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“En Colombia hubo una forma de adicción a la violencia”

La excandidata presidencial secuestrada por las FARC, a punto de cumplir 10 años de su liberación, analiza los cambios experimentados por el país

Francesco Manetto
Ingrid Betancourt, el pasado sábado en el Club El Nogal.
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Minutos después de las ocho de la tarde, las FARC llevaron el terror a Bogotá con un coche bomba que asesinó a 36 personas y dejó 200 heridos. Era el 7 de febrero de 2003. En ese momento, Ingrid Betancourt, nacida en la capital de Colombia en 1961, llevaba casi un año secuestrada por la guerrilla. Permaneció en poder de sus captores hasta el 2 de julio de 2008, día de la Operación Jaque. Ha pasado una década y la excandidata presidencial recibe a EL PAÍS en una salita del noveno piso del Club El Nogal, escenario de aquel atentado. Viajó a su país desde París, donde vive a caballo con Londres, para participar en la Feria del Libro de Bogotá (Filbo). En sus palabras se entremezclan el optimismo por el desarrollo del proceso de paz, reflexiones sobre el perdón y la reconciliación y la esperanza de que la sociedad colombiana no se desvíe del camino emprendido.

Pregunta. ¿Cómo han cambiado los colombianos en la última década?

Respuesta. Es un cambio, diría, inesperado y muy, muy profundo. Aquellos que estábamos en el escenario público colombiano hace diez años yo creo nunca pensábamos que la paz  años se hubiera logrado. Eso es el fruto de una serie de factores. Obviamente, una disminución del poderío de las FARC en términos militares con derrotas y la Operación Jaque contribuyó extraordinariamente a ese proceso. La muerte de sus comandantes, Raúl Reyes, Manuel Marulanda y de los que siguieron incluido el Mono Jojoy, el fortalecimiento de la fuerza pública colombiana, la posibilidad de que el presidente Santos tomara la bandera de la paz como un proyecto de su Gobierno, a pesar de que él era el de la guerra [fue ministro de Defensa]. O probablemente porque él era el de la guerra. Lo que es extraordinario es que esas coyunturas que llevan finalmente al proceso de paz implican también un cambio psicológico de la población.

P. ¿Qué ha observado?

R. Cuando yo comparo las conversaciones que tenía con la gente, con los colombianos en la calle, estábamos muy marcados, sin darnos cuenta, por la violencia. Muy traumatizados por la sangre y también había una forma de adicción a la violencia. Esa necesidad de estar con la adrenalina… Siento que lo que ha venido sucediendo con la desmovilización de las FARC y el hecho de que las noticias están más parcas en asesinatos y en violencia les ha permitido a los colombianos respirar de otra manera. Obviamente uno podría ignorarlo si se sintonizara solamente con las redes sociales y con la polarización y la virulencia que se siente en esos medios, pero la sensación que tengo que la polarización es una polarización de extremos. Por ahora yo no me he encontrado con nadie que diga yo quiero la guerra.

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Ingrid Betancourt, el pasado sábado en el Club El Nogal de Bogotá.Vídeo: C. R. / EFE

P. ¿La polarización no representa la realidad de la mayoría de los colombianos?

R. Yo creo que hay un desfase. Estoy optimista, en el sentido de que siento que hay como una marea de fondo de querer no dejar volar la paloma de la paz. Es decir, de agarrarla y mantenerla.

P. Usted dijo que logró superar el miedo derivado de su secuestro siguiendo algunas pautas. 

Es muy valioso para Colombia ver a las FARC tomar ese camino de aprendizaje

R. Una de las responsabilidades que uno tiene es sistematizar la experiencia que uno vive para poderla transformar en conocimiento que pueda servirle a gente que ha vivido experiencias diferentes. Eso es lo que somos los seres humanos. Cuando uno ha tenido una experiencia extrema, siento que es una responsabilidad, porque esa experiencia revela en uno cosas que no conocía de uno mismo y de los demás y que por tanto puede servir para allanar el camino de otros que vienen detrás. 

P. ¿Cómo lo hace?

R. Cómo transformar el miedo en una fuerza constructiva y no paralizante. A través de lo que yo viví, me di cuenta de que tenemos instrumentos que nos sirven no para sustraernos al miedo, sino para hacer que no nos controle y nos sirva, nos construya positivamente. Y dentro de esos instrumentos están primero los valores, los principios. En el momento de estar frente al miedo la cabeza necesita agarrarse a algo que sea fundamental. Todos nos fundamentamos sobre creencias que para nosotros son estructurantes. Entrar a entender cuáles son esos valores es de hecho para el futuro un capital, un ahorro que uno puede utilizar en el momento del medio.

P. ¿Y cuáles diría que son los valores que rigen su vida cotidiana?

Es importante la diferencia entre le perdón y la reconciliación y no sujetar un momento al otro

R. Lo que a mí me sirvió fue el concepto de dignidad humana.

P. ¿Cree que para convivir se debe perdonar primero?

R. El perdón es un camino solitario, una ruta que tiene un valor para el que perdona y no necesariamente para el que es perdonado. Tiene una función liberadora y unas características que son racionales y espirituales a la vez. Entonces uno puede querer perdonar y no lograrlo. Es importante ver la diferencia entre el perdón y la reconciliación. El perdón tiene un valor íntimo, personal, pero la reconciliación yo diría que tiene un valor superior porque está relacionada con el otro. Es social, colectiva. Yo diría que uno puede entrar perfectamente en procesos de reconciliación sin que el perdón se haya llevado a cabo en su totalidad. Hay veces que uno siente necesidad de reconciliarse, a pesar de si uno ha perdonado o no. Eso en las familias nos sucede todo el día. Y eso que sucede en las familias sucede también en las sociedades. Por eso, es muy importante entender que son momentos emocionales diferentes. Y no sujetar el uno al otro, es decir, primero tengo que perdonar para poderme reconciliar. No. Reconcíliate.

P. ¿Por qué ese camino lo emprenden con más frecuencia las víctimas? 

La tarea que nos toca cumplir después de la paz es acabar con la corrupción

R. Los que buscan la reconciliación son los actores del drama. Si esto fuera una pieza de teatro, están los protagonistas y los que miran lo que está sucediendo. Los que miran están juzgando. Tienen una posición de jueces. Y esa posición es dura. Cuando los seres humanos jugamos a ser jueces perdemos muchas veces nuestra humanidad. Entonces, es normal que las víctimas y los victimarios tengamos tendencia a querer limpiarnos de eso que se ha vivido y es tan traumático. Estoy convencida de que el victimario sufre un trauma parecido o mayor que la víctima. De alguna manera la víctima no tiene complejo, tiene que perdonar y racionalizar el asunto. En cambio, el victimario tiene primero que perdonarse a él mismo. Fíjese que en Colombia las ciudades que fueron las menos tocadas por el conflicto son las poblaciones más rígidas y menos dispuestas a una reconciliación, cuando aquellos que están en el campo, que son los que sufrieron, a quienes mataban sus familias y sus vecinos, quieren realmente la reconciliación.

P. Cuando piensa ahora en las FARC, ¿qué se le ocurre?

R. Pienso que están llegando a un momento de transición. Todavía no son un grupo político, pero pueden llegar a serlo. Que están aprendiendo la ruta dura de la democracia colombiana. La democracia colombiana no perdona. Pero yo pienso que es muy valioso para Colombia verlos a ellos tomar ese camino, que es de aprendizaje. Se necesita ser valiente también para querer aprender. Ellos van a tener que aprender lo que es hacer democracia, que es construir, programas, desarrollar ideas, presentarlas... El ejercicio de la democracia es muy bello. Creo que es importante vivirlo y verlos a ellos transformarse en un partido político. 

P. ¿Qué le queda a la sociedad colombiana por aprender?

Hay una marea de fondo que no quiere dejar volar la paloma de la paz . Quiere agarrarla, mantenerla

R. Queda mucha cosa, pero se va a haciendo el camino al andar. Vamos aprendiendo en la medida de que se van conjuntando las dificultades. Creo que lo que viene ahora es no equivocarnos en la elección. Los colombianos somos los que vamos a definir esta elección.

P. ¿Hay algo que le preocupa?

R. No me preocupan los candidatos per se, porque me parece que todos son dirigentes decentes, son personas de las que en lo personal no estamos hablando de mafiosos, de criminales, de gente corrupta… Lo que cada uno de los colombianos tenemos que reflexionar es lo que viene detrás, lo que viene al lado, porque obviamente hay fuerzas que pueden impedir al candidato ir hasta el final de lo que los colombianos esperen de él. O desviar el mandato popular. Y la otra consideración son las personas que acompañan al candidato. Entonces, es una ecuación que hay que mirar con cuidado.

P. Colombia aún no ha detenido las amenazas de la violencia. ¿Cree que se pueden superar? 

R. Yo creo que vamos solucionando una cosa cada vez. No se puede pretender torear todos los toros al mismo tiempo. El hecho de haber sacado a las FARC de la ecuación del problema, y quedan muchos, también abre la posibilidad para un país con mayor perspicacia en el análisis de sí mismo. La guerra es un gran ruido, es una cortina de humo que permite esconder cosas como la corrupción, el narcotráfico, el control de la justicia a través de la corrupción. La tarea que nos toca cumplir después de la paz, el gran reto, es el de acabar con la corrupción.

P. Volvamos a los colombianos. ¿Qué le suelen decir?

R. Siento mucho cariño, es muy emocionante estar en Colombia. Yo diría que estamos viviendo un proceso de descontaminación frente a la violencia que nosotros vivimos sin darnos cuenta de que estábamos completamente traumatizados por esas imágenes que llegaban a diario a través de la televisión, la prensa, las fotos. 

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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