No hay guerra sin muertos
Putin a lo que le tiene pánico es a que los ucranios que reclaman verdadera democracia logren un día su objetivo
No existen guerras virtuales sin muertos. A la hora de la verdad, la guerra en el siglo XXI no es la guerra en el ciberespacio de la que tanto nos han hablado. Rusia atacará los sistemas informáticos de los países que se le opongan, sin duda, pero en cierto sentido lo hará igual que atacaba en el siglo XX las centrales eléctricas, como un simple elemento del plan general. La guerra ha empezado en un país europeo, Ucrania, en la madrugada del jueves 24 de febrero de 2022 igual que empezaba en el siglo pasado o en el anterior: con la invasión del país agredido; con bombas, artillería, aviones y soldados marchando detrás de los tanques; con edificios destruidos y con civiles y militares muertos. Esta vez los hechos han desmentido a Jorge Luis Borges: las fechas de la historia no son secretas, como escribió, sino que ésta llegó como estaba previsto, con televisiones, radios y ordenadores anticipándola a bombo y platillo.
Cuando estalla una guerra, aseguró otro escritor, Albert Camus, la gente dice: no durará, es demasiado estúpido. Y sin duda una guerra es ciertamente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. “La estupidez siempre persiste, lo notaríamos si no pensáramos siempre en nosotros mismos”. Y desde luego, esta guerra ha encontrado a los españoles pensando una vez más en sí mismos, atrapada su atención con la gesticulación formidable de una pelea interna en un partido político cuyos dos principales dirigentes no tuvieron el sentido común de escuchar la radio o leer las secciones de internacional de los diarios antes de lanzarse al cuello uno del otro.
Ya no tiene remedio, pero quizá todavía puedan mostrar un poco de respeto a sus conciudadanos en un momento de tanta incertidumbre. España es miembro de la Alianza Atlántica, un pacto militar de mutua defensa para el que la invasión rusa de Ucrania es un acontecimiento crucial, y el presidente del Gobierno español está participando y participará en los próximos días y semanas en reuniones en las que se tiene que decidir algo muy serio: ¿cómo responder a Putin? Lo razonable sería que Pedro Sánchez tuviera un jefe de la oposición al que convocar para informar, explicar y pedir opinión. Y que el jefe de la oposición escuchara, opinara y ofreciera todo el apoyo y discreción posible.
Y quizá sea también posible saber qué piensan los demás partidos presentes en el Congreso. En las primeras horas se oyó la clara condena de la vicepresidenta Yolanda Díaz, por ejemplo, pero fue muy débil y artificial la de Vox. No en vano Putin es un conocido financiador de la extrema derecha europea. (¿Tiene algo que decir Puigdemont de las reuniones, hace meses, de sus representantes con miembros del espionaje de Moscú?).
Ucrania hace la guerra “porque se la hacen”, como diría Azaña. Los ucranios combaten porque les combaten. Es un país agredido, en violación flagrante del derecho internacional. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, es quien ha elegido la guerra, con dos justificaciones absurdas. Una, para el consumo interno: defendemos a los ucranios de habla rusa de un “genocidio”. Y otra, para el externo: necesitamos tener un espacio de seguridad. ¿Alguien piensa que lo conseguirá con una guerra en Europa? Quizá tenga razón una de las mayores expertas en la zona, Anne Applebaum, y el miedo de Putin es más ideológico que militar: pánico no a que Ucrania ingrese en la OTAN y ponga en peligro su seguridad, sino a que el sector de la población ucrania que reclama verdadera democracia y lucha contra la corrupción logre algún día su objetivo y coloque al lado de la frontera rusa un formidable espejo.
La OTAN y su principal socio, Estados Unidos, dijeron ya antes de la invasión que no enviarán tropas a combatir junto a los ucranios, y Putin afirmó el jueves que, si existe “injerencia” en “su” guerra, tendrá una respuesta “devastadora”, alusión a sus armas nucleares tácticas. Europa parece dudar porque es consciente de lo que implica esta guerra y por una cierta incredulidad respecto a dónde se ha llegado. Pero si resulta que la respuesta occidental (curioso cómo se ha revitalizado un término casi abandonado en el siglo XXI) es insuficiente, que el futuro es como el pasado y que no somos más listos que aquellos que nos precedieron, nadie puede estar seguro de la evolución de los acontecimientos.
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