido con la troika fue apoyado en las urnas por el 38,5% de los votantes frente al 32,3% que respaldaron al PS. Sin embargo, la suma del Bloco de Esquerda (10,2%) y del PC (8,2%) constituían una posible, pero inédita, alternativa de izquierda. La habilidad del líder socialista António Costa consiguió lo nunca visto en Portugal, la jerigonza de izquierdas.

El inmejorable estado del PS. Además de gobernar, ganó como nunca las elecciones municipales (37,8% de los votos), arrebatándole al PC ayuntamientos históricos. El PSD-CDS se quedó a 12 puntos. En las recientes europeas, el PS cosechó el 33,4% frente al 28,1% del centroderecha. Ganó en todas las regiones menos en una. Nunca en 20 años había ganado las europeas el partido gobernante. En las encuestas para las legislativas, su intención de voto roza el 40%. Para el escritor y comentarista político Miguel Sousa Tavares la buena salud del PS se debe a dos factores: "La primera es la incapacidad de la derecha para formar una alternativa politica. La oposición negativa no vale. El segundo factor es que después de una austeridad brutal, Costa apuesta por el alivio económico basado en el poder de compra interno y no en las exportaciones"

António Costa, durante una intervención en Madrid a finales del pasado febrero.
António Costa, durante una intervención en Madrid a finales del pasado febrero.Jesus Hellin (Getty Images)

Por qué gana fuerza. El eslogan de Costa “pasar página a la austeridad” caló en los portugueses, aunque en la práctica no fuera tan drástico el cambio (los impuestos son los más altos de siempre, la ley laboral es la de la troika...). Su éxito se basa en restituir la confianza financiera y la confianza anímica. Para lo primero fue fundamental cumplir con las reglas de Bruselas y, a la vez, satisfacer exigencias de sus socios de la izquierda; para elevar el ánimo de los ciudadanas —aparte de más fiestas y salarios— contó con éxitos nunca imaginados, como el triunfo en Eurovisión, la secretaría general de la ONU (António Guterres), la Eurocopa de fútbol o la presidencia del Eurogrupo de su ministro de Finanzas. Éxitos no achacables todos al Gobierno pero que, sin duda, favorecen a quien ocupa el poder.

Sus votantes de dónde vienen. El PS portugués no asusta a nadie y gusta a todos. En estos cuatro años, la oposición de centroderecha se ha hecho añicos, con relevo de líderes que no agradan ni a sus militantes y el consiguiente nacimiento de partidos liberales, que aún hacen más improbable un cambio de Gobierno. Mirando a la izquierda del PS, sus socios parlamentarios tampoco han sido castigados electoralmente por ello. Bloco y PC luchan más por quitarse votos entre ellos que por quitárselos a los socialistas.

NÓRDICOS

El frágil resurgir de la socialdemocracia

Hace al menos un lustro, los países nórdicos fueron el preludio de lo que más tarde iba a suceder en el resto de Europa: el auge de la ultraderecha y su influencia en las políticas de Gobiernos conservadores y liberales. Pero ahora, “la socialdemocracia ha vuelto” a la región, dice al teléfono Ulf Bjereld, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Gotemburgo (Suecia). “Es una situación única en Europa, quizás con la excepción de España y Portugal”, continúa.

Finlandia llevaba sin ver a un primer ministro socialdemócrata desde los noventa. Y en abril, el veterano Antti Rinne ganó las elecciones a los ultras Verdaderos Finlandeses, eso sí, por la mínima porque les separó el 0,2% de votos, unas 6.000 papeletas. El giro finlandés se debió al hastío de los ciudadanos por la austeridad y a que la amenaza del cambio climático se situó en primera fila del debate político dando un papel clave a los Verdes, tradicionales socios de los socialdemócratas. Pese a que Rinne ha conseguido, junto a otros cuatro partidos, hacer un cordón sanitario a los Verdaderos Finlandeses que les mantendrán por el momento alejados del Gobierno, estos siguen siendo la segunda fuerza del país.

El finlandés Antti Rinne, tras conocer los resultados electorales, el pasado 14 de abril en Helsinki.
El finlandés Antti Rinne, tras conocer los resultados electorales, el pasado 14 de abril en Helsinki.Antti Aimo-Koivisto (AFP)

En Dinamarca, los socialdemócratas ganaron las elecciones el 5 de junio acabando con ocho años de Gobierno liberal-conservador. Acercaron su discurso migratorio a las ideas xenófobas de la ultraderecha del Partido Popular Danés (tercera fuerza), que hasta ahora había tenido una influencia colosal en Copenhague. “Los partidos socialdemócratas están girando al centro para adaptarse al electorado”, explica Bjereld. Muchos votantes del Partido Popular Danés se inclinaron esta vez por votar a los socialdemócratas de la más que probable primera ministra, Mette Frederiksen. Con su duro discurso antinmigración, Frederiksen redujo la fuerza de los ultras a una tercera parte de lo que eran.

En Suecia, que celebró elecciones el pasado septiembre, se repite por segunda vez consecutiva ese cordón sanitario a los ultras, que tuvieron su pico más alto de apoyo en 2015. El socialdemócrata Stefan Löfven repite mandato al frente de un Gobierno en minoría junto a los verdes. Tras meses de negociaciones, dos partidos del bloque conservador (Liberales y Centro) se abstuvieron en la investidura de Löfven alejando de las instituciones a los ultras Demócratas Suecos, que sin embargo se mantienen como tercera fuerza.

Bjereld dice, sin embargo, que los socialdemócratas nórdicos continúan perdiendo apoyos “porque ya no hay sociedades industriales en las que el poder oscilaba en el eje derecha-izquierda, y porque las sociedades se han vuelto más individualistas, lo que afecta más a los partidos de origen en la clase trabajadora”.

En los tres países la socialdemocracia gobernará hasta 2023, pero de manera “muy distinta”, advierte Rune Stubager, de la Universidad de Aarhus (Dinamarca): Finlandia tiene un Gobierno de coalición transversal, con cinco fuerzas a ambos lados del espectro ideológico; Suecia tendió la mano al bloque conservador para contar con el apoyo externo (abstención) de dos de sus partidos; y en Dinamarca, será posible un Gobierno socialdemócrata en solitario. En los países nórdicos, la socialdemocracia ha quitado poder e influencia a la ultraderecha. De momento.

Con información de: Ana Carbajosa (Berlín), Marc Bassets (París), Dani Verdú (Roma), Javier Martín del Barrio (Lisboa), Belén Domínguez, Kiko Llaneras y Andrea Rizzi (Madrid)

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