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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más allá del crecimiento

El desempleo hace inasequible para muchos un consumo sacralizado como el mayor bien

Según el comunicado de prensa del presidente Van Rompuy sobre el último Consejo Europeo de carácter informal, celebrado el 30 de enero, “la estabilidad financiera no basta para salir de la crisis. Tenemos que hacer más en lo que respecta al crecimiento y al empleo”. Achicar el endeudamiento sigue siendo prioritario, pero habrá que crecer, además de que se supone imprescindible para crear empleo, para evitar una recesión que haría impagable la deuda. Europa tendrá que poner en marcha una política que combine disminución del déficit con crecimiento y empleo, tres objetivos que se refuerzan entre sí.

La gravedad de la situación se hace patente en cuanto se cuestione la viabilidad de la política propuesta. A estas alturas no cabe seguir obviando la vieja cuestión de los “límites del crecimiento”, ni dejar de poner en tela de juicio la relación crecimiento-empleo. Se aumenta la productividad produciendo más con menos mano de obra, y los empleos que una mejor tecnología y organización destruyen en una rama, en un mundo globalizado no resurgen sin más en otra.

Cierto que bajando los salarios se logran empleos, pero esto no quiere decir que el precio del trabajo sea el factor decisivo: los países africanos con los salarios más bajos son también los que dan el índice más alto de paro. Hace tiempo que hemos constatado crecimiento sin empleo (jobless growth) y el que se sigue creando en los países más competitivos exige una calificación que no alcanza a la mayor parte de la oferta laboral.

Al fin y al cabo el crecimiento no es más que una noción estadística que resulta de sumar los datos que se eligen para confeccionar el PIB. 

Cuentan aquellos que consideramos positivos —inversiones en investigación, infraestructuras, tecnología, educación o sanidad— y los claramente negativos, como los que traen consigo los accidentes de tráfico, la obesidad, el alcoholismo, la polución medioambiental o la eliminación de desperdicios de productos desechables que satisfacen únicamente necesidades inducidas. Estos últimos suben también el PIB, pero no puede decirse que aporten una mejor calidad de vida. Una buena parte del crecimiento contabiliza las enormes sumas que se emplean en reparar los daños del crecimiento.

La única salida a la crisis que el actual modelo de producción propone es más crecimiento, lo que supone seguir consumiendo de la misma manera indiscriminada, la única libertad real que le queda al ciudadano, una vez denigrado a mero consumidor. Ahora bien, incitar al consumo para restablecer la coyuntura, aparte de que perjudica la balanza comercial con más importaciones, impulsa el endeudamiento privado —tarjetas de crédito, ventas a plazo, facilidades crediticias—, que ha sido una de las causas de la crisis. Para salir se propone el mismo endeudamiento que la ha provocado, sentando así las bases de la próxima.

No es el momento de explayarse en la crítica, harto conocida, del consumismo que por lo pronto atañe únicamente a los que puedan permitírselo, pues si la oferta es ilimitada, en cambio, el desempleo hace para muchos inasequible un consumo que hemos sacralizado como el mayor bien.

Conocidas son las frustracciones y tensiones sociales que origina el consumismo, pero hasta ahora las contrarresta la ilusión que se propaga desde arriba y es compartida por una buena parte de la población, de que con los duros sacrificios de hoy se recuperará el nivel de consumo y continuaremos creciendo y creciendo, beneficiándose de ello cada vez un mayor número.

Justamente la creencia en que el crecimiento no tendrá fin —reconocerlo establece fecha de caducidad a nuestro sistema productivo— pone de manifiesto la incoherencia disparatada del crecimiento ilimitado. Aunque nos refugiemos en una categoría tan vaporosa como la del “crecimiento sostenible”, parece bastante descabellado suponer que se podrá seguir creciendo en Occidente, a la vez que en los otros continentes, sin tomar en consideración el agotamiento de los recursos o los daños ecológicos.

Ello no es óbice para que se mantenga impertérrita, dominando la política y los medios, la ideología del crecimiento que imponen los que se benefician del actual sistema productivo. La única rendija que se divisa reclama que sea la política, y no los mercados, la que tome las medidas oportunas, pero es una demanda que hasta ahora no ha tenido la menor consecuencia.

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