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El Museo Nacional de Brasil entierra siglos de trabajo entre cenizas

El incendio ha consumido buena parte de los 20 millones de piezas coleccionados a lo largo de 200 años

Bombero en el Museo Nacional en esta segunda.
Felipe Betim

El incendio que destruyó este domingo el Museo Nacional, en Río de Janeiro, llevó un día después a centenares de personas a los portones de la casa de campo de Boa Vista, el inmenso parque municipal que lo alberga. El fuego, descontrolado, quemó una parte importante de la historia de Brasil y del mundo. También una historia de vida y de trabajo de los empleados del recinto, que se preocupaban por extender el vasto conocimiento que custodiaba el museo. Y de los más jóvenes, universitarios que estudiaban en medio de su gigantesca colección: 20 millones de piezas recopiladas a lo largo de 200 años de existencia. Dentro del parque, frente al palacio incendiado, los profesionales que trabajaban en la institución se abrazaban este lunes entre lágrimas: el sentimiento general era equiparable a la partida de un amigo o un familiar cercano. Desolación solo compensada por la ausencia de víctimas mortales o heridos.

Mientras tanto, los bomberos y la Defensa Civil trabajaban sin tregua para enfriar el edificio, una antigua residencia de la familia imperial, y medir el riesgo de colapso de la estructura. Las primeras evaluaciones apuntan a que resistió bien a las nueve interminables horas en llamas. Pero el techo y el piso ya no son tales. Tampoco la decoración interna original ni gran parte de la colección. Poco se salvó, aunque algunos científicos se arriesgaron al rescatar microscopios y parte de las colecciones cuando el incendio empeoró.

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"Pueden reconstruir todo, poner paredes de la más alta tecnología... Pero, ¿qué vamos a colocar ahí dentro?", lamenta el paleontólogo Maurílio Silva de Olivo, uno de los responsables de cuidar y reconstruir la colección de fósiles. "Todo lo que estaba expuesto se perdió: no resiste a una temperatura tan alta durante tanto tiempo. Nuestra esperanza está en el material guardado en cajas de acero".

Oliveira trabaja en el museo desde hace casi dos décadas, pero los problemas estructurales vienen, dice, de mucho antes. Los empleados de la institución se unieron, según su relato, para mantener el lugar funcionando y presionar al Gobierno Federal para que destinase más recursos a una de las joyas de la ciencia y la cultura brasileña, vinculada a la Universidad Federal de Río de Janeiro. "A pesar de todas las dificultades, éramos el quinto museo del mundo y la quinta institución de investigaciones de Latinoamérica por tamaño de nuestra colección", explica Oliveira, uno de los responsables del cuidado de los fósiles de la colección. En mayo de este año, los directores del museo recurrieron a una campaña virtual para recaudar fondos y recuperar uno de los espacios que cobijaba el esqueleto de un inmenso dinosaurio. Obtuvieron poco más de 6.000 euros al cambio y lograron reabrir la exposición.

La tragedia ha conmocionado a Brasil, un país que se resiente por la falta de compromiso de los políticos con los espacios públicos. La indiferencia hacia el museo, visitado por Albert Einstein y por la científica francesa Marie Curie en los años veinte del siglo pasado, se pudo medir en junio de este año, cuando ningún ministro de Estado se dignó a acudir a los festejos por su 200 aniversario.

El museo no solo concentraba piezas históricas. Era una “institución viva”, de producción de conocimiento, explica Ana Lazar, doctora del departamento de Vertebrados. "Somos una referencia para investigadores del mundo entero que venían a estudiar especies extintas que solo estaban aquí". Este lunes, los bomberos seguían retirando piezas de valor incalculable que parecían haber resistido a las llamas. En la entrada del palacio, el meteorito Bendegó, uno de los mayores del mundo, permanecía intacto, erigido ya en todo un símbolo de resistencia del museo. "Lo que tenemos que pensar ahora es en el futuro de la institución", decía Alexandre Kellner, director del museo. Hace poco había pedido a las autoridades un espacio extra para conservar mejor la colección que no estaba expuesta. Un ruego que, como tantos otros del Museo Nacional de Brasil, no llegó a tiempo.

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Sobre la firma

Felipe Betim
Nacido en Río de Janeiro, ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Escribe sobre política, temas sociales y derechos humanos entre otros asuntos. Es licenciado en Relaciones Internacionales por la PUC-Río y Máster de periodismo de EL PAÍS/Universidad Autónoma de Madrid.

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