El factor humano que hizo estallar la guerra en el PP
La rivalidad entre Sáenz de Santamaría y Cospedal dio el liderazgo del partido a Casado. Su enfrentamiento con Ayuso, advierten los populares, puede favorecer de nuevo una tercera vía
Por encima de la ideología, son las relaciones personales las que más condicionan la vida de un partido. El factor humano —filias y fobias, vanidad, inseguridades— está detrás de la mayoría de los episodios e imágenes políticas que permanecen en el recuerdo —Adolfo Suárez encendiéndole el cigarrillo a Felipe González; José María Aznar subiendo los pies a la mesa con Bush; Mariano Rajoy refugiándose en un restaurante mientras se debatía la moción de censura contra él...— y es determinante en la actual guerra interna en el PP. Esta es la maraña de amistades y rupturas que explican el terremoto popular.
Sáenz de Santamaría y Cospedal: por qué ganó Casado
En apariencia, Casado fue elegido en 2018 líder del PP por primarias. Pero miembros de su equipo admiten que su victoria es fruto de otra complicada relación en el partido: la de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y la secretaria general, Dolores de Cospedal. Partían, por su relevancia pública e interna, como las favoritas para suceder a Mariano Rajoy, pero se anulaban entre sí. Así lo detectó un dirigente popular que apostó desde el principio por el entonces vicesecretario de comunicación: si una de ellas caía en la primera vuelta del proceso, sus votos se trasladarían en la segunda y definitiva a Casado para evitar que se impusiera la eterna rival. El pronóstico se cumplió: Cospedal quedó eliminada y movilizó a todos sus apoyos, incluidos varios exministros, en contra de Sáenz de Santamaría, es decir, a favor de Casado. Antes, cuando aún tenía opciones de ganar, la ex secretaria general del PP le había atacado por su proximidad a Aznar. El expresidente ni siquiera fue invitado a aquel congreso por su “desdén” al partido, según explicó el comité organizador.
Aznar y Rajoy: dedazo, divorcio y entierro del ‘marianismo’
El heredero de Aznar, para quien había trabajado entre 2009 y 2011, se impuso en las primarias a la heredera de Rajoy. En su primer discurso como presidente del PP, Casado aseguró que no preguntaría a nadie a quién había votado y que haría un equipo integrador, pero poco a poco, tras sentirse desplazados o desvinculados del proyecto, los sorayistas fueron abandonando el barco. Esa gestión de las relaciones personales con el bando perdedor alteró la configuración del partido: salieron exministros y exsecretarios de Estado.
Aznar, que se arrepintió de haber elegido a Rajoy muy poco después de nombrarlo sucesor y renunció a la presidencia de honor del PP -”Necesitamos nuevos liderazgos”, llegó decir en un acto compartido- y Esperanza Aguirre, que escribió un libro entero, Yo no me callo, para denunciar la supuesta tibieza ideológica de Rajoy, se volcaron con Casado, que prometía la vuelta “al PP verdadero” e inauguraba la llamada derecha “sin complejos”. Decía entonces Aznar: “Es un líder como un castillo”. Y decía entonces Aguirre: “Me hace muchísima ilusión. Que haya ganado él es providencial para España”. Pero también esa relación se fue enfriando. “Muchas personas”, declaró el expresidente en la campaña de Castilla y León, “se agarran a populismos falsos porque no tienen un referente fuerte en el que confiar”. Por su parte, la expresidenta madrileña confesó esta semana que se está “pensando” si Casado debe dimitir.
García Egea, un escudero rodeado de enemigos
Parte del PP exige la cabeza de Teodoro García Egea, número dos de Casado. Un veterano dirigente aclara que “no es la primera vez” y que no se reclama ahora el sacrificio por la gestión de la crisis con Isabel Díaz Ayuso, sino por una “acumulación” de agravios. “Los cambios impuestos en los territorios han dejado muchos cadáveres y cuando no te van bien las cosas, aparecen viejos enemigos”, añade. El futuro de García Egea será la primera prueba del poder real de Casado en el partido. Le nombró secretario general porque apostó por él cuando nadie lo hacía y porque en las primarias se dedicó a buscar votos llamando compromisario a compromisario. Aquí también es clave el factor humano, su relación personal. Casado le ha dejado hacer y sobre todo deshacer en el PP y cada vez que ha surgido un conflicto entre García Egea y cualquier otra persona u organización territorial, ha defendido siempre a su fiel escudero.
Su relación personal ha impedido abordar el problema con frialdad, distancia e inteligencia. No pueden coexistir”
La kryptonita de Casado. Dos apuestas personales: Ayuso y Álvarez de Toledo
Las dos personas que más han debilitado el liderazgo de Casado son apuestas personales suyas. En julio de 2019, nombró a Cayetana Álvarez de Toledo portavoz en el Congreso en contra del criterio de dirigentes y pesos pesados del partido que recordaban su portazo a Mariano Rajoy en 2015 -“no encuentro argumentos para defender al Gobierno”, dijo- y que le advirtieron que sería “una portavoz de sí misma”. En enero de 2019, cuando nombró a su amiga Isabel Díaz Ayuso, a quien conocía desde los 20 años, candidata a las elecciones madrileñas sin apenas experiencia de gestión, también hubo dentro del PP quien se llevó las manos a la cabeza. Durante meses, Casado se dedicó a defenderlas ante los suyos y ante la opinión pública, tratando de matizar declaraciones y apagar polémicas. Hasta que en agosto de 2020 se rompió la cuerda con Álvarez de Toledo, quien, tras ser destituida como portavoz, ha escrito una venganza literaria y pide ahora la dimisión de Casado. Y esta semana reventaron también los puentes con Ayuso, a la que el líder del PP citó en la misma frase en la que habló de “tráfico de influencias”.
“Lo personal”, afirma un exdirigente del PP, “es determinante en esta guerra”. “Los dos hablan, por ejemplo, de ‘decepción’ con el otro. Esa relación ha impedido abordar el problema con frialdad, distancia e inteligencia. Por eso ha explotado de esta manera. Es una lucha de poder, como hay muchas en los partidos, pero con todo ese componente personal se complica. Han llegado a un punto de enfrentamiento en el que no pueden coexistir. Puede imponerse uno sobre el otro o, que como ocurrió con Santamaría y Cospedal, se anulen entre sí y aparezca un tercero”, añade, en alusión a Alberto Núñez Feijóo. “Esta vez ha sido menos gallego que otras en sus declaraciones”.
Génova y los barones. “¿Cómo vamos a hacer oposición con este jaleo?”
El partido no se ha dividido en dos bandos, sino en tres: los pro-Casado, los pro-Ayuso, y los que están, afirma un dirigente, “enfadados con los dos” por haber permitido que estalle la guerra. “Es una crisis, sobre todo, de credibilidad. ¿Qué oposición vamos a hacer con este jaleo? ¿Cómo vamos a decirle a la gente que somos una alternativa de gobierno capaz de solucionar sus problemas si no sabemos ni solucionar los nuestros? Hay que solucionar esto como sea y ya”, añade.
En ese “como sea”, tampoco hay unanimidad interna. La relación de Casado con los barones territoriales, más moderados, no ha sido cómoda. En Castilla y León aún escuece la participación en campaña de Díaz Ayuso por sus guiños a Vox, que subía como la espuma. Génova ya sabía entonces de las polémicas ganancias de su hermano, pero la envió de mítines. Durante el estado de alarma había quedado en evidencia la difícil relación de los barones con la presidenta madrileña, quien criticaba las restricciones que imponían sus colegas del PP. Eso, y los recelos que despertaba su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, les acercaron a Casado. Así lo resumía un exministro en mayo del año pasado: “Los presidentes autonómicos del PP nunca han tenido una relación muy estrecha con Casado porque tienen un perfil más moderado, pero ahora le apoyarán porque ven más riesgo en el ayusismo que en el casadismo y porque la única forma de frenar que finalmente se opte por la fórmula Ayuso es no debilitar al líder con críticas”. Pero la victoria electoral de Ayuso fue abrumadora, su popularidad se disparó y en este contexto ya no resultaba tan fácil para los líderes regionales marcar distancias. Algunos tienen problemas añadidos, como el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, con elecciones a la vista y un precedente poco alentador: los comicios de Castilla y León se adelantaron para barrer y solo han servido para cambiar a Ciudadanos por el partido de Santiago Abascal, otro ex.
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