¿Qué será, será?


Esa ventana por la que entraron los ladrones del Louvre debería retirarse de su emplazamiento y exponerse, con todos los honores, en el interior del museo a modo de obra maestra del siglo XXI: Ventana intervenida con radial y escalera extensible. ¿Dónde? Quizá en la sala de los romanticismos tardíos, junto a La libertad guiando al pueblo. O tal vez frente a la Mona Lisa, para que podamos decir por fin de qué se ríe y a quién mira. Delante del cuadro de Leonardo vemos siempre una multitud de visitantes con el móvil en alto, como si no pudieran observar la pintura directamente, porque su resplandor los cegaría, mientras que la Gioconda los observa a todos con expresión irónica. He dicho “los observa”, aunque habría sido más correcto decir “nos observa”, puesto que posee rayos X en los ojos. Lleva cinco siglos contemplando el mundo como si hubiera averiguado de él algo que no se le ha ocurrido al mundo todavía. ¿Qué será, será?
La ventana mutilada nos habla de una estética nueva: la del acceso auténtico. No se trata ya de contemplar burocráticamente las obras exhibidas, sino de “entrar” verdaderamente en el museo, de penetrarlo a saco, diríamos, al modo de una performance del deseo frente a las colas administrativas formadas por los turistas accidentales que lo infectan. Los ladrones proclamaron sin querer un derecho: el de atravesar el marco.
El Louvre debería agradecer el gesto y conservar la huella. La radial actuó, en este caso, como una herramienta de conservación.
El agujero es el resultado. Como todo agujero que se precie, no se puede mirar sin un poco de vértigo.
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