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Zack Polanski, nuevo líder de los verdes británicos: “Si la gente no tiene casa, puedo entender por qué no les preocupan los tejones o los castores”

Su llegada al partido ecologista ha provocado una ola de ilusión que ha elevado hasta los 100.000 el número de afiliados. Sus formas desafiantes y su plan, el ecopopulismo, han cortocircuitado la política inglesa

J. A. Aunión

Un hombre aborda a Zack Polanski (Salford, Inglaterra, 42 años) en la puerta de una cafetería del centro de Londres. No se conocen de nada, pero el señor le da las gracias porque dice que le ha devuelto la ilusión. Le pasa mucho, asegura, desde que se convirtió a principios de septiembre en el nuevo líder del Partido Verde de Inglaterra y Gales. Lo ha conseguido con una rompedora propuesta de comunicación a calzón quitado —discurso ágil, agresivo y moderno, que no rehúye una pelea— que pone por delante —o al menos al mismo nivel— la justicia social y económica de la ambiental. Ha recogido y abrazado el término “ecopopulismo”, que sus detractores ven como una radicalización hacia la extrema izquierda, en consonancia narrativa con la ascendente fuerza al otro lado del espectro: la extrema derecha del Reform UK de Nigel Farage.

Él niega la mayor. Exactor y político tardío, vegano, judío y gay, su inusual y fulgurante carrera ha eclosionado a los mandos de uno de los partidos verdes europeos que —dentro de su modestia— mantiene el tipo: 800 concejales, cuatro diputados en el Parlamento y 1,9 millones de votos. Polanski coloca su ascenso en la misma línea que el de Zohran Mamdani, candidato demócrata a la Alcaldía de Nueva York. Aunque su discurso, sus formas y la ilusión que genera pueden recordar mucho al lector español al primer Podemos de 2015. Los verdes británicos, en todo caso, parecen tener claro que este es el camino: Polanski fue elegido con un 85% de los apoyos en la elección interna y, desde entonces, sus afiliados han crecido casi un 50%, hasta alcanzar por primera vez los 100.000.

¿Qué fue lo primero que pensó al verse convertido en el líder de los verdes británicos?

Creo que fue pensar en mi novio, en el cambio que esto iba a suponer en nuestras vidas. Y lo segundo, en el país y en este momento en el que nos enfrentamos al fascismo. En realidad, soy una persona muy positiva, enérgica. La oscuridad de lo que enfrentamos requiere a un luchador alegre.

Su aplastante victoria habla bien de su estrategia, pero quizá también un poco mal de la de sus contrincantes. ¿Qué críticas haría a la estrategia del Partido Verde en los últimos lustros?

Creo que estamos en tiempos distintos, y que yo soy la persona adecuada para liderar en este momento. Quizás hace dos legislaturas, ni siquiera me habrían tomado en consideración, por ser demasiado radical o demasiado directo. De verdad creo que hay que ser educado, pero también que hay que defender a las comunidades vulnerables y eso requiere a veces luchar; verbalmente, claro, de forma metafórica. Así que creo que soy el líder adecuado para el momento actual, pero también que en el pasado tuvimos a los líderes adecuados. Quizá nos preocupamos demasiado durante demasiado tiempo por la credibilidad, que es importante, pero si solo eres creíble en el centro [político] no inspiras ni entusiasmas a nadie. Y creo que lo que ha cambiado con mi elección es que estoy viendo la energía por todo el país en torno a la política verde y, en general, a la política de izquierdas.

¿Qué es el ecopopulismo?

Se trata de reconocer que la política a veces puede ser demasiado académica o estar demasiado enfocada en el futuro… Si eres alguien que lucha por poner comida en la mesa, por calentar tu casa, preocupado por llegar al trabajo o incluso por tener un empleo, todas estas cosas pueden parecer ideas abstractas, lejanas. El ecopopulismo consiste en reconocer la urgencia de lo cotidiano, de salir adelante en la vida y luego conectar eso con la crisis climática, que efectivamente acabará provocando que la desigualdad sea aún peor. Y tanto en el Reino Unido como en España, hemos visto cómo los pobres se han vuelto más pobres, mientras que, desde que empezó la pandemia, la riqueza de los multimillonarios se ha duplicado. Y cuando miras a las calles, en especial a las comunidades más pobres, no se ve que la riqueza se haya duplicado: ¡los servicios están empeorando! Además, veo el ecopopulismo como una manera inmediata de conectar con la gente —más allá de la política: una conexión humana—, de entender sus dificultades, escuchar sus luchas, y también estar dispuesto a luchar.

Polanski nació en noviembre de 1982 con el nombre de David Paulden en Salford, una antigua ciudad industrial del área metropolitana de Mánchester. A los 18 decidió recuperar el apellido del que su abuelo se había deshecho al llegar al Reino Unido por temor al antisemitismo; se declara orgulloso de ser judío, lo que no le impide llamar genocidio a lo que el Gobierno de Israel está haciendo en Gaza. Se puso además Zack porque su padrastro también se llamaba David. Es el mediano de cinco hermanos. Estudió un tiempo con beca en un colegio privado llamado Stockport Grammar y después arte dramático, primero en la Universidad pública de Aberystwyth, en Gales, y más tarde en Atlanta, Georgia (EE UU), donde residió por algún tiempo antes de volver a Londres. Aunque se ha ganado principalmente la vida como actor —con experiencias en el teatro inmersivo o el teatro del oprimido de Augusto Boal—, ha tenido todo tipo de trabajos. Incluido el de hipnoterapeuta, desde el que protagonizó un polémico artículo en The Sun, del que reniega porque asegura que está absolutamente tergiversado. “En realidad, se trata de tener confianza y asertividad para enfrentar los mensajes que la sociedad nos manda, diciéndonos que no valemos, que no somos suficiente”, explica sobre una disciplina que compara con el mindfulness. Se acercó al Partido Liberal Demócrata en 2015 e intentó sin éxito obtener un puesto como concejal de distrito en Londres. Ya con el Partido Verde, en el que recaló en 2017, ganó un asiento en la Asamblea municipal de Londres y se convirtió en portavoz nacional de la formación ecologista. Y un año después, en vicelíder.

¿Ha influido su experiencia vital en su manera de entender la política?

Me mudé a Londres cuando tenía 24 o 25 años. Me alimentaba en un comedor gratuito de los Hare Krishna, caminaba al trabajo porque no podía pagar el autobús. Y esto no es una historia de “pobre de mí”, porque en realidad tenía una red de seguridad; si me hubiera quedado en la calle, mis padres me habrían dicho: “Vente a vivir con nosotros”. Pero experimenté la empatía de saber que no todo el mundo tiene esa red. Trabajaba en discotecas hasta muy tarde y luego me levantaba temprano para seguir haciendo cosas para pagar el alquiler. Creo que esas experiencias te hacen diferente a quienes nunca se han apartado del camino correcto que los llevaba hasta un cargo político.

Su carrera política es tardía y poco convencional, ¿qué le llevó a entrar en política?

Estoy muy orgulloso de mi trayectoria porque creo que los mejores políticos —especialmente en el ámbito local— son las personas que dirigen un banco de alimentos, una biblioteca o hacen trabajo comunitario. El problema es que cuando intentas atraerles a la política, responden: “Ni de broma. Es una mierda”. Con el tiempo, si les vas mostrando lo que se puede lograr, pueden convertirse en los políticos con más fuerza, precisamente porque no querían estar ahí, sino que fueron arrastrados para cambiar las cosas. Y en mi caso fue una experiencia similar. Ha sido un camino muy rápido. Pero entendí algo que suelo repetir, especialmente, en las comunidades más pobres o minoritarias: “Si no tienes un asiento en la mesa, estás en el menú”. El poder quiere que la gente piense que la política nunca puede cambiar las cosas, que no tiene sentido intentarlo. Son las mejores narrativas para paralizar a la gente, para desposeerla y hacer que no reconozca su propia capacidad. Mi papel es inspirar, encender comunidades y ayudar a facilitar su organización. Pero no puedo ni debo hacerlo yo solo.

Le han llamado el Nigel Farage verde…

Lo escucho una y otra vez, y creo que es una tontería. Ellos [Reform] hacen una política que detesto, pero al menos conectan, mientras el resto de los partidos ni siquiera identifican los problemas. Supongo que me cuelgan esa etiqueta porque yo también estoy viendo los problemas y ofreciendo soluciones, aunque completamente diferentes a las que propone Farage. Lo que no acepto de ningún modo es la contraposición entre extrema derecha y extrema izquierda, porque sí creo que Farage es extrema derecha, pero rechazo tajantemente la etiqueta de extrema izquierda. Ofrezco soluciones como un impuesto sobre el patrimonio de los multimillonarios, o denunciando que las compañías de servicios de agua están echando mierda en nuestros ríos mientras suben las facturas… Lo tachan de extrema izquierda para desacreditarme o hacerme parecer un loco, pero lo que hago es mirar a mi alrededor, ver lo mal que está todo y decir que no tiene por qué ser así. Eso no es ser Nigel Farage.

Pero usted reconoce que hace falta cambiar, avanzar en la comunicación política. ¿Cómo?

No quiero estar respondiendo todo el tiempo a la agenda de los demás. No quiero que todo sea: “Nigel Farage dice esto, ¿qué opina usted”. Así que ese es el primer paso: usar la comunicación, incluido mi propio pódcast Bold Politics [está entre los 12 podcast políticos más escuchados del Reino Unido], para marcar la agenda y llevar a la gente a las conversaciones que quiero tener. Y lo segundo son las redes sociales, en las que he estado publicando muchos vídeos [uno reciente, sobre su campaña Hagamos que la esperanza sea de nuevo algo normal, acumula 38.000 likes en Instagram].

Rechaza la etiqueta de extrema izquierda, pero propone algunas iniciativas radicales. O, por lo menos, muy audaces…

Rechazo también lo de radical, pero acepto totalmente lo de audaz. Lo radical es permitir que las cosas sigan como están. Que tengamos esta desigualdad que padecemos, que haya multimillonarios que no pagan lo que les corresponde en impuestos, que el sistema nacional de salud se esté desmoronando… Eso es lo radical. Decir que no podemos permitirnos invertir en nuestros hospitales es directamente una locura. Y lo audaz es decir: invirtamos en nuestros servicios públicos, asegurémonos de que el poder y la riqueza se comparte por todo el país. Y asegurémonos de que estamos escuchando a la gente, especialmente a las comunidades más pobres. Puedo entender por qué eso puede parecer radical, porque es un enfoque muy diferente. Pero, en realidad, creo que es sentido común.

¿Cuáles serían las cinco políticas clave que defendería en unas elecciones?

Mantener el Servicio Nacional de Salud gratuito, es decir, protegerlo. Nacionalizar las compañías de agua para reducir las facturas. Y establecer [en las elecciones] representación proporcional, porque tenemos un sistema roto en este país. Somos la única democracia en Europa, aparte de Bielorrusia, que tiene un sistema de mayoría simple [la persona con más votos en cada circunscripción se convierte en diputado, dejando fuera a los candidatos del resto de los partidos, ya gane por uno o por mil, lo que penaliza a los minoritarios]. La cuarta política son escuelas infantiles: cuidado infantil universal y gratuito. Y la última es la restauración de la naturaleza. Somos uno de los países más devastados en cuanto a naturaleza, y hay una política mundial —una iniciativa de Naciones Unidas— para restaurar el 30% de la naturaleza para 2030. Se necesita dinero real e inversión para asegurarnos de que ocurra.

De todas, solo la última es netamente medioambiental. Algunos clásicos del ecologismo se dicen preocupados por que el ecopopulismo acabe diluyendo la agenda más clásica de los verdes y su esencia como partido.

Pero no se puede ser ecologista sin preocuparse por la desigualdad, porque son las corporaciones las que están destruyendo —también— nuestra democracia y nuestras comunidades. Así que es el mismo problema, vengas del enfoque que vengas. Además, los problemas de la naturaleza —su destrucción— a menudo vienen de promotores inmobiliarios que quieren construir edificios en esos espacios. Tenemos una crisis de vivienda; necesitamos viviendas sociales, que sean baratas. También quiero que tengamos naturaleza, que la naturaleza también tenga una casa. Y todo eso es posible, pero primero hay que plantear el argumento económico. Porque si la gente no tiene una casa, puedo entender por qué no les preocupan los tejones o los castores. Pero si no tenemos naturaleza, si colapsa, lo perdemos todo. Así que creo que es una falsa dicotomía entre justicia social y justicia ambiental. Necesitamos ambas. Simplemente, no se logrará la justicia ambiental hasta que se detenga a quienes están destruyendo el medio ambiente.

Hay una ola de recortes en política de cambio climático, ¿qué escenarios se abren?

Es gravísimo. Primero, porque estamos hablando de la crisis climática, así que es cuestión de vida o muerte. Pero también creo que estamos hablando de fascismo. Y que la razón por la que el fascismo está creciendo —­no solo en este país, sino en toda Europa— es porque la gente tiene cada vez más la sensación de que la política se les impone, en lugar de hacerse con ellos. Sienten que no tienen control sobre sus vidas, que los políticos no los escuchan y solo buscan enriquecerse. ¿Y sabes qué? En parte tienen razón. Y creo que la única forma de resolver esto es conectar con la comunidad, estar con la gente, para que entiendan que efectivamente hay una crisis climática y necesitamos cambiar las cosas. No se trata de decir: “Escucho a la gente y haré lo que me digan”. Esa es en parte la estrategia de Donald Trump. No. Hay que encontrarse con la gente desde lo que tú quieres que ocurra, y decir: ¿cómo podemos lograr esto juntos? Y codiseñar, coproducir hacia dónde vamos. Esto lleva mucho más tiempo. Y además, requiere que el político sea vulnerable, que reconozca que liderar implica escuchar y responder.

Aunque con implantación y éxito muy variable, los partidos ecologistas están muy consolidados en Europa. Sin embargo, tras los magníficos resultados obtenidos en las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 (consiguieron 71 eurodiputados), existe un consenso muy extendido entre los analistas que los colocan ahora en horas bajas, víctimas precisamente de las crisis sociales y económicas que oscurecen las demandas ambientales y de un entorno activamente hostil a las políticas verdes promovido por el populismo de derechas. Donald Trump dijo hace muy poco ante la ONU que el cambio climático es “la mayor estafa del mundo”. De hecho, algunos análisis dicen que una parte de los clásicos votantes ambientalistas están ahora apoyando a partidos socialdemócratas o de centroizquierda para cortarle el paso a la extrema derecha. La estrategia de Polanski parece salir a responder a todos esos problemas.

¿Defenderá el ecopopulismo como una vía de futuro en el Partido Verde Europeo?

Estuve en el Congreso Europeo, donde se reúnen todos los líderes verdes, y no todos están en esa línea, pero en los movimientos juveniles llevan mucho tiempo hablando de justicia social y climática como algo entrelazado. Creo que está bien estar en una familia de partidos sin compartir siempre la misma política, pero reconociendo que los fundamentos —la historia de preocuparse por la crisis climática y el medio ambiente— son importantes.

Pero perdone que insista: si lo que propone es fundamentalmente un proyecto de izquierdas, ¿por qué necesita hacerlo desde un partido verde? ¿Por qué necesitamos un partido verde de izquierda?

Porque el ambientalismo nunca se resolverá hasta que enfrentemos la desigualdad. Porque a los contaminadores —como Shell o las compañías de combustibles fósiles— les conviene una sociedad desigual. Si tienes personas muy ricas y comunidades muy pobres que no tienen nada, es muy fácil para los ricos, en lugar de compartir su riqueza, decir: no, el problema son los negros, los marrones, los migrantes. Pero yo tengo mucho más en común con un migrante que duerme en la calle que con un multimillonario que no paga impuestos.

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Sobre la firma

J. A. Aunión
Reportero de El País Semanal. Especializado en información educativa durante más de una década, también ha trabajado para las secciones de Local-Madrid, Reportajes, Cultura y EL PAÍS_LAB, el equipo del diario dedicado a experimentar con nuevos formatos.
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