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Qué quiere decir “estar presente” y por qué se ha convertido en la herramienta terapéutica más popular

Esta expresión no es ninguna novedad para quien esté familiarizado con el ‘mindfulness’: es una forma de enfocar el modo en que nos relacionamos con el mundo y una herramienta terapéutica que da prioridad a la verdad de lo que sucede en el entorno

Filosofía del estar presente
Enrique Rey

Hace unas semanas, Rosalía y Broncano hablaron sobre voces interiores y pensamientos intrusivos en el sofá de La Revuelta. La cantante enumeró algunos de los más recurrentes mientras que el presentador recordó un curso de meditación y mindfulness en el que aprendió que “estar presente” significa “estar sentado en el arcén de una carretera mientras los pensamientos van pasando”, aunque “en la vida real, a un coche se le pincha la rueda y se te queda ahí delante”. Enseguida, él le preguntó a su invitada si se había sentido así de atascada en algún momento de la propia entrevista y Rosalía respondió que no, que había estado muy a gusto y muy presente. El presentador lo confirmó (“yo también te he notado presente”) y se lo agradeció.

La expresión “estar presente” no es ninguna novedad para quien esté familiarizado con el mindfulness. De hecho, pioneros de esta práctica como Jon Kabat-Zinn, ya la definían como “prestar atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar”, mientras que autores más críticos, como Ronald Pulser (autor de McMindfulness: cómo el mindfulness se convirtió en espiritualidad capitalista), ironizan sobre la posibilidad de que algo así pueda producir efectos significativos y consideran que atribuirle una capacidad terapéutica que no tendría es, ante todo, cruel. No obstante, sigue habiendo muchas personas para las que “estar presente” es una expresión extraña, una combinación de palabras desconcertante (casi un pleonasmo: todo lo que “está” ya tiene presencia) que introduce un mandato con hondas derivadas filosóficas en conversaciones aparentemente ligeras.

Los más jóvenes usan la expresión continuamente, quizá porque casi la mitad de ellos ha sufrido problemas de salud mental y busca estrategias para enfrentarlos. Es el caso de la actriz Ester Expósito, que en una entrevista en EL PAÍS apuntaba que cuando padeces ansiedad “nunca estás presente y siempre hay algo que te está inquietando”; o del también actor Miguel Herrán, que hace algunos años confesaba que da tantas vueltas a las cosas “que no está presente en el aquí y ahora”. Lo de Chris Evans va algo más allá, y es que él repite en todas sus entrevistas que “estar presente” es “la herramienta más efectiva” que ha adoptado frente a la depresión. Pero, aunque el mundo de la interpretación —donde también se habla de “presencia escénica” y los cuerpos de los actores se mueven a través de temporalidades distintas de la de los espectadores— parece el campo más apropiado para estas reflexiones, el fenómeno ha llegado a todas partes. Existe un ensayo de Ronald Epstein cuya sinopsis indica que “estar presente” puede ayudar a que cualquier médico atienda mejor a sus pacientes, medios católicos animan a “estar presentes” como forma de vinculación religiosa y, por supuesto, a veces “estar presente” se anuncia como la estrategia definitiva para hacer negocios o revitalizar una empresa en horas bajas.

Un terreno entre la filosofía y la terapia

Hace algunos años las Meditaciones de Marco Aurelio y los tratados de Séneca o, más bien, los libros que proyectan sus enseñanzas sobre el mundo contemporáneo, se convirtieron en inesperados bestsellers. La moda del estoicismo todavía no se ha extinguido y convive en las librerías con otras corrientes, como la de los ensayos que desarrollan el tópico carpe diem y sus versiones más pop, como el yolo (las siglas en inglés de “solo se vive una vez”, muy tatuadas durante los primeros dosmiles). Aunque dicho carpe diem y algunas citas de Séneca se podrían relacionar con el afán presentista del mindfulness, el filósofo Javier López Alós, autor de Por qué pensamos lo que pensamos, advierte que siempre se pueden encontrar similitudes concretas entre tendencias, “pero las diferencias son demasiado importantes como para establecer equivalencias”. López llama a tomar “ciertas resonancias” con cautela y recomienda analizar cada práctica punto por punto. “Estar presente no va por el mismo sitio que carpe diem”, confirma Francisco Estupiñá, profesor de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid. “Carpe diem hoy es una apelación hedónica: una propuesta de que disfrutes de la vida. La idea de estar presente tiene que ver con poner tu conciencia en lo que tienes entre manos. Eso puede tener un valor positivo, pero también puede tener un valor hedónico negativo, ya que se trata de mantenerte en contacto con la realidad tal cual es”.

De esta forma, la presencia es en psicología una forma de enfocar el modo en que nos relacionamos con el mundo y una herramienta terapéutica que da prioridad a la verdad sobre los fenómenos intrapsíquicos. Lo explica la socióloga y psicoterapeuta Azucena González, que distingue entre “la presencia del mindfulness o de la meditación” y “una presencia en lo terapéutico que es mucho más potente”. “Esta última es una forma de estar contigo, con el entorno y con el mundo que te atraviesa. Mi lectura es que la presencia es, sobre todo, contacto. No es mantener la mente en blanco, al estilo de las experiencias meditativas, ni estar centrada, ni lograr un estado impecable. Esas cosas tienen beneficios, pero esta sería una mirada demasiado intrapsíquica. En terapia Gestalt se toma un punto de vista fenomenológico. Es estar en contacto con lo que te sucede y con el mundo que te atraviesa, incluso cuando eso que te sucede es confuso, contradictorio, incómodo o doloroso”, comenta la experta.

Como añade, la idea de “presencia” aparece con la fenomenología, una rama de la filosofía desarrollada a principios y mediados del siglo XX por figuras como Edmund Husserl o Maurice Merleau-Ponty, que sostenían que la verdad no habita en “ningún hombre interior”, sino que uno solo puede conocerse a sí mismo en relación con el mundo. Según estos autores, lo que percibimos rebasa lo que somos capaces de procesar racionalmente, lo que se ajusta a representaciones como el lenguaje o lo que habríamos previsto. Conviene prestar atención a todos los fenómenos irrepetibles e intransferibles que experimentamos, ya que es la única verdad que podemos alcanzar. En este sentido, “estar presente” es intentar que no se nos escape nada y que nada (tampoco nuestra propia conciencia) enmascare la realidad, y es siempre una operación “encarnada”. “La presencia está en las sensaciones corporales, en la respiración, en la tensión, en el ritmo y en la voz…”, continúa González. “Tiene que ver no solo contigo, sino con lo que habitas. Además, no busca la calma, sino la verdad”, expone la terapeuta.

El remedio y la enfermedad

Varios ensayos recientes como No seas tú mismo, de Eudald Espluga, o Política del malestar: Por qué no deseamos alternativas al presente, de Alicia Valdés, han señalado que existe una relación entre un sistema económico que genera malestar en los trabajadores y una “cultura de la terapia” que ayuda a sobrellevar ese malestar sin abordar sus causas materiales. Es un reproche habitual que se concreta en ese chiste (que los propios psicólogos aprecian) sobre un paciente que no necesitaba acudir a terapia, sino a un sindicato.

“Se plantea mucho la pregunta sobre si la psicología genera gente funcional para el sistema porque hay un riesgo real de ignorar las bases sociales, económicas o políticas de los malestares de las personas”, admite Estupiñá. “Pero desde las terapias contextuales, todo lo que tiene que ver con estar presente va de la mano de otro elemento, que es el de aplicación de los valores personales a la vida. Por eso hay marcos terapéuticos como el de aceptación y compromiso: aquí lo importante es estar presente en la vida tal cual es, pero actuar en función de un conjunto de valores, que podrían servir de contrapeso”, aclara el profesor. González amplía esta idea y considera que, desde una mirada feminista, “estar presente” es un acto político “porque los cuerpos en nuestras sociedades cisheteropatriarcales son disciplinados y volver al cuerpo o al sentir permite recuperar una cierta agencia para dejar de adaptarme a lo que me desconecta”.

Paradójicamente, las plataformas y, en general, las pantallas son los dispositivos que más nos desconectan de lo que tenemos enfrente. Por eso, en un mundo con la atención tan disputada, recuperar la presencia cobra una importancia renovada, también como estrategia contra las distracciones. En palabras de López Alós: “Estar presente es prestar atención a lo que tienes delante, pero también ser objeto de atención por los que tienes delante. Un aspecto clave de la incomodidad que nos causan las pantallas es la dificultad para sabernos percibidos desde el otro lado. Esa incertidumbre, a la que habría que sumar la de ignorar cómo nos ven aquellos que no sabemos siquiera si están presentes, puede resultar muy perturbadora. Y ahí dispersarse y diluir la propia presencia en mil tareas y focos es un mecanismo de mitigación”. En ese momento, más presencia equivaldría a cortar con “el bucle de la distracción”.

Otro de los grandes fenómenos de nuestro tiempo es la sobreabundancia de promesas de disfrute y, con ellas, de deseos que casi nunca llegan a ser satisfechos (porque ni siquiera se han definido del todo). González lo llama “el secuestro del deseo”: “El capitalismo secuestra el deseo y lo convierte en sucedáneo. Por ejemplo, el deseo de descanso acaba transformado en un deseo de estar en el Caribe bajo las palmeras. Aunque el deseo siempre está igualmente situado y tampoco es algo intrapsíquico, sino que es también relacional (yo deseo lo que me puedo permitir desear), la presencia permite entender mejor qué quiero entre estos sucedáneos. Cómo está siendo ese apetito para mí, que está pasando en mí y en el entorno y qué estoy necesitando que tiene que ver conmigo… Me permite escuchar deseos más genuinos”.

Y cuando se trata de la presencia del mindfulness, ¿no corremos el riesgo de enfocarnos demasiado en lo inmediato e, incluso, dejar desarrollar la imaginación o perder la capacidad para anticipar o influir en el futuro? “En cuanto a los efectos sobre la imaginación y sobre cómo podría estar cercenando la capacidad de las personas para relacionarse con un futuro distinto, hay una pequeña literatura sobre mindfulness y creatividad que sugiere precisamente lo contrario”, responde Estupiñá. “Las personas que tienen más capacidad para estar presentes pueden resultar más imaginativas o tener resultados mejores en pruebas que valoran la imaginación o la capacidad de innovar”, concluye el profesor.

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Sobre la firma

Enrique Rey
Madrileño, reside en Murcia desde 2019. Colabora en ICON y otras secciones de EL PAÍS desde 2020. Intenta acercarse a asuntos cotidianos o a fenómenos pop desde la literatura y la filosofía. Tras una intensa adolescencia en redes, ha escrito para casi todos los medios online, de VICE en adelante. Vive para navegar (por Internet y por el Mar Menor).
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