Incesto, infanticidio y presencias fantasmales: la macabra historia que persigue al Palacio de Linares
La mansión, hoy sede de Casa de América, perteneció al primer marqués de Linares y desde su construcción, entre 1872 y 1890, ha sido protagonista de fenómenos extraños que ya forman parte de la cultura popular

Doscientas personas invadieron el palacio de Linares, en el centro de Madrid, la noche del 29 de mayo de 1990. Habían oído hablar de presencias fantasmales, voces de ultratumba y otros fenómenos extraños, y reclamaban su derecho a participar de semejante salseo paranormal. Al lugar también acudieron periodistas y cámaras de televisión, como los del programa Informe Semanal, de Televisión Española. La experiencia resultó decepcionante: después de que los cuerpos de seguridad desalojaran el palacio, los únicos resultados fueron una loseta rota, el suelo lleno de colillas y otros desperfectos de menor envergadura que venían a sumarse a los que ya acumulaba un monumento en estado semirruinoso.

La situación bien podía haber servido como argumento para una película de Luis García Berlanga, el director de cine español que mejor ha sabido representar ese lado a la vez funesto y risible de nuestra realidad social más cotidiana. También es cierto que tal operación habría resultado redundante, Berlanga había utilizado el edificio, hoy sede de la Casa de América, como escenario de una de sus obras más ácidas, Patrimonio nacional (1981). Una película habitada por unos fantasmas casi tan terroríficos y aún más patéticos que los que protagonizaban las supuestas psicofonías que habían provocado aquel asalto primaveral al palacio de Linares. Entre la cuchicheante niña Raimunda y el marqués de Leguineche e hijo, todo era cuestión de susto o muerte.

Durante aquella primavera de 1990 se despertó una fiebre por lo paranormal que tuvo entretenida a la población española, y a la que hasta los medios más serios –este, sin ir más lejos– no tuvieron reparo en contribuir. La estrella de todo aquello se llamaba Carmen Sánchez de Castro, quien se presentaba como experta investigadora de casos sobrenaturales, además de doctora en psiquiatría. Sánchez de Castro había obtenido un permiso del ayuntamiento de Madrid, propietario del palacio de Linares, para realizar unas investigaciones in situ sobre su área de conocimiento. Sus conclusiones se documentaron en un informe, acompañado de fotografías ilustrativas, que según ella demostraba los extraordinarios sucesos que allí acontecían. También aportó las famosas grabaciones –media España escuchó entonces por primera vez la palabra psicofonía– en las que una voz femenina susurraba frases como “mamá, mamá, yo no tengo mamá” o “mi hija Raimunda, nunca oí decir mamá”. La revista Tiempo obtuvo un suculento pelotazo comercial gracias a las cintas de casete que regaló con sus ejemplares, donde tales registros sonoros eran comentados por otro supuesto perito en parapsicología llamado Germán de Argumosa. Otra publicación semanal, Tribuna, también se sumó a la estrategia.

Mientras, de vuelta a este diario, un grupo de expertos –se citaba aquí a Tristán Braker, fundador de la ínclita Asociación Esotérico-Cultural Española– desenmascaraba a Carmen Sánchez de Castro al tachar las psicofonías de burda falsificación, cosa que ella misma acabaría reconociendo. La investigadora, por cierto, sería detenida unos días más tarde por una actividad tan poco esotérica como la emisión de un cheque sin fondos, y al tiempo dejaron de llegar más noticias de ella. El asunto acabó extinguiéndose cual hoguera campestre, pero sus rescoldos aún alumbran la vinculación del palacio de Linares a los misterios de ultratumba, y también al esperpento más cañí.
Puede que el origen de aquella fiebre pasajera fuera un artículo publicado un año antes por el actor, dramaturgo y director teatral Luis Escobar en El País, bajo el título El fruto de un incesto. En él, Escobar rememoraba tanto la leyenda luctuosa y melodramática que perseguía desde hacía casi un siglo al palacio de Linares como el rodaje, en esa misma finca, de Patrimonio nacional, en el que él mismo había participado. El primero de estos dos asuntos era el aludido en el titular del artículo: antiguas habladurías afirmaban que los marqueses de Linares, comitentes y propietarios originales del palacio, además de marido y mujer eran medio hermanos, y habían asesinado a una niña fruto de su relación incestuosa.

En cuanto a la película de Berlanga, presentada a concurso en el festival de Cannes de 1981, Escobar interpretaba al marqués de Leguineche, personaje repescado de su anterior colaboración, La escopeta nacional (1978), ambientada en los últimos años del franquismo. Allí el marqués era un personaje secundario que ahora adquiría peso protagónico. Patrimonio nacional se sitúa en 1977, ya en democracia, cuando el marqués de Leguineche regresa a Madrid de un falso exilio con la intención de recuperar el decadente palacio en el que su esposa, la condesa Eugenia (una desopilante Mary Santpere), vive atrincherada como si el régimen franquista siguiera operativo. Para expulsarla, el marqués busca la complicidad de su chapucero hijo Luis José (José Luis López Vázquez), de su nuera Chus (Amparo Soler Leal) y de un sobrino play-boy (José Luis de Vilallonga). Como era de esperar, todos ellos pretenden sacar tajada del asunto.

El resultado era una crítica corrosiva de la institución nobiliaria, pero también de la banca, la clase política y otras instituciones de nuestra jovencísima democracia, más ancladas en el inmediato pasado dictatorial de lo que ellas mismas querían admitir. Las situaciones cómicas del guion de Berlanga y Rafael Azcona estaban filmadas mediante los virtuosos planos secuencia especialidad del director valenciano. Aunque a estas escenas les faltaba el toque maestro de La escopeta nacional, la película se elevaba muy por encima de sí misma gracias a un final de antología que justificaba todo el metraje anterior. En él, el marqués y su hijo, presentados como “marquis of Leguineche and son, end of the saga”, se convertían en objeto de exhibición museística para un grupo de turistas japoneses, como muestra definitiva de la decadencia de su clase social.

Al igual que gran parte de la película, esa escena estaba rodada en el palacio de Linares, que por aquel entonces pertenecía a la CECA, la Confederación Española de Cajas de Ahorros. Pocos lugares había en Madrid tan apropiados para ambientar la historia como aquella primorosa ruina, perfecta encarnación de la nobleza española en declive a la que pertenecían los Leguineche. Sol Carnicero, miembro del equipo de producción, explicaba en este vídeo que el permiso se obtuvo gracias a la insistencia de Berlanga y a las artes como anfitriona de su esposa, María Jesús Manrique. Según Carnicero, el matrimonio Berlanga invitó a comer paella al presidente de la CECA, Luis Coronel de Palma, quien dio así su aprobación tras dos años de tiras y aflojas. Carnicero también apuntaba que, durante el rodaje, se llevó al palacio un equipo de expertos en psicofonías para que determinaran el nivel parapsicológico concurrente: su conclusión fue que lo más sobrenatural que allí había era el propio equipo técnico y artístico de la película.

El palacio se alzó entre 1872 y 1890 sobre un solar de 3.000 metros cuadrados en la plaza de Cibeles, una ubicación estratégica entre el Madrid antiguo y el señorial ensanche que se extendía por lo que hoy conocemos como los barrios de Retiro y Salamanca. En tiempos se había ubicado allí el Pósito Real, un enorme almacén de grano. El terreno fue adquirido por José de Murga y Reolid, primer marqués de Linares y primer vizconde de Llanteno, hombre riquísimo gracias a la fortuna que su familia había extraído de sus negocios en Cuba, y que obtuvo sus títulos del rey Amadeo I de Saboya a cambio de los favores prestados. Los arquitectos Carlos Colubí Parra, Adolf Ombrecht y Manuel Aníbal Álvarez diseñaron diversas partes de la mansión, de un aparatoso estilo historicista, que primero se llamó palacio de Murga y después de Linares. El marqués y su esposa, Raimunda de Osorio, decidieron no escatimar en gastos, así que en el palacio contenía elementos como una imponente escalera de mármol de Carrara, galerías decoradas con motivos pompeyanos, tapices franceses, esculturas de Jerónimo Suñol y pinturas debidas a los pinceles más prominentes del academicismo rampante de la época, como Francisco Padilla, Alejandro Ferrant, Casto Plasencia o Valeriano Domínguez Bécquer. Las molduras, los dorados, las maderas nobles, las grandes lámparas de bronce y cristal de roca y los estilos neobarroco y neorrococó imperaban en sus cuatro plantas, aunque tampoco faltaban las concesiones al exotismo del salón chino, o el capricho de la llamada Casa de Muñecas del jardín. Los marqueses vivieron allí desde 1884, cuando aún proseguían las obras de construcción, y ambos fallecieron no mucho después de su finalización (ella en 1901, él un año después). No tenían descendencia, así que la casa la heredó, en usufructo, su ahijada, Raimunda (“Mundita”) Avecilla, que además era hija del administrador del marqués.

A partir de ahí se extendieron diversas versiones de una historia mezcla de tragedia griega, cuento gótico de fantasmas y culebrón venezolano. Según ella, el padre del marqués de Linares había tratado de evitar a toda costa la boda de este con Raimunda Osorio, supuesta hija de madre cigarrera y padre desconocido. Pero, ante su obstinación, tuvo que confesarle que el padre desconocido era él y que, por tanto, los enamorados eran medio hermanos. Una bula papal habría validado el matrimonio a cambio de la exigencia de que no hubiera relaciones sexuales entre los cónyuges. Incumplida esta norma, habría nacido una niña a la que sus propios padres dejaron morir emparedada en la casa para evitar el escándalo. Y el espíritu de esa niña seguiría vagando por los salones del palacio desde entonces. Aunque nada está probado en esta secuencia de acontecimientos, la historia ha dado lugar a todo tipo de especulaciones. En el libro El secreto de Raimunda. La marquesa de Linares, de Carmen Maceiras Rey, se hablaba de una madre costurera que habría entregado al bebé recién nacido a la inclusa, para reclamarla nueve años más tarde, en 1841. Ambas habrían vivido juntas en el número 36 de la calle León, en lo que actualmente se conoce como el barrio de las Letras. Por su parte, el escritor Torcuato Luca de Tena, con un ardor propio de quien se siente personalmente aludido, publicaba en el diario ABC en junio de 1990 –en plena “crisis de las psicofonías”– un artículo en defensa del honor de los difuntos marqueses, negando en bloque toda su leyenda negra.

Tras un tiempo inactivos, los títulos de marqués de Linares y vizconde de Llanteno fueron reasignados a sendos familiares de José de Murga y Reolid. La heredera de la casa, Raimunda Avecilla, se había casado con el conde de Villapadierna (otro título reciente, concedido por Alfonso XII), con quien tuvo a José Padierna de Villapadierna, célebre piloto de carreras y play-boy internacional que heredó la fortuna familiar para darle salida a la misma velocidad que imprimía a sus bólidos Bugatti. En ese tiempo, varios de los muebles, obras de arte y elementos decorativos del palacio fueron abandonando la escena a buen ritmo. El edificio también sufrió algunos daños en la Guerra Civil Española, cuando fue tomado por las milicias de la Izquierda Republicana, y después permaneció cerrado durante décadas. Incluso estuvo a punto de ser demolido, destino del que se salvó al ser declarado monumento histórico artístico en 1976. Gracias a su mal estado, el equipo de producción y rodaje de Patrimonio Nacional disfrutó de cierta libertad para alterar su configuración.
También tuvo varios propietarios después de la ahijada de los marqueses (el primero fue la compañía Transmediterránea, desde 1945), y generó sustanciosas plusvalías económicas, en particular en unos tiempos tan favorables a ello como los años ochenta del pasado siglo. En 1987, una sociedad inmobiliaria, Teseo, lo adquirió a la CECA y después lo vendió al empresario Emiliano Revilla, quien sería víctima de un famoso secuestro por el grupo terrorista ETA. En 1989, el Ayuntamiento de Madrid adquirió el palacio mediante permuta a cambio de unos terrenos en la M-30. Curiosamente, en la ficción, el marqués de Leguineche vendía su casa al Estado para trasladarse a un cómodo piso frente al parque del Retiro. Nacional III (1982), tercer y último episodio de la saga, centraba la trama en su intento por evadir los capitales resultantes de la operación.

El arquitecto bilbaíno Carlos Puente se encargó del proyecto de restauración del palacio de Linares, que logró devolverle su esplendor original. Lejos ya de la decadencia mostrada en Patrimonio nacional, volvió a abrir sus puertas en 1992, año de la conmemoración del quinto centenario del primer viaje a América de Cristóbal Colón. Albergaba una nueva institución, el centro cultural Casa de América, consorcio compuesto por el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid, que aún lo tiene como sede. En 2016, salieron a subasta diversas piezas que habían formado parte de la decoración del palacio, entre ellas nueve de los tapices del antiguo comedor de la primera planta, que fueron recuperados, por 12.500 euros más IVA, para ser devueltos a su emplazamiento original, hoy la Sala Octavio Paz. Durante estas tres décadas se han adquirido más bienes de la decoración original cuando la disponibilidad presupuestaria del Consorcio lo ha permitido.
De los fantasmas, en cambio, nunca ha vuelto a saberse nada.
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