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Todo lo que coser y bordar le puede aportar a nuestra mente en un mundo acelerado

En situaciones de urgencia, lo que necesitamos es tiempo, dedicarnos a prácticas pausadas y contemplativas que, como el bordado, fomentan la atención plena y proponen otra temporalidad que no compite con la del reloj

¿Qué puede enseñarnos una aguja sobre el cerebro humano? ¿Y qué puede revelarnos el bordado en tiempos turbulentos? Durante los días más inciertos de la pandemia, cuando todo se aquietó y las manos buscaban ocupación, un grupo de personas decidió bordar neuronas. Con hilo, aguja y paciencia, reinterpretaron los dibujos del neuroanatomista español Santiago Ramón y Cajal, como si cada puntada revelara un secreto del cerebro. Así nació el Cajal Embroidery Project (proyecto de bordado Cajal), una iniciativa que conecta ciencia y arte, en la que cada bordado es también una forma de pensar y resistir. Ante una realidad que se había descosido, la sutileza del bordado se reveló como un medio eficaz para afrontar los remolinos de la mente humana.

El proyecto, concebido para conmemorar el centenario del Instituto Cajal de Madrid, iba a presentarse en el Congreso de la Federación de Sociedades Europeas de Neurociencias, en Glasgow, en 2020. Pero la pandemia obligó a reinventarlo. La idea surgió durante una conversación entre dos neurocientíficas de Edimburgo: Jane Haley planeaba mostrar los dibujos originales de Cajal en una exposición, pero, animada por la sugerencia de Catherine Abbott, acabó coordinando un proyecto de bordado. El confinamiento lo transformó en una experiencia a distancia. El título de la novela de Nancy Huston Slow Emergencies (emergencias lentas) puede ser una descripción perfecta de aquello. Bordar neuronas no era solo una actividad manual, sino una forma de apoyo intangible que lograba ralentizar la fractura. Como si cada puntada pudiera enlazar las propias sinapsis. Como dijo una de las participantes del proyecto: “Hay algo en el hecho de conectar con las manos que permite que la mente se despeje”.

Cajal lo intuyó: “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Al igual que otras prácticas artesanales, bordar activa simultáneamente las áreas motoras, sensoriales, visuales y del lenguaje, y estimula la coordinación ojo-mano, la atención sostenida y la memoria de patrones. Concentrarnos en una tarea manual nos desconecta momentáneamente de nuestros pensamientos: dejamos de ser el peso de nuestra cotidianidad y son los materiales —el hilo, la tela, la madera, la arcilla— los que comienzan a moldearnos. Es como si, al trabajar con las manos, nos desmaterializáramos para reintegrarnos en una red de sentido. En momentos difíciles, como el confinamiento, se crearon conexiones neuronales, vínculos, resiliencia y plasticidad a través de este gesto colectivo. Y aquí es donde surge la paradoja: en situaciones de urgencia, lo que necesitamos es tiempo, dedicarnos a prácticas pausadas y contemplativas, como el bordado, que fomentan la atención plena. El bordado propone otra temporalidad que no compite con la del reloj.

Desde el psicoanálisis, podría entenderse como una forma de reparación. Freud hablaba del “trabajo del duelo” como un proceso repetitivo, casi artesanal. Su hija Anna solía tejer mientras escuchaba a sus pacientes, para permitir una escucha más libre. En la mitología, Penélope encarna esa espera activa: cada noche, teje y desteje el sudario de Laertes. Su gesto no es pasivo, sino su manera de resistir el paso del tiempo y mantener viva la posibilidad del reencuentro con Ulises. Bordar no solo es decorar, sino también narrar, elaborar y sostener. Quizás, en estos tiempos de incertidumbre global, bordar no solo implica conexión neuronal, sino también una forma de replantear el tejido del mundo.

En Chile, durante la dictadura de Pinochet, las arpilleristas —mujeres que habían perdido a sus seres queridos y su sustento económico, y a las que tampoco se les permitía trabajar— convirtieron la costura doméstica en un lenguaje político y terapéutico. Impulsadas por su memoria colectiva y por el trauma vivido, bordaban escenas de desaparición y denuncia en talleres clandestinos. Como dijo Violeta Morales, madre de Newton, desaparecido: “Queríamos bordar y expresar nuestro dolor, pero también transmitir un mensaje de resistencia”. Cada puntada era duelo, memoria y resiliencia. El hilo y la aguja no solo pueden conectar neuronas, sino también suturar heridas, reconstruir vínculos y tejer recuerdos.

Esta relación táctil y atenta produce una presencia que fomenta estados de concentración sostenida en los que el fluir del tiempo se atenúa y la mente se aquieta. El sociólogo Richard Sennett sostiene que la artesanía no es solo una labor técnica, sino un pensamiento encarnado: la conexión entre la mano y los materiales de trabajo genera un tipo de conocimiento profundo y transformador. Sennett menciona a Kant, quien hace más de dos siglos comentó de refilón que “la mano es la ventana del alma”, una observación que condensa la evolución del diálogo entre nuestras manos y la psique.

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