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Ensayos de persuasión
Columna
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Los restos del ‘hombre de Davos’

Menos globalización y más autonomía en energía, tecnología y alimentación

Foro Davos 2022
Klaus Schwab, presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial , y el canciller alemán Olaf Scholz en Davos, el 26 de mayo de 2022.LAURENT GILLIERON (EFE)
Joaquín Estefanía

El ambiente social ha sido muy diferente este año en el foro que durante décadas ensalzó la globalización como marco de referencia de la época. No solo porque esa especie de asamblea de las élites mundiales que se ­reúne en Davos se ha celebrado en una fecha (y con un clima) inhabitual, sino porque en el estado de ánimo de los presentes han pesado aspectos estructurales como una guerra de la que nadie sabe pronosticar su duración y resultado; la expansión de las democracias iliberales, incluso en el seno de Europa, o la intervención constante de los Estados en los mercados con el objeto de reanimarlos y corregirlos. Nada que ver con la cartografía alegre y faldicorta que se trazó apenas hace unos años.

El hombre de Davos, expresión acuñada en la década de los noventa por el sociólogo norteamericano Samuel Huntington, está deprimido pese a que le hayan ido bien los negocios. Tal concepto trataba de describir a quienes acuden todos los años a la estación de esquí de los Alpes suizos con ocasión del Foro Económico Mundial. El periodista Lewis Lapham habló de Davos como “la montaña de las vanidades” porque allí acudía “la casta” (en un término pasado de moda) para, además de intercambiar experiencias y tarjetas de visita, hacer ostentación pública de su poder y convivir con quienes son iguales que ellos y los que esperan serlo. Durante décadas, si había una representación concreta del poder, una circunstancia, un lugar donde aprender el gran poder global y quienes lo poseían, ése era Davos.

Allí se teorizó con exhaustividad la globalización neoliberal que acabaría con los ciclos económicos (el “fin de la historia económica”), se bendijo la transición hacia el capitalismo de los países del Este de Europa que dejaban atrás el telón de acero, se manifestó la seguridad de que las nuevas tecnologías abrirían espacios en los cuales todos se beneficiarían de las mismas y las empresas serían los principales actores de esa gigantesca transformación.

El balance no es equilibrado: la globalización realmente existente ha reducido la pobreza en muchos lugares del mundo, pero ha incrementado de modo obsceno las desigualdades, lo que corrompe los sistemas políticos y destroza la cohesión de las sociedades (la riqueza de los milmillonarios ha aumentado tanto en los últimos 24 meses como en los últimos 23 años: Beneficiarse del sufrimiento, Oxfam); Hungría y Polonia se alejan a marchas forzadas de los valores europeos que un día parecieron abrazar; se ha hecho omnipresente el capitalismo de la vigilancia (sabemos dónde estáis, sabemos dónde habéis estado, sabemos más o menos lo que estáis pensando), y los Estados, a través de sus agencias y sus políticas, lideran las salidas a una multicrisis compuesta de Gran Recesión, proteccionismo comercial, pandemia y guerra.

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Ahora se habla menos de globalización que de desglobalización (o de globalización alternativa), menos de política económica que de geopolítica. El vector dominante de las intervenciones públicas es el de la relocalización de empresas, su renacionalización, el reforzamiento de la autonomía estratégica de los países en sectores tan significativos como el de la energía (gas y petróleo), la tecnología (los microchips), el farmacéutico (las vacunas) y el agroalimentario (escasez y repunte de los precios). Se atiende más a las dificultades de la industria que a las de las finanzas, y se pone la seguridad por delante de la rentabilidad. Es prioritario consolidar el funcionamiento de las cadenas del suministro interior frente a las de la exportación, e inquieta sobremanera la fragmentación del mundo en bloques, estando al frente de cada uno de ellos EE UU y China (que se batieron en una guerra comercial aguda antes de la emergencia de la covid y la guerra de Ucrania). En medio de estos escenarios, el fantasma de una inflación mucho más persistente de lo que el consenso de los economistas había pronosticado, que una generación de ciudadanos no conoce, y a la que se pretende combatir con un nuevo ciclo de quimioterapia monetaria con subidas del precio del dinero.

Y la deuda.

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