Chantaje en América Latina
Las cuestiones morales, que no computan como las reservas en dólares de los países, son el tema
Que Argentina esté en crisis no es noticia y que entre en default, tampoco. Que se siga o se pretenda seguir tratando a América Latina como hace 20 años es alarmante, pero tampoco novedoso. Las auténticas novedades son los escenarios mundiales en los que hoy se mueven la economía y la política. También en Latinoamérica.
No es casual que, a menos de tres semanas de que se cree el FMI alternativo de los emergentes, (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica, los llamados BRICS), Buenos Aires haya decidido mantener su batalla —por tierra, mar y aire—, motivada, sin duda, por la conveniencia política interna, pero también por la gran cuestión pendiente: la falta de responsabilidades y de penalizaciones al sistema financiero mundial, tras la crisis generalizada a partir de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers.
Argentina ha puesto a la región en el filo de la crisis. Mientras, los bancos tradicionales, los que sí pactaron con las autoridades argentinas una quita o rebaja de su deuda para seguir adelante, son los primeros interesados en mediar y en que se acabe el conflicto con los fondos buitre. Saben muy bien cuál es su responsabilidad en la debacle en la que nos encontramos y que lo de menos es que se trate de Cristina Fernández de Kirchner o de su Gobierno.
Han cambiado muchas cosas. Hemos pasado de una política económico-financiera basada en satisfacer la norma y la ortodoxia que venían de fuera de América a tener que contar en primer lugar —y, si no, que se lo pregunten a Dilma Rousseff o a cualquiera de los gobernantes actuales—, con la aprobación de cada uno de los países implicados.
Se ha aplicado la receta, ha muerto un montón de gente en el camino, se han perdido muchos rasgos de la personalidad económica de cada país y hoy, en términos generales, puede decirse que la América que habla español, además de no tener violencia política y ser al menos formalmente democrática, cumple las reglas de sanidad económico-financieras. El problema es que esas reglas son un modelo enfermo de muerte para el que no se ha encontrado una alternativa.
La especulación sin límites sobre América y la corrupción sin límites desde América están produciendo un fenómeno cuyo elemento más visible —más allá de los fondos buitre y la presidenta argentina— es la responsabilidad moral de un mundo que intenta ser administrado desde unos paradigmas que ya no existen.
No es que los chinos, los rusos o los propios brasileños tengan nada mejor que ofrecer, porque no hay que olvidar que están entre los países más corruptos y opacos del planeta, según el Índice de Transparencia: sencillamente, el mundo actual o está colapsado o en grave crisis o ha desaparecido.
Sin embargo, la presión política interna, el seguir dando por bueno que los Gobiernos continuarán sometidos a las presiones del capital mundial generan muchos problemas. Seguramente, el más grave es que uno puede hacer muy bien la receta desde fuera (como le pasa a Brasil) y sufrir un colapso interno.
Una vez más, los principios o la ausencia de ellos, así como las cuestiones morales que no figuran en los balances ni se computan como las reservas en dólares de los países, son el tema.
De nuevo, hay que unir datos que son muy sencillos: por un lado, la crisis de la otra América, que ha sustituido el “Gran Garrote” por el garrote de los platos orientales y la especulación con signo oriental, unida a la crisis de autoridad y de referentes económicos financieros, más la necesidad de poner un límite. Porque con el mismo vigor con el que se dice que, si no se acaba con la brecha social, América es inviable, se puede afirmar que, sin una cierta moralidad en los esquemas financieros, además de ser imposible que los dos mundos coincidan, se reproducirán los últimos 25 años del sistema financiero en la América que no habla inglés.
Veremos qué pasa a partir de aquí. Pero que nadie se equivoque. Más allá de esos miles de millones de dólares, que a fin de cuentas no son el problema, este conflicto debe tener un efecto copycat en el resto de los países. Por lo pronto, los jefes de Estado del Mercosur confirmaron su solidaridad, apoyo irrestricto y militante a la posición de Argentina. También lo hicieron la Organización de Estados Americanos, UNASUR y los propios BRICS.
En América Latina, el sistema diseñado en Bretton Woods está muerto. Es necesario encontrar otro camino y, desde luego, hay que poner atención en que la receta no sea asimétrica en el sentido de que sólo los gobernantes y los pueblos que no hablamos en inglés tengamos obligaciones morales.
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