De la Calle: “No entiendo a los que quieren esta guerra otra década más”
El jefe de la delegación de paz del Gobierno colombiano en La Habana reflexiona sobre los tres años de negociación con las FARC
Humberto de la Calle recibió hace poco más de tres años una llamada del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. El exvicepresidente se dedicaba entonces a su profesión de abogado y pensó que el mandatario querría hacerle alguna consulta profesional. Lo que le ofreció fue liderar la delegación que negociaría una salida al conflicto armado de su país con la guerrilla de las FARC. De la Calle no dudó, aunque al salir de casa del presidente admite que pensó: “Caramba, en qué lío me he metido”. Tres años después, a los 69, De la Calle recuerda esta y otras situaciones en una conversación distendida, llena de anécdotas y sentido del humor. Poco dado a las entrevistas desde que se inició el proceso, accedió la semana pasada a reflexionar sobre todo este tiempo en La Habana.
Pregunta. ¿Está cansado?
Respuesta. Pensaba que iba a estar más fatigado. Siempre hay momentos de tensión y fatiga extrema, pero para mi sorpresa he tenido una gran energía estos años, aún cuando siempre tengo una aproximación pesimista frente a la vida. Siempre digo que el pesimismo es un antídoto frente a los reveses. Realmente me siento bien. Uno no es Superman, claro.
P. ¿Qué recuerda de la primera reunión en La Habana?
R. Un mes antes nos vimos en Oslo, que fue un poco más dramático. Comenzamos en crisis. Para que la guerrilla pudiese trasladarse a Oslo el Gobierno debía suspender las órdenes de captura y Noruega garantizar que no serían aprehendidos allá. Un miembro de la delegación de las FARC es holandesa [Tanja Nijmeijer, alias Alexandra Nariño]. Las normas en Colombia prevén estas medidas de alivio para los nacionales. Era una discusión jurídica, pero generó unas enormes dificultades para ir hacia Oslo porque la guerrilla se negaba a salir mientras no se resolviera el caso. Fue un tira y afloja que hoy miraría con cierto humor. Tomábamos pasajes de avión comercial y los teníamos que cancelar uno tras otro a la espera de garantizar que las FARC salieran. La única manera de que pudiéramos salir cuando quisiéramos era con un avión oficial. Nos dispusieron un carguero. Una cosa dramática, porque es un avión sin ventanillas, sin aislamiento de sonido, el frío es insoportable, el ruido es inmenso, en el piso apenas se puede caminar… Salimos en ese avión que parecía un ataúd para un viaje de 15 horas una vez nos garantizaron que las FARC salían de La Habana con destino a Oslo. Así comienza todo, en ese mar de incertidumbre, que ya era presagio de las dificultades que íbamos a tener.
P. El presidente reconoció recientemente que en alguna ocasión ha pensado en tirar la toalla. ¿Usted?
El sentido de todo esto es que los que dejan las armas hagan política"
R. Lo primero que pensé es en el alivio de esa declaración. Creía que era yo solo, una debilidad mía. Es duro en lo humano, por la vida aquí, el desarraigo… Vivimos los plenipotenciarios en la misma casa, vemos día y noche las mismas caras, eso genera estrés y angustia, como si uno estuviera encerrado aquí, pese a la generosidad de los cubanos. Después están las alzas y bajas de unas conversaciones de esta naturaleza. Hay veces que uno piensa en que ya no da más de sí o momentos en que uno cree que hemos llegado a una ruptura porque ve un muro infranqueable. Es un poco misterioso y mágico, porque cuando uno piensa que agotó las posibilidades surge algo de ilusión y recupera el ritmo.
P. ¿Cuándo fue última vez que pensó en tirar la toalla?
R. Este tema de justicia es muy complejo y aún no hemos terminado. Si no se logra una solución que satisfaga el sentimiento general de los colombianos… Sabemos que se requiere una solución digna para las FARC, no se trata de aplicar la justicia ordinaria. Hay cierto grado de flexibilidad en los temas de carácter penal.
P. ¿Este proceso es irreversible?
R. Yo no soy capaz todavía de decirlo. Yo nunca podré decir que sea irreversible porque la fragilidad de estos procesos es muy grande. Hay demasiada vulnerabilidad, a veces por factores externos. Lo acordado es sólido y hay una voluntad real de las FARC y del Gobierno. En la medida en que tenemos temas difíciles por acordar no quisiera cantar victoria antes de tiempo.
P. ¿El lenguaje tan enrevesado que se ha utilizado complica la explicación del proceso?
R. Esa apreciación es cierta. De alguna manera todos hemos caído en esa libido jurídica que cada colombiano lleva entre pecho y espalda. Todos nos sentimos constitucionalistas desde la cuna. A veces el mensaje se limita a estas exquisiteces jurídicas y no a mostrar el futuro, las inmensas probabilidades de Colombia en paz. Este esquema de réplicas y contra réplicas nos ha llevado a discusiones absolutamente abstrusas.
La fragilidad de estos procesos es grande. Hay mucha vulnerabilidad"
P. ¿Qué palabra o expresión le ha supuesto mayor quebradero de cabeza?
R. Hay binomios. El primero, que ha permitido una discusión injustificada en Colombia, es la supuesta digresión entre dejación y entrega de armas. La palabra dejación la usan las leyes colombianas, y es unívoca. Es una palabra rara en el castellano, uno busca en el diccionario de la Real Academia y no está muy claro de dónde sale. Pero en Colombia está claro que es que no haya armas en manos de las FARC. No hay ninguna duda. Ahora, otra discusión es cómo se llega allá. Uno puede discutir la manera de esa dejación pero no el propósito final. Luego hay una más reciente que es la diferencia entre privación de liberad y restricción. Las FARC se han afincado en la palabra restricción. Lo que quieren decir es que no estarán presos, que no van a la cárcel. Ya es una expresión acordada. Nosotros le agregamos ‘efectiva' para evitar la idea que proliferó en Colombia de que no iba a ver ninguna sanción.
Sabemos que se requiere una solución digna para las FARC"
P. ¿Qué es lo que le ha resultado más complicado de explicar a los colombianos?
R. El tema más sensible es la participación política de las FARC. Ha ocurrido algo sorprendente. Un proceso de esta naturaleza, en mi opinión, desemboca de manera natural en que los rebeldes dejan las armas e ingresan en la política. Quizás lo que ha pasado es que se ha degradado el conflicto y ha aumentado la desconfianza. Los colombianos tienen que empezar a pensar que uno de los sentidos profundos de una conversación de esta naturaleza es que los que dejan las armas puedan hacer política.
P. ¿Qué critica al proceso no llega a entender?
R. Lo que me parece un poco alucinante es que cuando preguntas a los críticos qué hay que hacer la respuesta es: ‘Bala, sigamos en la confrontación militar, porque los señores están rendidos. Solo falta la estocada final o el descabello’. Eso no es cierto. La política de Seguridad Democrática generó una correlación de fuerzas muy favorable al Estado, pero hubo un proceso de reingeniería de las FARC, se fueron a las fronteras, a territorios alejados, atacan y se retraen… me parece que es enormemente doloroso y no es posible hacer magia de la noche a la mañana. A los que dicen que no hay que estar en La Habana, les pregunto: ¿Hay que seguir en esta guerra una década más? Es algo que yo no entiendo.
P. ¿Cómo se sintió tras la reunión que mantuvo con el expresidente Uribe?
R. Yo creo que es un ejercicio que hay que continuar. La refrendación ahora es más importante que nunca porque es la manera democrática de resolver esto. Si uno no logra eso corre el riesgo de que el acuerdo de La Habana se convierta en un papel y eso sería dramático. Me parece que todos nos tenemos que esmerar. Es posible tener una discusión productiva, probablemente el escenario sea el Congreso. Finalmente, el doctor Uribe es un senador, puede sentirse más cómodo en una discusión franca y abierta ahí.
P. ¿Qué ha sido lo más duro de estos tres años?
R. Hay una rutina semicarcelaria, autoinflingida. Antes quizás salíamos un poco más, pero uno se va fatigando. Yo, en particular, estoy un poco enclaustrado. He tenido una ventaja y es que he recuperado mis horas de lectura, estoy leyendo tres o cuatro horas diarias. Claro que fatiga ese carácter recurrente de la argumentación. Probablemente sea de ambos, no voy a aprovechar esta entrevista para decir que solo las FARC son tercas, a lo mejor nosotros también. Pero es una especie de mito de Sísifo, todas las mañanas cualquier tema que uno toca acaba allá en la nuez del racionamiento, en una cosa circular que no termina. Al principio había un exceso de retórica de las FARC en la mesa. Yo recuerdo que les dije: 'Miren, esto no es un salón universitario ni un simposio, aquí no venimos a hacer exposiciones ideológicas, ustedes no nos van a convencer a nosotros ni nosotros a ustedes, este es un ejercicio práctico para poner fin a un conflicto'. También eso se explica después de 10 años de silencio, de volver por los fueros con larguísimos documentos. En eso han cambiado, ahora están haciendo comunicados de una página.
Entiendo mejor a Colombia que hace tres años, uno descubre mundos que ignoraba"
P. ¿Qué ha aprendido en este tiempo?
R. Sin caer en el síndrome de Estocolmo, creo que entiendo más a Colombia hoy que hace tres años. Uno descubre mundos que ignoraba, se vuelve más comprensivo. También, más humano, porque, sin olvidar que son personas que actúan a través de la violencia, y eso es reprobable, hay elementos de su raciocinio en los que uno encuentra aproximación. Hallazgos interesantes. Cierto origen común de la vida. Yo fui educado por sacerdotes con fuerte acento social. El mismo [Iván] Márquez me dijo que estudió en un seminario en Caquetá. Para no caer en el síndrome de Estocolmo hay que saber que uno puede ponerse en los zapatos del otro, pero no usarlos.
P. ¿Con quién se entiende mejor?
R. Con [Iván] Márquez, mi equivalente, estamos condenados a entendernos con alzas y bajas. Hemos ido ganando interlocución, no sé si confianza. La confianza a veces sube, otras veces baja, hay momentos críticos… Algunos de los nuevos miembros creo que tienen una visión más contemporánea, su trabajo urbano es más permeable al significado de la Colombia de hoy. Parte de lo que encontramos es un pensamiento hermético, muy afincado a la Colombia rural de los años sesenta.
P. Kofi Annan les sugirió que hiciesen más actividades juntos fuera de las conversaciones, ¿se arrepiente de no haberlo hecho?
R. No, me parece que la confianza depende del proceso, no tanto de las personas. Creo que es muy del norte de Europa esa técnica de que si uno come salmón y toma una cerveza, uno acaba siendo amigo y eso facilita. Yo realmente creo que no es así. Nosotros venimos a trabajar, las horas que haga falta, no se trata de salir a parrandear.
P. Si todo va bien usted será una de las personas que firme la paz en Colombia. ¿Ha pensado en ello?
R. Sí, desde mi perspectiva siempre pesimista. Para mi vida es más fructífero encontrarme con la sorpresa de la firma y no estar ideándola para llegar a una frustración. Creo que es mejor que las cosas fluyan. Es una circunstancia histórica enorme, que le supera a uno, hay que asumirla con bastante humildad, uno termina en esto por la suerte también. Es azar, suerte y, claro, uno se faja aquí trabajando.
P. Y después de la firma de la paz, ¿qué le queda?
R. Nada, la casa, los libros y el golf.
P. Se habla de su posible candidatura presidencial para 2018.
R. No, hombre, esas palabras son demoniacas. Dejemos quieto ese tema. Yo no estoy pensando en eso, hay que hacerlo bien ahora, terminar esto y punto.
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