Cómo conocer un vino por su etiqueta
En la era de la imagen y de Instagram, las etiquetas de vino son un lienzo abierto a la comunicación y a la creatividad. Algunas conservan el legado y otras buscan ideas rompedoras
Las bodegas que conservan el legado iconográfico del pasado tienen un pedigrí único. Una de mis etiquetas favoritas de vino español es la del gran reserva riojano Castillo Ygay, por su clasicismo atemporal y su inequívoca pátina de vino fino. Pese a los retoques y adaptaciones realizadas a lo largo de los años, sigue fiel a los bocetos originales de 1877.
Es sorprendente lo bien que este y otros diseños de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX aguantan el paso del tiempo. Uno puede sumergirse en este periodo particularmente creativo a través de obras como Imagen publicitaria del Marco de Jerez. Un retrato de la época 1868-1936, de Ana Gómez Díaz-Franzón, en la que recopila más de 2.500 etiquetas, o El vino de Rioja en sus etiquetas, de Javier Pascual y Eustaquio Uzqueda, que alcanza el millar de reproducciones.
Muchas de ellas están sirviendo de inspiración a productores inquietos que exploran las raíces y la historia de sus respectivas regiones vinícolas. No solo en lo que atañe a la estética, sino también a la terminología de los estilos y las elaboraciones. Forman parte de ese estilo retro que tanto se ha desarrollado en los últimos años y que sirve muy bien a vinos que defienden el territorio y las especialidades locales.
En el otro extremo se sitúa la estética contracultural, desenfadada y provocativa del vino natural, que ha roto moldes en la manera en la que se comunica desde la etiqueta.
Entre medias caben todo tipo de opciones. Hay quienes valoran la información por encima de todo, como la firma californiana Ridge Vineyards, que en la cosecha de 2011 comenzó a incluir los ingredientes de sus vinos en la etiqueta. Otros optan por propuestas minimalistas, de corte artístico, o estéticas regionales, como ocurre con oportos, madeiras, jereces o blancos clásicos alsacianos y alemanes.
Vinos de gran éxito como Dom Pérignon, Louis Roederer Cristal o Pétrus están estrechamente vinculados a la estética de sus presentaciones. España tiene sus propios fenómenos, como Faustino, la marca riojana ilustrada desde los años cincuenta con la imagen de un caballero pintado por Rembrandt, o Pesquera, el primer tinto moderno de Ribera cuya ilustración del arco de entrada a este municipio ha sido objeto de infinidad de variaciones desde su creación, a finales de los años setenta.
Cambiar de imagen con frecuencia es un riesgo, a menos que se haga con tanta brillantez como Château Mouton Rothschild, que desde 1945 invita a un artista de renombre (la lista de españoles incluye a Miró, Picasso, Dalí o Tàpies) a ilustrar su etiqueta. La famosa propiedad bordelesa inauguró una fructífera relación entre vino y arte que ha tenido su propia cohorte de seguidores.
El diseño de etiquetas del siglo XXI responde a la necesidad de llamar la atención en un lineal de competencia feroz y, cada vez más, a hacerse notar en la red social más visual. Cuidado con los elementos difíciles de fotografiar, tipo dorados o etiquetas serigrafiadas, que no dan bien en Instagram.
La creatividad se ha beneficiado de las incursiones de nombres potentes del diseño en este ámbito, como el valenciano Dani Nebot para Celler del Roure o las fructíferas colaboraciones de Fernando Gutiérrez con Telmo Rodríguez, y de la aparición de estudios especializados como Calcco o Moruba (la impactante serie de personajes de Matsu, el proyecto del grupo Vintae en Toro, marcó un antes y un después para ellos), ambos en Logroño, o Xavier Bas en Cataluña.
La normativa del etiquetado de vinos es estricta: además de menciones obligatorias como el grado alcohólico, el registro embotellador o la presencia de sulfitos, las denominaciones de origen tienen sus propias exigencias adicionales. Desde el 8 de diciembre de este año, además, deberá añadirse la lista de ingredientes y la declaración nutricional, algo que, previsiblemente, se hará mediante etiquetas electrónicas. Así que los aficionados podrán seguir disfrutando de diseños atractivos que invitan a curiosear y a pasar un buen rato frente al lineal o en tiendas y bares de vinos.
Sea cual sea el estilo del vino, no hay mayor logro que conseguir una sintonía perfecta entre la presentación y el contenido de la botella.
Desenfadado
I’m Natural Don’t Panic #11 2019
· Tinto, Castilla y León
· Bodegas Coruña del Conde
· 100% Tempranillo. 14,5% vol.
· 18,5 euros.
Con mensaje
Ruuts 1 2022
· Blanco (sin DO)
· Ruuts
· 40% Albillo, 40% Airén, 20% Macabeo. 11,5% vol.
· 15 euros.
Retro
Xérico 2019
· Tinto, Rioja
· Tentenublo
· 85% Tempranillo, 15% Viura. 14,5% vol.
· 14,5 euros.
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